Zinedine Zidane pasó semanas muy complicadas tras perder el derbi contra el Atlético de Madrid: la euforia inicial del club y de su masa social degeneró en un estado de incertidumbre permanente, presidido por el temor a una hecatombe colectiva que pudiese arruinar su incipiente carrera como entrenador. Sin haber logrado subir al Castilla a Segunda, tras haber sufrido aquella polémica hace 18 meses por entrenar al filial blanco sin carné, se encontraba a diez puntos del Barcelona después de haber cogido el equipo a sólo cinco.
"Van a pasar cosas positivas", anunció el viernes en la rueda de prensa previa al Clásico. Parecía una más de esas frases ligeras y poco comprometedoras que abundan en las comparecencias de los entrenadores blancos, sometidos a un escrutinio perpetuo. Y sin embargo el Madrid no sólo ganó (con diez hombres); no sólo canceló la imbatibilidad culé; no sólo arruinó una fiesta capaz de convertirse en un calvario para el francés y su vestuario. Los blancos, sobre todo, jugaron como un equipo solidario y compacto. No hicieron un gran partido, pero remaron y crecieron durante la segunda parte hasta terminar el segundo tiempo en tromba, llegando al área de Bravo con un ímpetu que recordó al partido en Roma. No se les podía reprochar falta de actitud y compromiso, como tantas otras veces.
Zidane se dio el lujo de prescindir de dos 'jugones', James e Isco, y apostar en las postrimerías por la velocidad de Jesé y Lucas para la acometida final. El Barça no estaba fino físicamente. Su euforia en la sala de prensa del Camp Nou era justificada: el Madrid logró cerrar espacios, desactivó casi completamente al mejor futbolista del mundo, confirmó a Casemiro en su puesto ("ha sido fundamental", dijo después) y mostró la inusual estampa de Cristiano Ronaldo bajando en defensa hasta su propia área, cerrando las subidas de Alba. Zidane llevaba semanas destacando que "una cosa es jugar con balón y otra sin balón", pidiendo (sin pedir) más esfuerzo, tratando de cambiar la mentalidad y los mecanismos de repliegue colectivo sin quebrar su romance con el vestuario.
Criticado por la flojera blanca a domicilio, 'Zizou' dio el golpe de autoridad en el coliseo al que no volvía desde su época de jugador, el mismo adonde estuvo a punto de ser llevado en 1996 por Cruyff; el estadio que inspiraba (según confesión propia) sus sueños infantiles. Debutó a domicilio como entrenador en un Clásico y su victoria le otorga aval popular para liderar la remontada en el mes crucial que comenzó este sábado: una minitemporada de mes y medio hacia la gloria redentora de Milán que, después del Clásico, parece un poco más asequible. El madridismo se permitirá soñar un poco este domingo. No brillaron, pero ganaron con justicia al mejor equipo del mundo. Esta vez la frase del técnico francés no fue un cliché vacío de contenido: "La afición [blanca] puede estar orgullosa de sus jugadores”.