Ha pasado mucho tiempo desde aquel quebrar de regates entre defensas ajenas, desde ese relucir de balones de oro y conquistas europeas con acento juventino. Desde entonces, Platini ha cambiado de costumbres y ha 'modernizado' el fútbol europeo. Pero también, presuntamente, lo ha colgado de la soga de la corrupción. Y, de nuevo, como en sus días como futbolista, con él siendo protagonista. Sin balón, pero con su 'estilo'. Ha vivido durante años entre el relucir aciago de las estrellas pasadas y el brillo de las presentes. Hasta que ha caído en desgracia cargado de responsabilidad, obligado a dimitir como presidente de la UEFA tras la consumación del fallo del Tribunal de Arbitraje Deportivo (TAS), que le reduce la suspensión de seis a cuatro años.
Sus abogados, en un comunicado, dicen que lo deja para defenderse. Y así será. Platini seguirá luchando, pero alejado de toda la pompa futbolística que acostumbraba a consumir en su día a día. Su lugar lo ocupa, de momento, Villar, que está actuando de presidente en funciones desde que el francés fue inhabilitado y lo hará hasta que se nombre a su sucesor. Los plazos a seguir a partir de ahora se decidirán en el Comité Ejecutivo que se celebrará en Basilea (Suiza) el próximo 18 de mayo. Y, entre los candidatos, previsiblemente, estará el propio Ángel María Villar, según adelantó el diario AS este lunes.
Contado el final de la historia, conviene poner orden a la cronología de la caída de un mito. De un futbolista extraordinario, aquel que creció en Joeuf y buscó en el Nancy un lugar donde progresar. El mismo que firmó su primer contrato profesional tras los Juegos Olímpicos de 1976 y empezó a ascender rápidamente, sumando partidos y esculpiendo su carrera con títulos. Entre ellos, su primera Copa de Francia. Poca cosa comparado con lo que haría después.
Michel Platini presentó como aval su buen hacer en el Nancy y fichó por el Saint-Etienne, y con ellos ganó una Ligue 1. Su gran título antes de buscar la gloria en la Juventus. Y allí, el continente europeo vio emerger a uno de los grandes jugadores del siglo XX. Uno de esos que no sólo son capaces de decidir partidos, sino que también levantan trofeos. En total, facturó una Copa de Italia, dos campeonatos de la Serie A, una Recopa de Europa, una Supercopa de Europa, una Copa de Europa y una Intercontinental.
Los aficionados vieron emerger a Platini y él respondió con fútbol, ganando tres balones de oro y convirtiéndose en el ejemplo de miles de niños. Incluso, dándole una Eurocopa a Francia en el 84, con ese gol que Arconada se tragó para erigirse en el Barbosa español. Siempre tratando el balón con delicadeza, consagrándose como el mejor jugador francés de la historia hasta la aparición de Zidane. Tocando la pelota con elegancia y porte hasta su retirada, y entonces…
Entonces aquel futbolista intentó ser entrenador, pero se cansó pronto. Colgó las botas, buscó un lugar para su libreta en el armario y se puso el traje de gestor. Y fue ascendiendo rápidamente. Formó parte de la Federación Francesa y, más tarde, en enero de 2007, en Düsseldorf, en el XXXI Congreso Ordinario de la UEFA, fue nombrado como presidente del máximo organismo europeo. Pero antes de irse -o de que lo obligaran a ello- organizó una Eurocopa -la de Francia- con 24 selecciones, su gran apuesta antes de que todo saltara por los aires.
Nueve años después, su tiempo ha terminado precipitadamente. Cayó primero Joseph Blatter y después él. El TAS abrió un procedimiento contra Platini por recibir un pago de cerca de dos millones de francos suizos de la FIFA en 2011. Y, a su vez, el Tribunal de Arbitraje Deportivo (TAS) concluyó en su informe del lunes pasado que el francés infringió los artículos 20 (ofrecimiento y aceptación de regalos y otros beneficios) y el 19 (conflicto de intereses) del Código Ético de la FIFA.
Michel Platini, tras conocer la rebaja de la suspensión del TAS, decidió dimitir el pasado lunes. Y, por ende, también acabar con su sueño de convertirse en el presidente de la FIFA. Pero, sobre todo, este fallo ha puesto fin a la reputación de un mito. La leyenda, contemplada como ejemplo, ha perdido su brillo entre los hilos que mueve la corrupción. Él, salvo que se demuestre lo contrario en los próximos meses, ha traicionado los valores deportivos en pos del interés personal. Es decir, ha elegido regatear él solo en vez de buscar el triunfo del grupo, el de la institución. O, más sencillamente, el del fútbol.