La trampa estaba servida antes de que Zinedine Zidane confeccionase su once ante el Granada. Podía jugar con James -cuya gloria había reaparecido en el impecable encuentro copero frente al Sevilla- o sin James. En ambos casos, el Madrid podía jugar muy bien, bien o regular (rara vez juega mal). Si ponía a James y el Madrid jugaba regular, le iban a crucificar por no cumplir con el culto a la excelencia indesmayable, o sea, porque el Madrid tiene que jugar de cine absolutamente siempre. Si ponía a James y el Madrid jugaba bien o muy bien, el argumento despectivo hacia las cualidades como técnico del francés estaba igualmente preparado.
"Se vuelve a demostrar, como ya se vio ante el Sevilla, que el Madrid solo juega realmente bien cuando está el colombiano, lo que viene a probar la ceguera táctica de Zidane al negarle la titularidad durante tantos partidos. Es James, con quien no contaba y al que humillaba, el que ha tenido que venir a sacar las castañas del fuego a un Madrid que, hasta la llegada de James, ganaba sin convencer y por el puro peso de su potra. Zidane solo acierta cuando rectifica".
Por lo demás, había otras dos opciones en caso de, por el contrario, no alinear a James. Si no ponía a James y el Madrid jugaba regular, Zidane estaba condenado a la más feroz crítica por las mismas razones que en el caso 1. Si no ponía a James y el Madrid jugaba de maravilla, se azuzaría en todo caso la tormenta, el rumor tóxico, la profecía autocumplida del incendio en el vestuario: el entrenador y el ídolo sudamericano no pueden ni verse y, aunque el Madrid sigue ganando y ahora también juega bien, la tensión entre ambos arruinará el ambiente y la buena marcha del equipo, lo que tarde o temprano se reflejará en el campo.
Muy probablemente ajeno a especulaciones de este tipo, Zidane optó por dar a James cuarenta y cinco minutos, cuando el partido ya estaba resuelto. El Madrid jugó bien con James y sin James, y ahora ya sí que no sabe uno qué decir, por rebuscado que quiera ponerse. Zidane es el desactivador de gilipolleces más infalible que ha pasado por el club desde que yo tengo uso de razón madridista. Es como Jeremy Renner en The hurt locker pero en calvo. Desactiva sandeces con una sangre fría de cirujano, y lo hace en las ruedas de prensa, usando a modo de bisturí esa sonrisa propia de un trasunto del Dalai Lama que supiera que, a diferencia del original, Nacho Cano jamás le ha dedicado una canción, con el extra de confianza que confiere este aliciente. Pero también lo hace behind the scenes, cuando alinea, cuando habla con sus jugadores.
"Son cosas que quedan entre dos personas que dialogan", respondió James al ser preguntado por sus conversaciones con el técnico. No sabemos qué le dice, pero vemos, porque es palpable, que si alguna vez había dejado de convencerle ahora la convence. Podemos, al referirnos a Zidane, estar hablando del líder con más granítica autoridad moral que jamás se haya hecho cargo del vestuario del Madrid. Quizá exagere. Quizá no.
James salió en el segundo tiempo, en un partido mañanero con poca historia por la inmensa superioridad blanca, con alegría y ganas de conquistar -de volver a conquistar- a la parroquia. El listón estaba alto después del gran juego, si bien con escasa oposición del rival, que se había visto en la primera mitad, pero ni siquiera la inconcebible maniobra de Marcelo en el gol de Cristiano (uno de los prodigios más restallantes de belleza que este espectador ha tenido ocasión de ver sobre un terreno de juego) hizo que el colombiano se amilanase. El golpeo con la zurda de James es un lujo al alcance de muy pocos, ni siquiera es frecuente en el Bernabéu. Se vio en el servicio a Casemiro en el quinto gol y en una falta que salió fuera por muy poco. No recuerdo al madridismo aplaudir tanto un disparo que no va a puerta. Hay sabiduría a raudales en ese golpeo, hay alquimia, hay carne de leyenda.
James jugará cuando tenga que jugar. Quien necesita tan pocos minutos como ha tenido hasta ahora para convertirse en el tercer jugador con más participación en goles (tantos o asistencias) de la plantilla no necesita aferrarse al caduco esquema de la titularidad incontestable para hacer Historia. La va a hacer. Solo quienes hacen milagros, en Glasgow o en cualquier otra parte, son capaces de escribir derecho con los renglones torcidos.