El partido entre el Real Madrid y el Tottenham fue digno del Bernabéu. No se puede decir algo tan elogioso de muchos partidos. Dos acciones del mismo, además, fueron propias de las más grandes ocasiones vividas en ese recinto.
En el minuto 54, Benzema cabeceó a bocajarro, y a dos metros de la línea de gol, un centro del estupendo Achraf. Lo que Lloris hizo con ese balón, sus reflejos y su pierna izquierda deja la parada de Casillas ante Robben, en el Mundial de Sudáfrica, en el ámbito de lo prosaico. Lo de Lloris sí que fue un milagro. La mayor parte de los analistas post-partido, al alimón con el madridismo tuitero más odiador, aventuraron una explicación más laica: fue un fallo de Benzema.
Sí, amigos. Fue un fallo de Benzema. "Tenía tiempo para pensar hacia dónde quería dirigir el remate", escuché decir en el programa de sillas futbolero más conspicuo a un enterao. Y para comprar 150 gramos de mortadela y una tijerita de uñas, añado. Es lo que tiene rematar de cabeza centros fulminantes al área con las manos del portero a centímetros y rodeado por cinco defensas: que tienes ocasión de meditar pormenorizadamente si la metes por aquí, si por el contrario la metes por ahí, o si mejor optas por conectarte a internet para buscar en Google Translate cómo se dice en francés "culpable de todo".
La otra acción tuvo lugar en los últimos minutos del partido. Harry Kane aprovechó una estupenda jugada de los Spurs para perfilarse solo ante Keylor. El tico le tapó el hueco y desvió con la punta de los dedos. Fue una parada magistral, pero no milagrosa. No entra en el rango sobrenatural que adorna la de Lloris. Ello no impidió que la doble vara de medir accionara sus resortes.
Aquí nadie habló de error por parte de Kane, reduciendo la explicación del gol que no subió al marcador al mérito del portero costarricense. Kane era la novedad, y la novedad se presenta siempre ligera de equipaje. La crucifixión conceptual que habría sufrido Benzema de haber malogrado esa misma ocasión habría sido lacerante, porque Karim, en cambio, y dejando de lado sus objetivas lagunas de cara al gol, cuenta con el lastre de una cara conocida, marcada además por una aparente y consuetudinaria expresión de indolencia.
Benzema ha ganado mucho con el Madrid (3 Champions para empezar a hablar), y algo habrá tenido que ver en esos logros, pero nada de esto cuenta realmente cuando en el otro lado de la balanza está el ansia de renovación per se, la teoría dylaniana sobre estar ocupado en nacer versus estar ocupado en morir. Ocuparse en nacer es para gran parte del madridismo fichar a Kane, que es la cara fresca y rezumante del verano. El problema de Benzema no son los goles fallados, o lo son en menor medida. Es lo otro.
Por eso, por lo otro, es fallo de Karim lo primero y acierto de Keylor lo segundo. Por eso Lloris no es a Benzema lo que Keylor es a Kane. Parafraseando a Bill Murray en Atrapado en el tiempo, no es que Benzema sea malo, es que lleva mucho tiempo aquí (Murray lo decía sobre Dios y su omnipotencia). Parafraseando también a Woody Allen en Delitos y faltas, porque a Kane sólo le falta ponerse la blanca para empezar a caducar, podemos afirmar sin duda que "Benzema = Kane + tiempo".
Otro periodista tuiteaba más o menos lo siguiente: "Cambias de camiseta a Benzema y Kane y el partido acaba 3-0". El poder del ansia de novedad es de tal calibre que puede no sólo atribuir a Kane los goles que no marcó, sino hacer que el gol en propia meta de Varane se volatilice.