El barcelonismo esperaba con gran ambición el partido frente al Bayern de Múnich después de una temporada pasada para olvidar y de un verano ilusionante. El aficionado culé ha pasado en cuestión de meses de un hastío y de una rabia incontrolables por el desastroso rumbo de su equipo a un estado de euforia seguramente exagerado. Algo que el conjunto de Julian Nagelsmann ha rebajado con solo dos zarpazos.
Después de un buen inicio de temporada con cuatro victorias en cinco partidos de Liga y con 13 puntos de 15 posibles, llegaba para ellos el primer examen de verdad en la Champions. Habían debutado con triunfo ante el Viktoria Pilsen, un combinado de medio pelo que no era una prueba realmente válida para calibrar si este Barça había vuelto.
Las sensaciones hasta ahora habían sido buenas. El Barça de las palancas había conseguido superar el primer traspié del curso en aquel empate contra el Rayo y todo empezaba a fluir. Dembélé desbordaba en banda como si fuera el mismísimo Garrincha, Raphinha deslumbraba por el costado contrario como si hubiera nacido sobre la línea de cal del Camp Nou y Robert Lewandowski los metía a pares como si hubiera perdido 10 años solo al cambiar Múnich por Barcelona.
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Sin embargo, toda esta realidad no dejaba de ser un simple castillo de naipes hasta que los vientos huracanados de la Champions demostraran su verdadera resistencia. El Allianz Arena rugió con fuerza con los goles de Lucas Hernández y de Leroy Sané y devolvió al Barça de Xavi Hernández a la casilla de salida. Ni siquiera haber cambiado a Robert Lewandowski de bando había servido para cambiar el final del cuento.
Un Barça sin empaque
Si algo ha demostrado el Barça en Múnich es que ha perdido el empaque y el tronío de antaño. Ese que marca la diferencia en las grandes noches europeas incluso aunque se trate de un simple partido de la fase de grupos. Un duelo ante el Bayern, como pueda serlo ante equipos punteros e históricos como Liverpool o Real Madrid, nunca es un encuentro más. Y menos si se viene desde donde viene este Barça.
No hay que olvidar que hace tan solo unos meses, la entidad culé era un auténtico polvorín en el que se intentaba crucificar a Ronald Koeman e idolatrar al recién llegado Xavi. En el que Laporta no hacía más que destapar los fraudes y los agujeros económicos de la herencia dejada por Bartomeu. Y en el que para colmo el rendimiento deportivo era cada vez más pobre, con jugadores acabados como Gerard Piqué o Jordi Alba, que tenían que bajar al barro de la Europa League para intentar llevarse algo de comida a la boca en mitad de la miseria culé.
La segunda competición continental no hizo más que bajar al subsuelo a un Barça que ni siquiera pudo hacer frente al Eintracht de Frankfurt, club a la postre campeón del torneo. Por eso, su regreso a la Champions, y más en un partido importante como era este del Allianz, era más que esperado. Pero este Barça ha vuelto a naufragar y a decepcionar y todo porque se ha olvidado de jugar como lo hace un grande.
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La primera parte del Barça no fue mala. Buenas combinaciones, llegadas al área rival y mucho dinamismo. Incluso una larga lista de ocasiones para abrir el marcador que se fueron, una detrás de otra, al limbo. Ni con Robert Lewandowski en el césped el Barça pudo mostrar un ápice de la puntería y de la pegada que se necesita para reinar en Europa. Y algunos todavía piensan que el Balón de Oro de este curso debe ir para el polaco y no para Benzema. Como si el ariete del Real Madrid tuviera la culpa de que al por entonces delantero del Bayern le quitaran los dos últimos de manera injusta.
El Barça se hundió en un mar de ocasiones marradas mientras veía como el Bayern golpeaba con certeza. En cuatro minutos conectó dos directos al mentón de un equipo que, en Europa y ante grandes oponentes, sigue teniendo mandíbula de cristal. Uno de cabeza y otro de diestra, y el Barça quedó sobre la lona a merced de un Bayern que se dedicó a ver pasar los minutos sin hacer más sangre.
