Los clubes de fútbol, en general, se pasan la vida buscando un futuro próspero que se parezca a su pasado. O, dicho llanamente, intentan avanzar hacia el mañana sin perder del todo su identidad. Ocurre que a veces, por determinadas circunstancias, no es fácil encontrar a la persona adecuada, a ese entrenador que responda a las exigencias que se requieren. El ejemplo más paradigmático lo tienen en el Barcelona, donde Luis Enrique, por mucho toque que quiera proponer, jamás se parecerá a Guardiola o a Cruyff, por mentar el origen de todo. Esto, que podría ser una teoría discutible (o no), se la pueden aplicar a cualquier gran entidad o, por citar el caso más reciente, al Liverpool, que busca con el fichaje de Jürgen Klopp no sólo recuperar un trozo de su pasado –aunque el técnico sea alemán–, sino también volver a competir como lo hizo en otro tiempo.
El fútbol inglés camina desde hace años sin saber muy bien a dónde ir. Actúa en base criterios económicos (casi 7.000 millones de euros por la venta de los derechos de retransmisión de la Premier hasta 2019) y resultados inmediatos, pero sin pararse a analizar el juego. La realidad queda patente en muchos clubes del propio campeonato: el United, con Van Gaal, ha perdido ese aire ‘british’ que un día lo hizo grande; el City, tras pasar por las manos de Mancini y Pellegrini, basa su estilo en el toque y no en la patada a seguir… Los ejemplos son múltiples y evidentes, pero, atendiendo a la actualidad, la entidad que más está sufriendo esa crisis de identidad es el Liverpool, ese club capaz de gastarse 261 millones de euros en los dos últimos cursos sin conseguir prácticamente nada a cambio.
El punto de partida de esa identidad, como es lógico, hay que fijarlo en Bill Shankly y Bob Paisley, tricampeón de Europa (1976/77, 1977/78 y 1980/81), sin despreciar la herencia de muchos otros hasta la llegada de Rafa Benítez. El español fue el último gran técnico que pasó por Anfield, consiguiendo la Champions en el llamado Milagro de Estambul, cuando el Liverpool remontó tres goles al Milan en una de las noches más aciagas de Carlo Ancelotti. ¿Les parece exagerado? Pues no lo debería. Tras el hoy técnico del Real Madrid, por el banquillo de Anfield han pasado Roy Hodgson, Kenny Dalglish y el destituido Brendan Rodgers, que logró un subcampeonato en la Premier League –esa temporada sí, con buen juego– y una clasificación para la máxima competición Europea. Y ya está.
Ahora, el destinado a recuperar la esencia es el bueno de Jürgen Klopp. ¿Por qué? En primera instancia, porque de entre los entrenadores libres, es quizás la apuesta más segura en términos de competitividad; y en segundo lugar, porque su juego se ajusta a los patrones de Anfield: velocidad, verticalidad, transiciones rápidas, contraataque y dureza. Es decir, lo que ha sido el fútbol inglés de toda la vida. Y, obviamente, lo que fue durante mucho tiempo el estilo del Liverpool.
Klopp es quizá, actualmente, el entrenador que más se parece al Liverpool, en todos los sentidos. En lo referente al juego, las expectativas pasan porque construya en Anfield una réplica del Borussia Dortmund que ganó dos Bundesligas, una Copa y dos Supercopas de Alemania. O lo que es lo mismo: una escuadra fuerte, que defienda junta –con Rodgers el equipo acostumbraba a partirse– y que exhiba el juego directo como seña de identidad, bien con balones largos o con transiciones rápidas de dos o tres toques. Y en lo social, el técnico alemán es un ‘showman’ al más puro estilo inglés. Ya saben, el primer día se va a poner su gorra, va a gritar, va saltar, va a correr por la banda y, obviamente, va a cantar el You’ll never walk alone como uno más. Al fin y al cabo, ya lo hacía en el Signal Iduna Park con el Muro amarillo del Dortmund haciendo los coros. Y no le fue del todo mal