Mis seres mitológicos favoritos son el unicornio, la mantícora y la pegada del Madrid. No hay lugar común más irritante para el madridismo que aquel según el cual su equipo gana un gran número de partidos sin jugar bien pero apelando a su legendaria (nunca mejor dicho) pegada. Ayer, en un escenario ideal para dar un golpe maestro a la Liga con una victoria sobre el (no tan) eterno rival, o al menos para encauzarla muy convenientemente con un valioso empate, la alarmante falta de pegada del Madrid se hizo dolorosísima carne. El Barça ganó porque aprovechó mejor sus ocasiones, aupado por un Messi descomunal. El Madrid, por su parte, aupó a su vez a Ter Stegen hasta convertirlo en el auténtico héroe del partido, por encima incluso del argentino. Ter Stegen fue el héroe, pero el antihéroe fue la inocencia rematadora de los de Zidane. Y no se trata de un antihéroe de los que caen simpáticos y alimentan la mística del perdedor en las películas, sino más bien de los que inspiran una lástima teñida de displicencia.
El Madrid estuvo cerca de pagar su falta de eficiencia ante el arco rival en su eliminatoria ante el Bayern. Desperdició innumerables e inmejorables ocasiones en el segundo tiempo del partido de ida y en el primero del de vuelta, para frustración de su parroquia. No lo pagó porque se desempeña tan brillantemente en el resto de suertes del fútbol que la lógica cayó por su propio peso y se terminó imponiendo el que -de largo- mejor jugó. Ayer jugaron muy bien ambos contendientes, y ganó el más eficaz en la faena suprema del balompié. He utilizado esta vez “faena” y no “suerte”, como antes, para evitar exagerar la importancia que la fortuna pueda tener en estos lances ante la meta rival. La suerte cuenta, claro que sí, pero muchos madridistas, incluso los que amamos a Zidane casi por encima de todas las cosas, nos preguntamos si convertir las suertes en lances no será algo que también se entrene.
La falta de pegada es solo un aspecto más de la cualidad de pagafantas que acompaña al Madrid allá donde va. El Madrid lo hace absolutamente todo bien, si exceptuamos el hecho de que tiene romos los colmillos del gol y de la picaresca. Necesita generar muchas más ocasiones de las que debiera para marcar un tanto, y no sabe desempeñarse con solvencia cuando se trata de defender resultados favorables cuando los encuentros agonizan. Nadie practica el fútbol como el Madrid, nadie. Pero toda la épica y el brillante juego que es capaz de poner sobre la mesa cuando se aproxima el pitido final y va perdiendo se convierten en bisoñez cuando se aproxima el pitido final y va ganando (o, como ayer, empatando satisfactoriamente). Esta temporada brinda claros ejemplos de ello. Las Palmas, Atleti y otras cuantas efigies de la pringadez.
La condición (sí) de pringado del Madrid es enternecedora. Lo digo, pues no me escondo, con todo el afecto. Planteó el partido como si fuese una final angustiosa donde conviene el intercambio de golpes, cuando el único que se examinaba de verdad era el Barça y lo que convenía era domar el partido, domeñarlo, adormecerlo. Y gestionó mal el tramo final del choque. Otra afición más conformista sacaría pecho en estos momentos porque en las postrimerías del partido, y con uno menos, su equipo desdeñó todo conservadurismo (con las triquiñuelas que en el fútbol suelen acompañarle) para lanzarse a por la victoria cuando las circunstancias aconsejaban cautela. La afición del Madrid no es de esas y yo mismo, que muchas veces la critico, digo hoy que hace muy bien en no serlo. El Madrid colecciona títulos, no monumentos al altruismo. El empate que cazó James a centro de Marcelo, cuando quedaban pocos minutos para el final, valía su peso en oro de cara a la Liga, y cuesta entender que no se defendiera con más aplomo, aun asumiendo riesgos en materia de tarjetas. Al fin y al cabo ya no había casi partido por delante. ¿Por qué el Madrid es el único equipo que no hace faltas ni cuando hacen falta?
Con todo, la Liga sigue a tiro para los de Zidane, que pueden decir esa frase tan ubicua y desconcertante: oiga, dependo de mí mismo. Si por ello entendemos que ganando todo lo que tiene por delante y empatando en Vigo es campeón, la frase es irrefutable. Pero cada ciudad que el Madrid visite de aquí al final (Vigo en particular) va a convertir en una cuestión de orden público el que el Madrid salga del estadio que sea con los pies por delante, deportivamente hablando. La saña de toda la España antimadridista, acompañada (o no) por el desfile primaveral de proverbiales maletines, no es obstáculo que pueda combatirse con bisoñez.
Zidane, estoy seguro, sabe cómo lograr que este equipo haga prevalecer de una vez la eficacia y la practicidad.