Ni Lewandowski, ni Pedri, ni Gavi, ni Raphinha ni Ferran Torres consiguieron quitar el candado de la portería de Manuel Neuer. El meta alemán apareció, sí, pero tampoco hizo el partido de su vida. Se limitó a parar los pocos acercamientos que llegaron hasta sus dominios de un Barça que mejoró algo su imagen, pero que de nuevo evidenció que le sigue quedando un largo camino hasta volver a ser un grande.
Otra vez el Bayern
El Barça ha entrado en un círculo vicioso de fracasos europeos del que parece no poder salir. La lista de verdugos, cada vez más larga, sigue siendo fácil de recordar. Por ahí aparecen los nombres del Liverpool, la Roma, la Juventus, el PSG y, sobre todo, el del Bayern de Múnich. Los alemanes se han convertido en su gran pesadilla.
El año que ganaron su último entorchado, y el triplete, de la mano de Flick, llegó el famoso 2-8 en el que Lewandowski se lo pasó como un adulto jugando con niños. No hay que olvidar que hasta Coutinho, por aquel entonces jugador del Barça y cedido en Baviera, marcó dos goles a su propietario.
La temporada pasada, el Bayern volvió a hacer sangre en la herida del Barça y le ganó, tanto en la idea como en la vuelta, en sus enfrentamientos en la fase de grupos. Ya con Xavi Hernández en el banquillo, los azulgranas mordieron el polvo y empezaron a cavar una tumba que desembocó en la Europa League, antesala del enésimo fracaso.
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Por ello, ahora ha vuelto el miedo a Can Barça y es que la derrota contra el Bayern ha resucitado los peores fantasmas del pasado, los que se agigantan en Europa y que vuelven a amenazar con otro año jugando en la categoría de plata del fútbol continental. El Barça ya ha mordido el polvo una vez contra el conjunto de Nagelsmann y podría hacerlo una segunda en el choque de vuelta. De confirmarse, el duelo contra el Inter sería clave para no volver a ser terceros de grupo.
El Lewandowski más gris
Una de las bazas que tenía este nuevo Barça para soñar era la presencia, ahora en su bando, de Robert Lewandowski. El fichaje ilusionante que había llenado de luz y de color el verano blaugrana. El primer gran galáctico de la segunda etapa de Joan Laporta. Ese que les iba a llevar de nuevo hasta el estrellato.
Sin embargo, en su primera gran cita, el polaco se ha terminado estrellando junto al resto de sus compañeros. Se podría decir que lo ha intentado, pero ha estado más fallón de lo que jamás se le recuerda. Y eso que no ha tenido encima la presión de un recibimiento hostil y de una grada que ha buscado minar su confianza.
A su salida a calentar y después como parte del once titular, gozó del gran ambiente del Allianz Arena y disfrutó de un caluroso recibimiento con una ovación de las que quitan el sentido. A la altura de la gran leyenda que fue en ese estadio por otra parte. Los aficionados alemanes se olvidaron de ese tira y afloja con su renovación y de su marcha y se centraron en apoyar a su equipo mientras Robert iba fallando una ocasión tras otra.
La más clara en el minuto 17 tras un centro de Gavi. Después de ganarle la espalda a los centrales, se quedó solo en el área para rematar de volea ante Neuer. Una de esas que nunca falla y que esta vez mandó alta. Lo siguió intentando. Se le vio voluntarioso, sobre todo en una primera mitad en la que tuvo más brillo. Upamecano le negó el gol antes del descanso tras un centro cuando ya se relamía para disparar.
En la segunda parte, el central francés, que fue su sombra, volvió a taponar otro de sus disparos, esta vez desde el costado derecho del área. Su última gran acción de mérito fue una pared con Pedri en la que dejó al canario solo delante de Neuer. Su disparo se estrelló en el palo. Lewandowski tuvo un regreso amargo y un partido gris ante el Bayern. Falló lo que nunca falla y desapareció como nunca lo hace siendo uno de los señalados de la primera caída del Barça de las palancas. El polaco empieza a ocupar el puesto de Messi, también en una faceta más ingrata que la de copar portadas y elogios.