A veces, los partidos se ven mejor por la radio. Por imponderables de la vida, tuve que disfrutar el Italia-España al volante y lo que me pareció en principio un fastidio resultó ser un hallazgo. La narración y los posteriores comentarios ofrecen una visión muy clara de lo que acontece. Incluso ayudan a reflexionar sobre algunas cuestiones que delante de la pantalla no quedan tan claras.
Por ejemplo, mi relación amor-odio con el fútbol. Apareció de forma manifiesta la injusticia e inmovilismo de su reglamento, que permite que el equipo que mejor juega y que hace disfrutar al personal acabe empatando (y de milagro). El mismo que algunos jugadores violan de forma constante sin que reciban más castigo que el reproche de un compañero. Esa extraña vara de medir que tolera que a Neymar le zurzan a patadas, le abran una ceja y termine el partido con una tarjeta amarilla, la misma que su agresor.
Claro que lo mejor llegó con el fallo de Buffon. Perro viejo, comencé a viajar de una emisora a otra para comprobar que en todas señalaban el respeto con el que la hinchada recibió el fallo y el contraste con lo sucedido con Casillas. Sin excepción, los comentaristas hablaban en tercera persona, como si ninguno de ellos tuvieran nada que ver con el asunto del exguardameta de nuestra selección. Como si fueran actores ajenos al drama y su comportamiento se caracterizase siempre por su rectitud de juicio y su objetividad con sus clubs preferidos. Y como si sus opiniones no tuvieran influencia sobre los aficionados.
Claro que, al cabo de nada, Sergio Ramos cometió penalti y las críticas se desataron, alguna de ellas bastante agria. Terminado el partido, Buffon, elegante, sereno y con voz tranquila y profunda realizó unas declaraciones ejemplares. Admitió la culpa y ejerció la autocrítica constructiva. Por su parte, Sergio Ramos salió despotricando, poniéndose las vendas antes de conocer las heridas y con un estilo desafiante. La razón que pudiera tener en su fondo la perdió en su forma, y más tras el contraste con el portero italiano.
Dicen que el hecho de que Buffon pidiera disculpas en el mismo terreno de juego evitó la recriminación de la grada. No creo que tal hecho hubiera sido definitivo en nuestro país para calmar a los censores. Si el suceso hubiera ocurrido en el Bernabéu, mucho antes de que Casillas se hubiera excusado, algún sector de la grada ya habría comenzado con sus protestas, que se hubieran agudizado con la petición de clemencia.
Eso sí, hubiera levantado los aplausos de la otra mitad del estadio. Unos pitando, otros aplaudiendo. Aún más que el balón, es obvio que a los españoles nos encanta la crítica y la división, y no hablo de aritmética. Basta con mirar la sede de un partido, de fútbol o político.
Y continuando con las leyendas y la radio, me cuenta Koki Martí, el director de la Ciudad de la Raqueta, que ha oído en una de ellas que Llull se ha convertido en el máximo asistente en la historia del Madrid, lista en la que parece ser que me encuentro en el tercer lugar. El asunto me escuece particularmente, porque hace años que quienes vivimos la transición de la anterior Liga Nacional de Baloncesto a la que comenzó a organizar la ACB (Asociación de Clubs de Baloncesto) reclamamos el trato que se merecen a los históricos que nos antecedieron y a quienes debemos todo.
La ACB sepultó el pasado y, entre otras cosas, comenzó a divulgar estadísticas (y muy malas los primeros años, por cierto) como si el baloncesto hubiera visto la luz en 1983. De esta manera, la historia de muchos grandes jugadores ha caído en el olvido, y con ellas muchas de sus gestas. La relación sería tan extensa que no cabría en esta columna, ya que cada uno de los clubs y selecciones que dieron vida al baloncesto durante tanto años tiene unos cuantos nombres que aportar.
Como botón, que no aparezcan Vicente Ramos, Cabrera y Corbalán (y no hablo de los anteriores porque no los vi jugar) en el reconocimiento a los mejores asistentes de la historia del Madrid que circula estos días por los medios es un atropello de gran calibre. Son unas figuras que determinaron de forma decisiva la trayectoria de quienes ahora están encabezando-según la ACB-la lista de los grandes pasadores blancos de la historia.