El partido de El Madrigal estaba marcado en el calendario del FC Barcelona. El encuentro ante el Villarreal era uno de los pocos duros que le quedaban a los culés en una Liga que sigue estando más que sentenciada.

Pero aun con el torneo prácticamente ganado, el Barça protagonizó uno de esos partidos que quedarán para el recuerdo. Y no precisamente por su juego excelso que tanto demostró en la mayor parte de la temporada. Esta vez fue diferente. Esta vez quedará en el recuerdo por la ayuda que recibió, cuando tampoco lo necesitaba, del árbitro Sánchez Martínez. 

Los gritos de "manos arriba esto es un atraco" retumbaron en un estadio que generalmente no se cabrea. Así se sintieron los aficionados del Villarreal, que vieron como su equipo claudicaba ante el árbitro y no ante el Barça. Primero, perdonando una clara expulsión a Piqué, que se dio el gusto de cortar una jugada de ataque de los locales con la mano sin que le expulsaran.

Era el minuto 20 y la jugada no era de roja directa, pero si de una clara amarilla. Como el central catalán ya tenía una, era expulsión. Además de dejar al Barça con 10 durante 70 minutos. Bien es verdad que la primera cartulina que vio Piqué no era, pero una vez sabedor de que se tiene una tarjeta, no se puede hacer esa acción. Sánchez Martínez no quiso ver nada y su única respuesta fue la expulsión de Marcelino García Toral, técnico del Villarreal, por protestarle en la banda.

Pero cuando más explotó el Madrigal fue cuando pitaron un penalti a favor del Barça, el decimosexto a favor en toda la Liga. Asenjó paró a Neymar cuando éste le fue a regatear. El arquero, que volvía a la Liga tras más de 300 días de parón, tocó balón e incluso se quedó con el esférico. Era una de esas tantas jugadas en las que el delantero busca engañar al portero pero el meta le adivina las intenciones y le quita el balón. Pero, sorprendentemente, el árbitro vio penalti. Fue el único que vio pena máxima en esa jugada. Los 25.000 que estaban allí se quedaron ojipláticos.

Neymar marcó el penalti y puso el 0-2. Antes de que ocurriera toda la polémica, el Barça se había adelantado con un tanto de Rakitic en un fallo defensivo castellonense. El esfuerzo del Villarreal, que llegó a asustar varias veces a Bravo e incluso una vez dio en el palo, quedó en nada ante los fallos del árbitro. 

Pero la segunda parte fue otra historia. Cuando el equipo local se deshizo de la zancadilla del colegiado, dominó y dominó hasta llegar por momentos a bailar a uno de los peores Barça de la temporada. El Villarreal se gustó, disfrutó y sacó toda esa brillantez que tanto está asombrando este año. Si están en puestos Champions no es por casualidad.

Con quince minutos mágicos, los de Marcelino, que sufría desde la grada, se comieron a los de Luis Enrique. Primero con un gol de Bakambu y después con un autogol de Mathieu, que había salido minutos antes. Durante un cuarto de hora, el Villarreal sacudió toda su rabia y eso le valió para empatar el partido.

Lo mejor del Barça en todo el partido fue que logró controlar esa superioridad de los locales. Cuando se esperaba que el ataque amarillo siguiera, los de Luis Enrique lograron controlarlo. Eso provocó que los últimos 25 minutos fueran de igualdad, con acercamiento de ambos y con un partido abierto que podía caer de cualquier lado. Al final fue un 2-2, un resultado demasiado favorable para un Barça que fue peor en El Madrigal.

El Barça sigue con su racha de imbatibilidad y el Villarreal sigue afianzando su cuarto puesto. Unos dejaron dudas y otros reafirmaron su apuesta de juego. Este duelo quedará como el que el Barça ganó, virtualmente, la Liga, pero en el que el árbitro le dio un empujón tan innecesario como claro.

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