La liga bulle cada jornada agitada por las decisiones del VAR, la igualdad pocas veces vista y la liberación de la energía controlada de Vinicius. El brasileño selló su progresión con un gol iluminativo, un latigazo de genio que culminó el despertar ancestral y arrollador del Real Madrid en el Bernabéu.
No importa cómo vaya el partido, la chispa puede saltar por una combinación hilada, por un rasgo de raza, por una carrera desesperada. El Madrid se despereza en un suspiro para convertirse en un huracán, en una fuerza inexorable, implacable. Frente al Sevilla, con el liderato en juego, el conjuro se repitió con Vinicius de nigromante.
No importa que enfrente esté un equipo con estructura sólida, táctica y física, que sabe lo que quiere y que busca las flaquezas del oponente. El Sevilla atraía hasta el área propia a los madridistas, siempre ansiosos de balón, para contraatacar después buscando las fallas entre líneas y abriendo el balón a las bandas. En este periodo se presentó como un equipo ancho, profundo, temible.
Por su parte, el Madrid se mostraba un tanto perplejo, impreciso en los pases, ambiguo sobre el terreno de juego. A despecho de sus ráfagas dominantes, el control del encuentro se le escapaba con frecuencia. Quizás porque la medular en juego – Casemiro, Kroos, Modric – no tienen el físico apropiado para un partido de córner a córner; tal vez, porque el equipo carece de los cimientos para una presión en todo el campo.
Como reacción tras el descanso, el Madrid inactivó al Sevilla encerrándose en su campo y esperando el contraataque. El encuentro se paralizó, atascado, hasta que la fuerza de los acontecimientos quebró la fijeza de Ancelotti. Su equipo necesitaba jugadores de refresco con el físico apropiado para atosigar al contrario y desnivelar una balanza incierta.
Así, Camavinga volvió con la fuerza que había mostrado, con el carácter que se le intuía. Uno no acierta a explicar las ausencias prolongadas de un jugador joven, dotado para el fútbol de estos días, veloz, resistente y con criterio.
El francés y Valverde agitaron el encuentro, con todo el equipo, ahora sí, encerrando al Sevilla en su área. Con el Madrid volcado, la única duda era cómo se produciría el desenlace. Llegó con un giro imprevisto, con otra muestra de la afinación sorprendente de un juego que, sólo hace unos meses, se caracterizaba por una arrolladora imprevisión.
La luminosa transformación de Vinicius es un suceso feliz que alimenta a una competición ávida de estrellas y al Real Madrid, cuyos problemas con el gol se diluyen. Siguen pendiente otros - ya endémicos -tan difíciles de resolver para este equipo, pero imprescindibles para combatir a los grandes de la Premier y al Bayern: la solidez estructural, un equipo que no se disgregue cuando el ritmo se acelera y se juega a campo abierto. Una asignatura pendiente, un deber para Ancelotti.