El 26 de junio de 1993, un Real Zaragoza con vocación de equipo soñador perdió la final de Copa del Rey contra el Real Madrid, pero ganó algo mucho más importante. Aquel día, en el estadio Luis Casanova, la información genética de un puñado de desolados jugadores evolucionó hacia un estadio que antes, a orillas del Ebro, solo habían conocido los Alifantes, los Magníficos y los Zaraguayos, las tres generaciones precedentes más célebres en la historia del equipo aragonés.

Mortales como Aguado y Solana, entre otros tantos, trocaron el prestigio herido que infunde la derrota por el orgullo que imprime la victoria. A todos les sacudió el mismo oleaje: de pronto, en el contexto de un fracaso, el gen ganador de campeones zaragocistas del pasado retoñó en sus entrañas. Aquel equipo se merecía un título. Y no pararon hasta levantarlo.

Tras ese punto de inflexión, denominado como el ‘Uriazo’ por la controvertida actuación del colegiado del encuentro, Urío Velázquez, la sed de gloria que los ahogaba produjo un efecto mimético en su juego. Y de ese propósito iban a ser partícipes nuevos puntales que llegarían a finales de la temporada que fenecía y que serían claves en el futuro más cercano. Esnáider y Pardeza, a los que les colgaba la etiqueta de ‘jugones’, aterrizaban procedentes del Bernabéu, y desde Inglaterra venía el centrocampista Nayim, que jamás auguró la hazaña que iba a protagonizar: “En ningún momento pensé que podíamos ganar una Recopa; entonces los equipos españoles no eran tan fuertes. Simplemente creí que podría jugar en Europa y que igual ganaba una Copa del Rey”.

Cedrún no estaba loco

Así fue: en su primera campaña como jugador blanquiazul, Nayim conquistó la Copa de su Majestad contra el Celta. Un día después del éxito, en el balcón del Ayuntamiento, con la ciudad entera reunida a sus pies, la voz profética de su portero Andoni Cedrún vaticinó el final del “partido más importante de mi vida”. “Todos pensamos que estaba zumbado cuando en la celebración dijo que al año siguiente íbamos a traer a la afición la Recopa”, afirma entre carcajadas: “Obviamente, eso nos añadió un extra de presión”.

Pero Cedrún no estaba loco. El Real Zaragoza, que había sido eliminado por el Albacete en la Copa del Rey de esa temporada que se iniciaba, la 94-95, llegó a la final de la competición tras haber vencido a un poderoso Feyenoord y a un corpulento Chelsea.

¿Cuál era el secreto de esa plantilla?

Principalmente, que éramos una gran familia. Nosotros éramos amigos, como nuestras mujeres y nuestros hijos. La complicidad fuera del vestuario se traslada al campo. Y eso se nota. En las ayudas, en la química... Ninguno se consideraba la estrella: eramos currantes del fútbol, buenos jugadores. Cada uno teníamos un rol; la estrella del club era el conjunto en sí.

Hoy Gigi, como lo llamaban sus compañeros por un error fonético que cometió Cedrún, el 'flequi' -Belsué- y todos los demás siguen en contacto, comparten un grupo de Whatsapp y se unen cuando es posible.

Este compañerismo es uno de los valores que le inculcaron en su paso por la Masía. La pisó por primera vez con apenas 15 años, después de que el Barcelona le reclutara tras haberle visto jugar en su tierra, Ceuta, con el Unión África en las categorías de fútbol base: "Mi reto era llegar al primer equipo del Ceuta, el conjunto al que, con mi padre, iba a animar cada domingo". De repente, le llamó el Barcelona. Dijo "sí", aunque el desafío fuera tan complicado.

En ese crecimiento de un chaval que aspiraba a convertirse en futbolista, en ese obstinado empeño por cruzar el Rubicón, su padre, Alí, desempeñó un papel indispensable, ya que fue quien le contagió "la pasión por el balón". Con su marcha a la Ciudad Condal, Nayim "era consciente de que le estaba haciendo muy feliz".

Progresión en Barcelona

Su progresión con la camiseta azulgrana fue imparable: tras haber militado en el Barcelona Atlético juvenil, el Juvenil A y el Barcelona C, debutó con el primer equipo frente al Real Zaragoza, curiosamente; la vida reserva casualidades a sus personajes y esta fue una de las dos que Nayim viviría al amparo del conjunto blanquiazul.

Pero cuando había alcanzado la cima, una rotura de ligamentos cruzados le alejó durante ocho meses de la competición. Un año después, abandonaba la disciplina culé con el beneplácito de Cruyff, quien le apartó del equipo. "Mi relación con él no fue buena porque no contó conmigo... Pero él era el jefe y buscaba lo mejor para el conjunto, como yo buscaba lo mejor para mí", subraya.

