El Madrid comienza esta década como discurrió en la anterior. Con actuaciones sublimes, capaces hasta de ganar más Champions que nadie, y lagunas impropias de quienes se cuentan entre los mejores jugadores del mundo. Sublime estuvo Vinicius y frágil como la porcelana la defensa madridista, cuyo entramado se desarma de forma intermitente pero constante.
El equipo de Ancelotti exhibió momentos esperanzadores junto a despistes frecuentes. Los blancos encajaron dos goles en la reanudación de las pausas: en la más larga, la del siempre traicionero descanso; y en la más breve de hidratación. Es decir, justo tras los momentos en los que el cuerpo se relaja y la mente se disipa. Un toque de atención para un equipo cuyo fuerte no es la concentración permanente.
No obstante, la parroquia madridista tiene motivos suficientes para el optimismo. Bien es cierto, que el Madrid afinó la puntería antes que el juego. Sin embargo, tras el gol de Bale los blancos bordaron el juego y acorralaron al Levante, con Isco en el desempeño de Modric.
Por cierto, dos destacados desahuciados. El galés, sosegado en su juego, algo más retrasado, presente donde el juego se hila sin perder su capacidad goleadora. El malagueño, ordenado y vibrante, ofreciendo al equipo la consistencia que le faltó tras ser cambiado.
Tras el varapalo del tempranísimo gol del Levante tras el descanso, el Real Madrid extravió el nervio del encuentro, que quedó sin dueño, palpitante, desenfrenado hasta el final. Abandonada su suerte a la inspiración de los jugadores, la primera en presentarse fue la de Campaña en una volea impecable y difícil que adelantó a su equipo.
Puesto a compensar, Ancelotti buscó la creatividad de Vinicius, Rodrigo y Asensio, a costa de perder peso específico en la construcción del juego. Y por aquí llegó más esperanza para el futuro con el bullicioso Rodrigo y el galopante Vinicius, certero, implacable en sus oportunidades de gol.
El Madrid se las prometía muy felices, pero se enfrascó en su horizontalidad
Entre ambos, el Madrid se convirtió en una máquina de crear ocasiones. Directos, impulsivos, alborotadores, pero también vertiginosos, cada vez más expertos y maduros. Van cuajando como grandes jugadores, en particular VIni, pletórico de confianza, cuyo cupo de actuaciones gloriosas está ya bien nutrido.
Tanto apretó la ofensiva madridista que el Levante jugó sus últimos siete minutos con Rubén Vezo en la portería, tras ser expulsado Aitor en su salida para detener el enésimo embate de Vini. El Madrid se las prometía muy felices, pero se enfrascó en su horizontalidad, mientras la picardía rival convirtió el juego efectivo en menos de la mitad de lo que restaba, cronómetro de un servidor en mano.
Muchas lagunas, un buen número aciertos y demasiados interrogantes para un equipo que aspira a ser campeón.