En un país donde apenas hay una decena de pistas de hielo, y el número de patinadores no alcanza el millar, lo de Javier Fernández es un auténtico milagro. El madrileño, que entrena desde hace cinco años en Toronto (Canadá), ha revalidado el título de campeón del mundo, que colocará en sus vitrinas junto a los cuatro Campeonatos de Europa. Después de la proeza, ya sólo tiene un reto en la cabeza. Sacarse la espinita de los Juegos Olímpicos de Sochi y colgarse una medalla olímpica.

Las casas de apuestas no daban un euro por él. ¿Cómo iba un patinador español a batir al todopoderoso japonés –país que invierte millones en este deporte y cuyas estrellas son héroes nacionales- que se había mostrado intratable toda la temporada? ¿Y cómo hacerlo con una desventaja de 12 puntos, los que le sacó Yuzuru Hanyu a Javi en el programa corto? ¿Y cómo hacerlo sin apenas haber podido entrenar la mañana antes de la gran final? ¿Y cómo hacerlo cuando ambos comparten entrenador (el canadiense Brian Orser), pista de entrenamiento y son amigos desde hace años? Con tesón. Con mucho tesón y sangre fría. Y disfrutando.

El madrileño salió al hielo en último lugar, y, con un programa que pasará a la historia del patinaje artístico, elevó este deporte a un nivel nunca antes visto. Suficiente para, con 314,93 puntos, proclamarse por segunda vez consecutiva campeón del mundo. ¿Cuáles han sido las claves de su éxito?

UN PROGRAMA RETOCADO

Javi empezó a darse cuenta a principio de temporada de que para ganar a Hanyu este año iba a necesitar mucho, mucho trabajo. Y aumentar la dificultad de sus programas. Lo reconocía en Barcelona, tras la Final del Grand Prix en la que el japonés subió a lo más alto del podio y el español terminó segundo.

“Si quiero superarle, tengo que meter más dificultad”. Dicho y hecho. En el Campeonato de Europa incluyó un segundo cuádruple en el programa corto, lo que le valió su cuarto título europeo. En este Mundial celebrado en Boston, apostó por, además de tres cuádruples en el programa libre, hacer un triple Axel en los últimos segundos del programa, aprovechando así la bonificación que da saltar cuando los deportistas están ya exhaustos.

Javier Fernández realiza su programa libre al ritmo de Sinatra. CJ Gunther EFE

EL DÍA D, LA HORA H

Javi ya tiene experiencia en lo de que todo salga redondo en algunas ocasiones, pero también la tiene en quedarse con la miel en los labios. Como le ocurrió en la final de los Juegos de Sochi, cuando un fallo casi de principiante le hizo terminar en cuarta posición, la más amarga de su carrera.

Esta vez, como reconocía el propio patinador al terminar el programa, “hay días en los que simplemente sale todo”. Su programa con la música de Frank Sinatra de cuatro minutos y medio de duración fue absolutamente perfecto. Tres cuádruples, dos triple Axel, piruetas de nivel 4 (el máximo en patinaje), series de pasos fantásticas…

Los dieces en sus notas no se contaban con los dedos de una mano. Sobre el hielo se mostró sonriente, confiado, disfrutando cada paso, cada salto. “No pensé, simplemente iba encadenando salto tras salto, como una máquina”, explicaba tras la final. Los 12 puntos de ventaja que le llevaba Hanyu se esfumaron en segundos. “Antes de salir al hielo sabía que tenía una oportunidad si hacía un programa limpio, y lo hice”, remarcó.

Javier Fernández superó al japonés Hanyu en Boston. CJ Gunther EFE

SU CONEXIÓN CON EL PÚBLICO Y LOS JUECES

Los 17.000 espectadores que abarrotaban el TD Garden de Boston empezaron a dar palmas, al ritmo de Sinatra, cuando Javi apenas llevaba 30 segundos de programa, pero ya dos cuádruples perfectos. Siguieron haciéndolo varios minutos más. Cuando el español terminó, estaban todos en pie. Ni siquiera los locales Adam Rippon o Gracie Gold despertaron tantas pasiones.

Los comentaristas de la RAI (televisión pública italiana) querían nacionalizarlo. Los japoneses se quedaron sin palabras de halago. Los estadounidenses se rindieron a sus pies. Y el fenómeno Javi no es que haya traspasado fronteras, es que tiene fans niponas que le persiguen allá por donde pisa, escriben revistas enteras sobre él y le lanzan miles de peluches y ramos de flores cada vez que compite.

El madrileño dedica miles de horas a perfeccionar cada una de sus coreografías, montadas por David Wilson –uno de los más reputados del mundo- y en las que ha colaborado este año el bailarín Antonio Najarro, de la Compañía Nacional de Danza. Un extra de técnica que, unido a su innata expresividad y su empatía, hace que la comunión con el público, y también los jueces, sea total. “Es mágico”, decía el ex patinador y comentarista de la NBC Johnny Weir. Su entrenador, que comparte con su máximo rival, Hanyu, sólo pudo decir una cosa cuando Javi terminó su programa: “Wow”.

Javier Fernández, todo un bailarín sobre el hielo. Brian Snyder Reuters

SIN PRESIÓN

Javi salía al hielo detrás de Hanyu, sabiendo que tenía que hacer su programa y sin nada que perder. Pero sin saber, tampoco, lo que habían hecho sus máximos rivales. Prefirió esperar su turno detrás del hielo, escuchando la música y sin querer mirar los monitores de televisión.

Una táctica que utiliza continuamente, pero que en ocasiones, cuando Hanyu tiene un programa redondo, es inevitable escuchar. En Barcelona, por ejemplo, el estruendo y los aplausos fueron tales que era imposible no saber que el japonés había estado estratosférico.

Esta vez, el sexto sentido le decía a Javi que, sin estruendo, tenía su oportunidad. “Para mí el de hoy (por este sábado) era el último programa de la temporada. Sabía que tenía una oportunidad y tenía que hacer un programa limpio. Y me salió”, explicaba.

Le separaban 12 puntos de Hanyu y parecían insalvables, pero al japonés no parecía salirle nada. Una caída en un cuádruple, una mano de apoyo en otro, varios saltos poco limpios… 25 puntos de diferencia que le dieron el título mundial a Javi. Y que permiten soñar con que los Juegos de Peonchang pueden ser los de “nuestro” Javi.

Hanyu, Fernández y Jin en el podio mundial de Boston. Justin Lane EFE

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