Nayim se declara culé, "y nadie me va a quitar ese sentimiento", porque siempre "estaré agradecido a ese club que tanto me enseñó". El exjugador ceutí cree que podría haber triunfado en el Camp Nou, "sobre todo por mi forma de jugar", que llevaba grabada a fuego la identidad de ese fútbol de toque culé que en la actualidad, dicen, parece más perdido que nunca, aunque el antiguo centrocampista no coincide del todo con este parecer: "El estilo, que nos hizo ganarlo todo, sigue ahí, pero ha evolucionado porque los oponentes nos conocen más y debemos reaccionar ante eso".

Crítico con la nueva política de cantera actual, "en la que el club debería volver a confiar", Nayim está convencido de que "la esencia del Barça ha de seguir siendo la misma, la de tener mucho el balón y buscar la portería contraria con paciencia, desgastando al adversario con posesiones largas".

París

Esa es la piedra angular de la 'Filosofía Cruyff', que permitió al Barcelona ganar su primera Champions League en 1992; éxito que no repetiría hasta 14 años después en París, escenario de grandes citas futbolísticas: la ciudad donde Nayim disputaría con el Real Zaragoza la primera final de Recopa de su historia en mayo de 1995.

Cuando el ceutí llegó a la capital francesa para jugar el encuentro contra el Arsenal, uno de los seis equipos que dividen la cultura futbolera de Londres, apenas conocía la 'ciudad del amor': “Solo había estado una vez, cuando era juvenil”. Pero dominaba a la perfección la esencia del fútbol inglés, su aroma, una excelsa armonía entre “nobleza y dureza, y, ante todo, pasión". Como también controlaba la idiosincrasia 'gunner', puesto que el lugar al que había emigrado tras su paso por el equipo catalán había sido el Tottenham (enemigo tradicional del Arsenal).

Usted fue uno de los pioneros en poner rumbo a la Premier. ¿Por qué al jugador le cuesta tanto triunfar en las Islas? ¿Qué hay que tener?

Hay que querer, querer aprender otro idioma, integrarse en un ambiente muy distinto, querer adaptarse a un fútbol diferente. Hay que tener personalidad. Yo, a los tres meses, ya dominaba el inglés y sabía manejarme muy bien por la ciudad.

Nayim, en un partido entre leyendas del Tottenham y el Ceuta. Tottenham

Al goleador español le cuesta especialmente triunfar en Inglaterra (a excepción de Fernando Torres) porque "la exigencia física para ellos es increíble; el ritmo es muy alto", y el futbolista de nuestro país cincela un juego menos correoso. El 'Brexit' abre la incógnita de si, en el futuro, la Premier League continuará recibiendo extranjeros, como Nayim, defensor de que "hay que separar el fútbol de la política": "Ellos no son tontos y darán facilidades a los equipos; de todas formas hay otras ligas muy buenas, no solo la inglesa".

¿Como extranjero, siente que realmente existe ese rechazo por parte de los británicos a los foráneos?

Yo nunca he tenido ningún tipo de problema. El fútbol es un deporte universal, que aúna todas las culturas, todas las religiones.

Nayim jugó cinco temporadas en el Tottenham, donde fue "muy feliz", pero decidió regresar a la Península Ibérica ya que, tras su fiasco en Barcelona, "tenía una espinita clavada con el fútbol español". Le llegaron "ofertas importantes", sobre todo la de renovación de la escuadra londinense. Sin embargo, el ceutí escogió el Real Zaragoza porque "fue el club que más pujó" por él.

El centrocampista supo cómo devolverle toda la confianza depositada al equipo aragonés en ese ya imborrable encuentro contra el Arsenal que, no obstante, estuvo a punto de no completar. Una fuerte entrada ("malintencionada") de Hartson por detrás del talón de Aquiles a los dos minutos de juego enmudeció las gargantas de la afición zaragocista. "Fue durísima" -recuerda- "pero yo debía estar en ese partido". "Tenía que estar roto, sin poder caminar" para abandonarlo. Se recuperó -”al momento”- porque el fútbol le había concertado una cita con la historia.

"Al principio nos costó jugar", rememora. Era lo esperado: aunque el Real Zaragoza tenía trazos de equipo veterano, era novato en citas de tal exigencia; a diferencia del Arsenal, el vigente campeón, que el año anterior había derrotado al Parma. Sin embargo, en cuanto el equipo se reencontró con el juego de sus grandes noches, comenzó a navegar con viento de cola. El despliegue de todas sus virtudes se tradujo en el mejor premio posible: el gol. “Esnáider la metió, desde el borde del área, por toda la escuadra”, narra. Pero el conjunto gunner supo resarcirse y empató.

