Más aún que su liderazgo en la tabla, el Real Madrid apuntaló su autoconfianza y su motivación. La creencia en sí mismo como equipo que adquiere la entidad de campeón; y la seguridad de que en ocasiones futuras y comprometidas saldrá victorioso. Una victoria del indomable -Ancelotti dixit- carácter madridista, presente en sus equipos desde que Alfredo Di Stéfano lo implantó con su ejemplo magistral.
La confrontación frente al hueso de Bordalás, siempre duro de roer, fue coriácea, titánica, cuajada de vigor patente en el marcaje y las transiciones. El Valencia impedía la salida del balón del Madrid, por lo civil -con un robo- o por lo penal -con una falta indisimulada.
Así, aunque Modric lograba salir del enredo rival con clarividencia, el balón no llegaba con presteza y frecuencia al cerebro de la ofensiva, Benzema; y tampoco Vinicius podía lucir su velocidad, convertido en el objetivo de la defensa rival.
Por cierto, que su caso está casi clavando el de Paco Gento, el causante de la implantación del líbero, incapaz ningún lateral de detener su carrera a campo abierto. También el legendario extremo izquierda fue discutido en sus primeros años por su velocidad improductiva. La paciencia del club y la sapiencia de Héctor Rial forjaron una leyenda, el proceso en el que -ojalá lo cumpla- está inmerso de lleno Vinicius.
Este predominio del poderío atlético es una premisa instalada, sin vuelta atrás, en el fútbol. El forcejeo inicial, el gas fresco capaz de igualar las contiendas, ha mutado del primer tercio de partido -el minuto treinta- al segundo tercio -el minuto sesenta-. Cuando ya no hay cuerpo que resista tal intensidad, cuando se producen los primeros cambios y las plantillas más completas imponen el dominio de su banquillo.
Pero aún hubo de porfiar más el Madrid. Fue el Valencia el que marcó en esta frontera del segundo tercio, ya iniciado el tercero. Merecidamente, pues tras el descanso volvió con el ímpetu intacto y con la visión puesta en la portería contraria más que en defender la propia. Hay un margen de mejora nítido para los blancos, pues no es la primera vez que el atolondramiento del intermedio les causa problemas.
Sólo faltaba que el asentamiento de los futbolistas fructificara en el genio de Vinicius y Benzema
La maniobra de Ancelotti quizás fuera tardía, aunque resultó vital. Su equipo no es aún un bloque compacto, con la defensa demasiado atrás en cualquier circunstancia. Una carencia que se alarga con el paso de los minutos del encuentro, con el paso de los años de los futbolistas.
La entrada de Rodrygo y de Camavinga -¡soberbio futuro!- inyectaron a su equipo las dosis necesarias de fútbol moderno, de fortaleza para apuntalar el conjunto. Sólo faltaba que el asentamiento de los futbolistas fructificara en el genio de Vinicius y Benzema, asistentes y goleadores correlativos y alternos. El Real Madrid no sólo ganó por su carácter irreductible: sus jugadores tienen una calidad que el resto no tiene en nuestra Liga.