No hace tanto tiempo, al Real Zaragoza se le ha visto jugar como los ángeles. Por eso, encontrarle instalado en la octava posición de la Segunda División, a sólo un punto de los playoffs de ascenso a Primera, no basta. El desafío se le atraganta año tras año, como un hueso, de una forma u otra.
El equipo maño, que en las cinco primeras jornadas de liga había cosechado tres victorias, un empate y una derrota, camina a la deriva desde entonces. Antes del mal momento, en las oficinas del club se respiraba optimismo. En la larga agonía del equipo en esta última etapa en Segunda, los comienzos de campeonato nunca habían sido tan regulares. Las siguientes cuatro fechas, sin embargo, han sido bastante desalentadoras para su afición. La línea es claramente descendente.
Las dos últimas salidas se han transformado en derrotas: contra el Numancia y frente al filial del Sevilla. Tampoco consiguieron vencer en Girona. Y en La Romareda no lograron superar al Córdoba. Una prueba de fuego para la paciencia de una hinchada rigurosa, que ha visto levantar una Recopa de Europa, seis Copas del Rey, una Supercopa de España y una Copa de Ferias; además de haber llegado a alcanzar el subcampeonato liguero en una ocasión. Todo ello en 59 temporadas en la máxima categoría.
Pero de nada le valen los títulos al Zaragoza en Segunda División. Ya han comenzado los nervios. El capitán, Alberto Zapater, el hijo pródigo –voló a Génova, Sporting de Portugal y Lokomotiv de Moscú antes de regresar a la capital maña–, intenta apaciguarlos con la templanza que le dan todos los años que ha peleado hasta el final con las botas puestas.
“Aquí las dudas son de la exigencia diaria del club, nosotros tenemos claro que hay que estar unidos, trabajando y sabiendo cómo es el fútbol actual. Tenemos 15 jugadores nuevos y entrenador nuevo. No nos sorprenden las críticas. Yo soy de aquí y conozco las reacciones que hay cuando el equipo no gana”, reconoce a EL ESPAÑOL.
Respecto a los títulos, o a lo que se siente circulando por la categoría de plata con la vitola de equipo más laureado de la competición, Zapater, en conversación con este periódico, lo asume con frialdad y madurez. “Recuerdo que cuando descendimos decían que éramos el Real Madrid o el F.C. Barcelona de la Segunda División, y eso no es así. La historia está muy bien, pero ahora la realidad no es esa. No es esa la actual situación del club, ni el presupuesto, ni los problemas económicos. Cuando regresé sabía que esto íbamos a tener que competirlo todos los días”.
En Zaragoza no hay ninguna duda de que Luis Milla es un entrenador como la copa de un pino, y que –aunque ya ha habido clubes que se han precipitado en cambiar de técnico: Getafe, Alcorcón– aún no se ha visto el potencial real de los principales candidatos al ascenso. Aun así, esta semana algunos compañeros del equipo han tenido que salir a defender a Milla.
“No noto que corra peligro. Y no me gusta lo que se ha publicado en prensa estos días. Creo que no se corresponde con la realidad. Estamos todos con él. Me sorprende que se esté hablando de ese tema a estas alturas”. Zapater justifica los hechos: ellos se limitan a contestar las preguntas de los periodistas. Nadie cuestiona al entrenador, nadie está poniéndole en duda, ni mucho menos traicionándole.
Las siguientes estaciones por las que circularán los hombres de Luis Milla son el Elche en La Romareda –domingo 16 de octubre, 12:00h– y el Real Valladolid en Zorrilla –23 de octubre, también a las 12:00h–. Otros dos pretendientes de las ansiadas plazas de ascenso. O lo que es lo mismo: más nervios todavía.
El capitán, titular en la Supercopa de España que ganó el club en 2004 –frente al Valencia–, y en la última final de Copa del Rey –perdida ante el Espanyol en 2006–, dos de los grandes momentos aún frescos en la memoria colectiva, no se lo piensa nunca, ni un instante, cuando hay que dar explicaciones. Esta semana, sin duda, había que darlas. Recuerda con prisa, antes de la despedida, que lo de planificar sólo semana a semana no es ninguna moda pasajera, sino el auténtico quid de la cuestión para no perder la cabeza ante las adversidades.
Eso sí, se lo piensa unos segundos antes de sentenciar, con crudeza, otra verdad como un templo –recordemos que aquí ya no hay ni rastro de Pardeza, Nayim, Esnáider, Poyet, Aguado, Villa o Diego Milito–: “En Segunda División, la historia no significa nada”.