Durante los minutos finales, el marcador señalaba un merecido uno a uno. Entonces, en un alarde de su calidad, Pardeza gambeteó y cayó en el área: “El penalti era claro”. Pero el colegiado, Piero Ceccarini, no lo vio o, por lo menos, no lo pitó, y el enfrentamiento se fue a la prórroga. El videoarbitraje (VAR) actual podría haber sentenciado la polémica, aunque Nayim no se muestra muy partidario de su aplicación, como aquellos que propugnan que su uso exacerbado podría corromper la esencia del fútbol: “Para finales y goles fantasmas me parece útil. Pero en lo demás… Tampoco hay que volverse loco con este tema”. Su utilización está justificada sólo en “momentos puntuales”.

Cambio de última hora

En ese momento puntual, a falta de tres o cuatro minutos para la conclusión de la prórroga, el joven entrenador blanquiazul, Víctor Fernández, ya pensaba en los penaltis, por lo que realizó un cambio de última hora. Geli, un especialista desde los 11 metros, se preparaba para ingresar en el terreno de juego, desatando una casualidad astral, un giro impredecible en un guión que hubiera firmado el mismo Alfred Hitchcock. “Yo llevaba todo el partido jugando por la izquierda, pero la entrada de Geli por García Sanjuán me obligó a cambiarme de banda”, matiza.

Desde su nuevo costado, el derecho, tomó la Bastilla. “Bueno, no fue para tanto...”, se ruboriza un Nayim que como sujeto representa la mímesis del Nayim jugador, elegante en cada una de sus respuestas, que medita con la concentración de un cazador al acecho. “Amigo de sus amigos”, se define como “alguien muy leal”, que va con su gente “hasta el fin del mundo”.

Su lenguaje abunda en el empleo de los pronombres personales en primera persona para hablar de un equipo, el Real Zaragoza, al que le jura amor eterno: “Ocupa una gran parte de mi corazón”. “Nosotros [los zaragocistas] seguimos creyendo”; “me siento muy querido ahí”; “nosotros siempre hemos sido un clásico del fútbol español”. Frases que ponen de relieve el verdadero color de sus venas.

Nayim, en su Campus. Ceuta Deportiva

No obstante, “también sigo al Barça, al Tottenham y al Logroñés, mi último equipo”, subraya al otro lado del teléfono, desde Ceuta, donde está organizando como cada año un campus con los más pequeños en el estadio del lugar, el Alfonso Murube, mientras “echa una mano al equipo de la ciudad”. A los 120 niños que instruye con ayuda de invitados como “Lobo Carrasco o Raúl”, les intenta aleccionar para que sobre el campo “sean creativos, para que intenten cosas, que no se encorseten en la táctica, que también es importante, sino que disfruten del juego y cometan riesgos en beneficio del espectáculo”. Es consciente de que los tiempos actuales, aderezados por andamios y pizarras, albergan poco espacio para la imaginación.

Durante unas temporadas ha combinado esta labor con su puesto como comentarista de nuestra Liga en el canal Sky de Inglaterra, en una coyuntura en la que el periodismo deportivo está en entredicho: “Hay de todo en todos lados; es verdad que ahora prácticamente sólo se habla de fútbol, pero es lo que demanda la gente”. También la locura del mercado de fichajes está en tela de juicio: “Es un dineral, sí. Pero, si eso beneficia a los jugadores, yo me alegro”. Lo mismo piensa de la llegada de los petrodólares: “La gente con dinero que viene a invertir en el fútbol provoca que los jugadores puedan cobrar más y que los equipos puedan tener mejores futbolistas”.

La "barbaridad" de los derechos televisivos

No obstante, advierte: “Lo que es una barbaridad es el reparto desigual de los derechos televisivos entre los dos grandes y el resto, que lo único que hace es mermar la igualdad de la Liga”. “Tampoco me parece adecuado el trato de la federación al aficionado, al que no se le tiene en cuenta”, reflexiona, en alusión a los horarios de los partidos, que se deciden pensando más en los seguidores de China que en los de España.

A su currículum se le suma su cargo de segundo entrenador del Real Zaragoza desde diciembre de 2009 hasta noviembre de 2010: “Estuve muy bien a las órdenes de José Aurelio Gay. La primera temporada fue genial, pero en la siguiente se fueron los grandes jugadores y no vinieron otros tan buenos”. Gay fue destituido y Nayim abandonó la disciplina zaragocista.

