El VAR nació con el propósito de objetivar el fútbol y con la resistencia de quienes creían que difuminar el poder del árbitro terminaría con la controversia, una salsa de su aprecio. Estos adversarios de la tecnología ignoraban el funcionamiento de nuestro cerebro, cuya evolución engastó las partes más racionales sobre las primitivas, sujetas sin escape a las emociones más básicas. Precisamente, las que suscita el fútbol, un deporte tribal y con colores a los que nos aferramos con la pasión que nuestros procesos bioquímicos retroalimentan sin cesar.
De hecho, la influencia de la parte inconsciente es tan poderosa que tiene una capacidad de procesamiento 200.000 veces mayor que la consciente, lo que explicaría por qué divagamos casi la mitad de nuestro tiempo. Además, la afiliación deportiva -como la política- viene determinada en muchas ocasiones por la identidad de grupo, bien transmitida de padres a hijos, o por la socialización, es decir, incrustada de forma tribal y emocional como ninguna otra, y, por lo tanto, predispuesta a solapar el juicio racional.
Pero esto sólo es el principio, pues la lista de sesgos que condicionan nuestra forma de pensar es tan profunda y sorprendente que habrá que centrarse en unos pocos. Como ancestralmente hacían los cazadores-recolectores, los humanos seguimos juzgando el mundo teniendo en cuenta los ejemplos que nos vienen a la mente, a su vez supeditados al mecanismo reductivo por el que el cerebro recuerda los hechos: simplificar con atajos hacia lo que más le ha impactado emocionalmente o hacia lo más reciente. Digamos que ante la enormidad de opciones que se nos presentan utilizamos la intuición, que no es otra cosa que el cálculo rápido de nuestras neuronas que utilizan los datos de fácil acceso.
De esta forma, nuestra impresión indica que los árbitros perjudican mayoritariamente a nuestro equipo, pues olvidamos enseguida cuando perjudican al rival. Este sesgo se ha reflejado en numerosos estudios psicológicos con aficionados de cada club juzgando las faltas a favor y en contra de los suyos en un partido, y el favoritismo con el que evaluaban a los suyos asomando palmariamente en las cifras.
No es de extrañar, pues los seguidores consumen noticias de los medios de su cuerda -¡también afectados por los mismos sesgos!- para reafirmar sus opiniones y acentuar sus vivencias como aficionados, lo que causa el efecto acreditado de que cuanto más informado está un individuo más radicalizada está su opinión. Una retroalimentación que concluye con una característica de nuestro sentido moral: la búsqueda del chivo expiatorio, en este caso por parte de protagonistas y afición, más fácil de expresar públicamente cuando la responsabilidad se diluye en un sistema y no en una persona, el árbitro que también puede quejarse.
Para echar más leña al fuego de nuestra parcialidad y de forma innata, las pérdidas se implantan en nuestro cerebro de forma más negativa y con más peso que las ganancias, por lo que, de forma habitual y sin que nos enteremos, nuestra defectuosa memoria olvida los involuntarios tratos de favor del estamento arbitral y graba a fuego las decisiones en contra durante años, y en algunos casos, durante toda la vida.
Así que el terreno está abonado para las reacciones en caliente, radiografiadas por el famoso experimento de Benjamin Libet. Apenas disponemos de doscientos milisegundos antes de que nuestras decisiones queden completamente anegadas por las emociones. Hasta el famoso autor de Sapiens, Yuval Noah Harari, pone en cuestión que los seres humanos podamos disponer de un libre albedrío, atrapados como estamos en un proceso de reconocimiento neuronal de patrones en el que las reacciones bioquímicas emocionales nos conducen automáticamente.
Claro que, también hay muchos aficionados bajo el sesgo de atenuación afectiva, o sea, que cualquier tiempo pasado fue mejor y el árbitro ha de ser intocable porque representa la esencia del fútbol. En definitiva, el Var tiene muchos detractores, cuando sus problemas esenciales son básicos: la carencia de normas racionales y objetivas que rijan un procedimiento hoy tierno y que pretende ser justo. Y nuestra mente, que falla más, mucho más, que la propia Asistencia al Árbitro por Vídeo (en inglés, Var).