Si terminaba la columna de la pasada semana reclamando del baloncesto que regulara con más lógica la decisión sobre las jugadas polémicas con la ayuda de los monitores de televisión, qué quieren que les diga del fútbol después de todo lo que ocurrió la semana pasada en la Liga de Campeones. El deporte rey en Europa sigue anclado en un anacrónico concepto del arbitraje tan desajustado de la realidad del juego y de los avances tecnológicos que solo pueden explicarse por la tradición de quienes rigen el fútbol de mangonearlo en función de sus intereses.

Sergi Llull celebra una canasta.

Sergi Llull celebra una canasta.



En los últimos años el baloncesto cambió de dos a tres árbitros e incorporó las imágenes repetidas, el tenis puso en juego el ojo de halcón, el rugby y otros deportes estadounidenses añadieron un juez de televisión y muchos deportes la foto finish. Mientras, el fútbol, con su esquema de hace más de un siglo, sigue permitiendo que quienes tengan que juzgar se encuentren a decenas de metros de la jugada. ¡Si sigue siendo el único deporte que nadie sabe cuándo termina el partido! Su único contacto con los nuevos medios, tan anecdótico que se acerca a lo esperpéntico, se centra en la detección de una jugada tan inhabitual como el gol fantasma. Estoy esperando que en cualquier momento incorporen a Iker Jiménez para estos menesteres. ¡Perdón! Que se me olvidaba la espuma de afeitar en el lanzamiento de las faltas y la tablilla luminosa que levanta el cuarto árbitro…



Y ya que estamos con la competiciones europeas, la semana pasada trajo suerte desigual al Madrid. El equipo de fútbol volvió a las andadas tan rápido que ha convertido el triunfo del Camp Nou en un espejismo. No es fácil discernir cuáles son los problemas puntuales, pues la condición física inadecuada, la falta de concentración y el desorden táctico caminan tan unidos y se retroalimentan de tal forma, que, a veces, es difícil averiguar cuál es el origen de la debilidad. Lo que sí es una cuestión de fondo es que la solidez está todavía por llegar y que cuando aparecen los obstáculos el colectivo carece de unos principios y unos hábitos a los que aferrarse. A estas alturas uno se pregunta si cimentarán algún día.



Todo lo contrario que la cara de la moneda, que se clasificó para los cuartos de final de la Euroliga. En los últimos tiempos, los equipos de fútbol y baloncesto son tan diferentes que no parecen del mismo club. A pesar de las dificultades que el conjunto ha tenido durante la temporada -con las lesiones de Llull y de Rudy, los nuevos que no terminan de cuajar- el equipo ya ha sido campeón de Copa y sigue adelante en la competición europea. En los momentos decisivos está demostrando una cohesión y una madurez que ya la quisieran sus compañeros del balompié.



Las diferencias no están solo en la cancha, sino también en sus seguidores, quién sabe si porque cada uno de los equipos trasmite sensaciones diferentes. Mientras que el Bernabéu es un foro crítico e impaciente en busca de víctimas que lanzar a la arena para ejecutarlas, el Palacio es un fortín en el que el público apoya al equipo sin condiciones y en el que no se ha escuchado ni una queja contra los jugadores y técnicos a pesar de que esta temporada ha estado varias veces al borde del abismo. Una actitud, la del Bernabéu, y una comunión, la del Palacio, que dan que pensar.