Como él, “Esnáider y, sobre todo, Poyet” apuntaban a los banquillos cuando eran jóvenes. Sin embargo, de todos los compañeros con los que compartió vestuario, Guardiola era a quien más espíritu de míster le adivinaba: “Ya con 13 o 15 años dominaba todas las facetas. Siempre estaba corrigiendo... Ha sido siempre un apasionado de este deporte, lo sigue siendo. Y como entrenador ni te cuento... Es uno de los mejores”.

¿Ha tenido ofertas para dirigir?

No; no he tenido ofertas importantes. Y eso que a mí lo que más me gusta es la acción; el verde.

La conversación avanza hacia la jugada que le convirtió en leyenda. “Quedaban unos 24 segundos para el pitido final”, rememora. Cedrún sacó en largo, “Poyet no llega a la bola y Linighan despeja con un débil cabezazo a la banda derecha”. El balón, fruto de los caprichos del destino o simplemente de la física, le tuvo que caer a él, que se encontraba a 50,5 metros del arco. “La pelota me quedó botando y vi que el portero, David Seaman, estaba adelantado”. También observó que Pardeza, Geli y Esnáider circunvalaban el fuera de juego. “Esta es la mía”, se dijo.

Dio unos cuatro o cinco pasos con la cabeza en alto y, ante la sorpresa de todos, disparó. “¡Estás loco, Nayim”, gritan en los bares de la capital aragonesa. “Cuando le pegué, sentí que le había dado bien”. El balón voló sobre la noche parisina y alcanzó los 11,7 metros. Había transcurrido poco más de un segundo y, en ese estadio, pocos vislumbraban lo que iba a ocurrir. “Yo… yo sólo esperaba que Seaman se equivocara y no calculara las distancias”. Eso es lo que sucedió.

El esférico se precipitó sobre la portería, ante el vano esfuerzo del cancerbero, que, abatido, ca al suelo sabedor de que la “superioridad que intentaba mostrar” le había traicionado en aquella jugada que le marcaría de por vida.

Gol de Nayim Recopa 1995, Real Zaragoza vs Arsenal FC

Fue un buen golpeo”, reconoce. No había sido aislado; en realidad, Nayim había anotado ese gol varias veces antes de aquella final. En los entrenamientos, de pequeño, en Ceuta… Pero, “claro, ninguno en un contexto como aquel”.

Sí, sí” -admite-, “por supuesto que fue el mejor momento de mi carrera”. ¿El peor? Lo vivió como persona, no como jugador. “El suicidio de Sergi López y el atraco a Cáceres, ambos compañeros en ese mítico equipo, no se olvidan”, se lamenta. “Uno, por desgracia, ya no está entre nosotros y al otro, Cáceres, le afecta una minusvalía importante”: se desplaza en una silla de ruedas y padece una parálisis en el lado izquierdo.

El Negro’ formó una dupla inolvidable en la defensa al lado de Xavi Aguado, al que algunos comparan con Jesús Vallejo. “Bueno… Aguado fue mucho Aguado, pero Vallejo, sin duda, triunfará en el Madrid, aunque ha de tener mucha paciencia, porque la competencia es importante", asegura.

Así se sincera uno de los mayores símbolos de la historia futbolística de Zaragoza, un lugar que, dentro y fuera de sus muros, siempre ha hecho gala de su sentimiento futbolero con el mismo orgullo con el que pregona la bella arquitectura de la Basílica del Pilar. El Real Zaragoza ha sido un equipo con solera, un cosquilleo que estremece a cualquiera “con el bufandeo de La Romareda”, una herencia que hasta hace nada era un privilegio recibir, pero que ahora, “por la pésima gestión de Agapito Iglesias”, parece que ha evolucionado de sello de prestigio a la vergüenza de la letra escarlata.

"Seguimos siendo un clásico"

Yo creo que seguimos siendo un clásico”, proclama. “La gente nueva está gestionando muy bien la deuda; yo estoy convencido de que saldremos adelante”, como lo hizo aquel Zaragoza que perdió la final de Copa de 1993 un año después de estar a punto de descender. En la época del ceutí, el equipo aragonés tuvo que probar el fracaso para saborear la gloria.

A este juego entre la muerte y la resurrección se encomiendan hoy los zaragocistas, que han experimentado el tiempo más oscuro de la identidad y que fantasean, gracias a fichajes como el de Febas o el de Buff, con otro periodo de esplendor. Quizá ese renacimiento se produzca de la mano de alguien con la misma sangre de Nayim, como su hijo, que recientemente hizo una prueba con el Deportivo Aragón. “Ojalá”, sueña su padre. "Pero lo que importa es que llegue, con o sin él”.

¿Y qué le dijo a usted el mayor de la familia, Alí, que fantaseaba con los éxitos de su hijo futbolista, después de aquella proeza en París?

Que ya se podía morir tranquilo.

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