Como un niño irreflexivo que regala lo que no puede, el Real Madrid no cesa en su actitud desprendida. También como un niño, cuando es consciente de que su trastada tendrá consecuencias se esfuerza en remediar lo que no siempre tiene remedio, para intentar aplacar la severidad de quienes lo juzgan. Y asimismo, de forma inmadura e irresponsable, se siguen cometiendo los mismos errores, reflejos de una actitud impropia de un entrenador y jugadores experimentados.
El revés no es descomunal, pero la derrota supone un contratiempo imprevisto. El título en juego era menor, aunque la ocasión se presentaba propicia para conseguir un remanso en el clima que rodea al Real Madrid. Y, además, para generar una carga de confianza necesaria en un equipo de marcha irregular. Ni lo uno ni lo otro, porque algunos hábitos se repiten de forma tan insistente e irritante que condenan sin remisión el resultado del esfuerzo.
Hace tiempo, casi desde que este equipo comenzó a escribir su leyenda, que el Madrid de Zidane llega tarde a demasiados encuentros. Le gusta coquetear con el suspense, aplazar la solución con unos comienzos dubitativos, sin energía, que tuercen los resultados con más asiduidad de lo que su calidad y prestigio exigen. Regalos que los contrarios agradecen y que no suelen devolver.
La tendencia al desorden y la monotonía se siguen presentando con frecuencia, un aparente contrasentido que no resulta serlo en la práctica. Por un lado, el equipo juega a lo mismo demasiado tiempo durante el partido, moviendo el balón de forma horizontal y sin desbordar a la defensa. Ayer, Hazard partió sin sitio, ocupada su parcela por los continuos movimientos de Benzema en su condición de falso nueve. Y Mendy, magnífico defensor, es demasiado plano en ataque, lejos de la calidad que tenía Marcelo en este ámbito.
Por otro lado, el equipo se rompe más de lo que debiera en estos tiempos en los que cada rival escudriña los puntos débiles madridistas: bien porque su primera línea de presión es sobrepasada, bien porque la sobrecarga de efectivos por los laterales deja espacios libres a su espalda. Quienes deberían correr para cubrir esos huecos no lo hacen, de forma que la defensa se apaña como puede y, casi cada partido, Courtois se luce con grandes paradas.
Aún así, es innegable la reacción de fuerza y entrega habitual, en la que ayer salió cruz. Buenas oportunidades con tiros al palo de Asensio y un gol anulado a Benzema que fue una joya. A fuer de ser sinceros, también el Athletic tuvo alguna oportunidad más que Courtois desvió con su brazo interminable.
Una ocasión que se dilapidó, y una oportunidad más para revisar unos errores que se repiten y una actitud errática. Zidane insiste con los suyos, fiel a su principio de mantener a sus soldados veteranos, colegas en mil batallas, pase lo que pase. Quizás haya que darle una vuelta a este asunto, pues la fidelidad es elogiable, pero cuando deviene en ciega, la responsabilidad de quien la concede queda en entredicho. Y con mucha razón declaró el entrenador tras el encuentro que no se puede ganar siempre. Pero también sería conveniente no perder igual siempre.