Nadie lo dice en público, pero todo el mundo lo sabe: el vestuario del Madrid está enchufadísimo. Entrenan el doble que antes, no renuncian a la Liga, son conscientes de que pueden solucionar en un mes el fiasco de dos años. Prefieren aumentar al máximo la intensidad en lugar de planificar el trabajo físico con miras al torneo favorito del club. Hasta el prudentísimo Zidane reconoció en la rueda de prensa previa al partido de Manchester (20.45, Antena 3) que ve en los jugadores "la misma mirada que el año de la Décima".
Zidane estuvo con los jugadores en 2014, como ayudante de Ancelotti. Es un técnico novato, pero ha logrado en tres meses y medio elevar la confianza del madridismo hasta un lugar absolutamente inimaginable si rebobinamos el tiempo hasta la derrota en el derbi contra el Atlético (0-1, 27 de febrero, gol de Griezmann) o el minuto 60 de su impensable victoria en el Camp Nou (cuando perdían 1-0, gol de Piqué, y se encontraban a 13 puntos del Barça).
Las semifinales contra el City tienen suficiente aderezo para el espectador: la revancha de Pellegrini, la amenaza de Agüero, evaluar a De Bruyne, el estado físico de Cristiano y Benzema, la respuesta de Ramos en uno de 'sus' partidos, la presencia de Jesús Navas, la prevista superioridad de Modric y Kroos frente al dúo Fernando-Fernandinho en el mediocampo.
Nadie lo dice en público, pero el Madrid sabe que se enfrenta a un semifinalista debutante, a un entrenador en fase de despedida que ya ha dejado su huella para la historia. Los deseos de revancha de Pellegrini no son nada en comparación con un banquillo repleto de talento y experto en sobrevivir. El Madrid no necesita convencer. Le basta con resistir durante 270 minutos para borrar toda huella sobre un pasado reciente (el último año) que presagiaba un naufragio colectivo, absoluto, irrefutable. Las semifinales dejaron de ser un salvavidas. Han hecho un milagro y no conciben desperdiciarlo ahora contra un semifinalista debutante. Aunque juegue el 'Kun' Agüero.