Florentino llegó al fútbol dispuesto a ponerlo patas arriba. Arrebató su estrella al Barcelona, arrinconó a Raúl y liquidó sin prisa y sin ninguna pausa lo que quedaba de la época anterior. Fichó un Balón de Oro tras otro y reunió unos galácticos que deslumbraban pero que no ganaban. Un equipo de salón que no pudo reinar en Europa.



El proyecto no cuajó ni deportiva ni socialmente, quizá porque era desmesurado e inestable y todavía pervivía el equilibrio de un fútbol en el que las diferencias presupuestarias no habían abierto un abismo. Además, el presidente madridista fue uno de los grandes propulsores del llamado G-14 -con lo que se ganó la antipatía de la UEFA- y se puso en contra de Villar en las elecciones a la presidencia de la Federación -postura que le granjeó la enemistad de la RFEF-. En definitiva, muchos pulsos para cambiar un sistema que todavía tenía demasiados vestigios del fútbol de siempre, en el que el dinero estaba lejos de ser el factor predominante.



Su segunda etapa parecía discurrir por parecidos derroteros. Tras la época convulsa de Mourinho, Ancelotti pacificó el vestuario y el ambiente, pero el equipo perdió la Liga. El proyecto se tambaleaba de nuevo, mientras trazaba un camino que recordaba con precisión funesta a la primera etapa. Sin embargo, la final de Lisboa supuso un respiro enorme para el club y para los aficionados, y un cambio de rumbo en el destino del Madrid. La Copa de Europa venía al rescate como tantas veces en el pasado.



No deja de ser curioso cómo la máxima competición europea se ha convertido en la tabla de salvación del club en numerosas ocasiones. Tanto que el Madrid solo ha conquistado tres dobletes en su historia. Como si cuando dominara en España le costase dominar en el continente o viceversa. Incluso el Madrid de las primeras cinco Copas de Europa consecutivas de Marquitos, Di Stéfano y Gento solo consiguió dos ligas en ese periodo. Otra fue para el Athletic de Bilbao y otras dos para el Barcelona. Por esta y otras muchas cosas siempre me pareció que lo del equipo del régimen era un camelo de los quejicas de siempre.

Cristiano Ronaldo se retira con la Copa de Europa.

De la misma forma, la actual Liga de Campeones salvó la segunda era Florentino y acaba de rubricar una nueva edad dorada del Madrid que, sin duda, puede extenderse durante muchos años. Con cierta ayuda de las circunstancias todo hay que decirlo; la primera, la lesión de Bale. No porque el galés no sea un extraordinario jugador, sino por el empeño del club en alinear a los tres delanteros al mismo tiempo, insistiendo en un sistema de juego ineficiente a todas luces. El paso a otro tipo de puesta en escena -que ha resultado más vistoso y más compacto, sin que haya perdido un ápice de su poder goleador- dio vida como bendito efecto colateral a lo que se bautizó como el equipo B, que jugaba igual o mejor que el A, al tiempo que le daba reposo.



Y el resto de las circunstancias favorables, las que surgieron en la propia final. La lesión de Pjanic y el rebote que envenenó el disparo de Casemiro destrozaron la determinación de una Juve, que, más que un rival, pareció convertirse en un espectador extasiado por la exhibición madridista.



La Juve había saltado a la cancha para saldar una cuenta pendiente con la historia y el Madrid parecía jugar un partido más de los muchos que ha jugado esta temporada. Como si quisiera hacer un resumen de final de curso, salió bien empanado y solo reaccionó tras los ajustes tácticos y anímicos después del intermedio. Entonces, en veinte minutos de ensueño, liquidó el partido con la acostumbrada solvencia y superioridad que han caracterizado los últimos meses. Con la aparente facilidad que golea en la Liga, despedazó a una Vecchia Signora petrificada que no parecía creer que un equipo pudiera convertir en mantequilla una defensa encaminada a hacer historia. La que solo había recibido tres goles en toda la Champions, recibió los mismos en menos de media hora.



Esta victoria reafirma a Florentino más que a nadie, que ha jugado de nuevo contra las normas del fútbol y esta vez, ha ganado. Un club sin director deportivo y con un entrenador novato, elegido por su leyenda y docilidad, en el que nadie confiaba tras su paso por el Castilla. Hoy, es el descubrimiento del año. Aunque también ratifica unos últimos movimientos que hubiera firmado el mejor de los ojeadores en busca del equilibrio y de los jóvenes valores españoles. El Madrid de la actualidad, quizá la mejor plantilla de la historia, mete miedo. Más que por lo que ha hecho, por lo que vendrá.