Hay personas que caen bien. Nadie sabe por qué, pero esos sujetos son capaces de llegar a cualquier lugar y despertar la admiración de la gente. Puede ser un fenómeno inexplicable o paranormal. Quién sabe. Lo cierto es que usted sabe que eso ocurre. Da igual cuál sea el escenario. Sucede en el bar, en el trabajo y en la cola para sacar el abono del metro, en cualquier parte. Este tipo de sujeto existe y es como Jürgen Klopp, capaz de enfrentarse con el Liverpool a su exequipo (el Dortmund), empatar en la ida de la Europa League (1-1) y seguir cayendo bien. ¿Por qué? En principio, porque, en este caso, él ya era así de genuino como jugador…
Jürgen Klopp, ya como técnico, fue un ídolo en el Mainz, al que llevó a jugar la antigua UEFA. Y, tras su éxito, fichó por el Dortmund y se metió en el bolsillo a su afición. ¿Cómo? Siendo él mismo. Sin poses ni embustes. Llegó a la ciudad, se colocó su chándal amarillo o negro –dependiendo del día o la temporada–, pidió una gorra a juego y se puso a entrenar. Y a celebrar los goles. Y a saltar. Y a correr por la banda. Y, en definitiva, a mostrarse tal y como su madre lo había concebido -incluso delante de Guardiola-. Y eso, aunque parezca fácil, no siempre lo es.
Dortmund es una ciudad muy futbolera, pero también muy aburrida –todo hay que decirlo–. Los inviernos son largos, el cielo se funde a gris sin avisar, escuchar la lluvia es como ir a por pan y contemplar la nieve como beber cerveza. Es decir, todo lo anterior es normal, rutinario y habitual. Y ante ese panorama no queda otra que divertirse. O, al menos, intentarlo. ¿Cómo? Trabajando –eso lo saben bien los germanos– y desarrollando la imaginación. Y, obviamente, las habilidades de cada uno…
Ante ese panorama, es fácil enamorarse de alguien como Jürgen. Un tipo gracioso –eso es obvio–, pero también que hace bien su trabajo. Incluso, que es capaz de ganar dos veces la Bundesliga, otras dos la Supercopa de Alemania y una la Copa -todo con el Dortmund-. Y, además, también demostró que era un tipo honrado dejando el club en el momento adecuado. Porque sí, él fue quien dijo: “Me voy, ha llegado la hora de que llegue otro y tome mi cargo”. Y así es imposible caer mal. De ahí que su despedida fuera por todo lo alto.
Jürgen, antes de salir del Dortmund, hizo los deberes, dejó al club en Europa League y recomendó a su sustituto: Thomas Tuchel. Un tipo ligeramente más delgado que él, con algo menos pelo y algo más intelectual. En definitiva, un sujeto que se le parecía. Puede que no haya caído tan simpático como él ni sea tan gracioso, pero siempre ha estado dispuesto a poner de su parte, heredar su legado, hacerlo más grande y mantenerlo, aunque sea mediante sus celebraciones…
A Liverpool llegó para sustituir a Brendan Rodgers, pero sobre todo para cambiar la imagen del equipo. Y así lo ha hecho. Cogió al equipo en décima posición y lo ha colocado octavo en la Premier League, a cinco del United (quinto) y a ocho del City (cuarto). Incluso, lo ha clasificado para los cuartos de final de la Europa League, donde se la jugará este jueves contra el Borussia Dortmund en Anfield, después de sacar un buen resultado en la ida (1-1) y saludar a sus antiguos jugadores. Vaya, lo normal.
“¿Celebrará un gol en la ida de la Europa League? Claro que sí”, contestó Klopp. Y eso podría haber sentado mal a la afición del Dortmund. Pero no lo hizo, se tomó como algo normal y no hubo sorpresa alguna. El Liverpool se adelantó con un gol de Origi en el Signal Iduna Park y Jürgen lo celebró efusivamente. Y qué más da. Luego Hummels hizo el empate y no le sentó bien. Es decir, se comportó como cualquier aficionado. Al fin y al cabo, esto es sólo fútbol. Y así lo concibe él.
En Liverpool, obviamente, no ha dejado de ser él mismo. Jürgen sigue saltando. Y corriendo. Y celebrando. Y hasta perdiendo las gafas –todo sea por una buena causa– y por conseguir la victoria. Y así ocurrió en la remontada de los suyos contra el Norwich (4-5). Un partido al que los Reds le dieron la vuelta en los últimos minutos con un gol en el minuto 95.
Ahora mismo, Klopp es el tipo más amado en Anfield. No sólo por el juego del equipo, que ha mejorado sustancialmente desde su llegada, sino también porque se ha convertido en uno más. En el vestuario ya no hay problemas. Ahora todos se ríen, disfrutan, entrenan y, sobre todo, ganan. ¿Hay mejor receta ante la depresión?
Tiene conquistada a la afición, a los jugadores y también a la prensa. ¿Por qué? Porque Jürgen no se ha encerrado en una habitación ni pone excesivos inconvenientes para hablar. Él salta a la palestra tras los partidos, analiza los fallos y se ríe. Como uno más: bromea y se lo pasa bien. Al fin y al cabo, se divierte con su trabajo. Y eso a los ingleses les encanta. Aunque sea de una manera tan particular.
El amor hacia el técnico, al menos, parece verdadero. No sólo en Liverpool, sino también en toda Alemania -e incluso se podría extender a Europa-. ¿La muestra? Cuando el Borussia marchaba en descenso en la Bundesliga, a los seguidores germanos les preguntaron si les caía mejor Pep o Jürgen. Pues bien, el 67% dijeron que el técnico del Dortmund, al que además ficharían para su equipo. ¿La razón? Por una parte, el Bayern –aunque sea el equipo con más seguidores– es el club más odiado de Alemania; y por otro lado, Klopp es humano y, como tal, se alegra por las derrotas de su rival.
Antes de concluir toca volverse a hacer la pregunta. ¿Por qué todo el mundo lo quiere? En gran parte, porque no divide. Él no tiene por detrás a una legión de #Mourinhistas, #Guardiolistas o #Torristas. Él cae bien. Gusta a los aficionados, enamora con su fútbol y no tiene enemigos. Y, obviamente, porque transmite muchas cosas. ¿La muestra? Todo lo anterior, pero también lo mucho que está por venir… Dicho esto, ¿a alguien le parece raro el fenómeno?