Al término del primer partido de las Finales de la NBA, Tyron Lue, el entrenador de los Cleveland Cavaliers, habló alto y claro cuando le preguntaron sobre qué significaban para él los Golden State Warriors: "Son el mejor equipo que he visto nunca". Lue ha visto unos cuantos, sobre todo aquella apisonadora de los Lakers de Shaq y Kobe Bryant de los que fue testigo directo como base suplente. Pero esto es otra cosa, y los californianos lo demostraron otra vez en el segundo partido, dejando ojiplático al entrenador visitante y a todos.
Pasaron el rodillo en el último cuarto para que Lebron James hincase la rodilla por segunda vez en una semana. Se impusieron por 132 a 113 con la anotación más alta de un equipo en una final de la NBA desde hace exactamente 30 años. En aquella ocasión, los Celtic de Larry Bird sumaron 141 puntos para vencer a los Lakers de Magic. No se ha visto nada igual en un partido desde entonces.
Estuvo excelso Stephen Curry (32-10-11), también lo estuvo (por fin) Klay Thompson (22-7) y por supuesto Kevin Durant (33-13-6), al mando de todas las operaciones en defensa y en ataque de esta orquesta coral que es la naranja mecánica de La Bahía.
Algunos claman a la prudencia ante el 2-0 de una eliminatoria que ahora viaja al Este, a Ohio, a casa de James. Ello es así porque también el año pasado se fueron a Cleveland con el 2 a 0 en contra y terminaron remontando la eliminatoria. Pero esta vez la misión que ha de comandar resulta hercúlea. En ella se ha topado con un reto a priori insalvable: superar a un conjunto que es una hidra de mil cabezas, con mil alternativas posibles al servicio de la victoria y con un ingrediente nuevo (Kevin Durant) del que es preciso hablar. Tenemos que hablar de él, desde luego que tenemos que hablar. Tenemos que hablar de Kevin. O mejor, que hablen sus números, que ya lo hacen por sí solos.
Duelo de anotación
Golden State, aún perdiendo hasta 8 balones en el primer parcial, fueron capaces de endosar 40 puntos y tomar ventaja con respecto a James y los suyos. Hubo varias jugadas muy fugaces, muy espectaculares y muy Golden, todas precedidas de la conveniente estampida. Algunas de ellas fueron estelares, como el mate en alley-oop de Javale McGee, renacido desde su desembarco en el superequipo. Lectura: aún arriesgando en gran medida, lograron una preciosa ventaja de 6 puntos. 15 de ellos llevaron el sello de Curry. Los de Ohio fallaron de nuevo muchos tiros y lo volvieron a pagar.
Salieron acelerados los Warriors en el segundo parcial y quisieron finiquitarlo todo cuanto antes, como esas mañanas en las que no te queda más remedio que ir a firmar 37 papeles en la sucursal del banco. Quieres acabar cuanto antes. Tuvieron que esperar. Perdieron 13 balones solo en la primer parte, más que los Cavs en ese período de tiempo en el anterior partido. Lo pagaron porque Lebron es mucho Lebron, y aplicó el martillo sobre el aro en cada penetración a canasta. También sacó un ratito de su tiempo -aparte de para sentarse a leer el periódico, tomarse el café, acicalarse la barba e ir a hacer la compra- para repartir diez asistencias en los primeros 24 minutos. Sin él en la cancha los de Ohio son un erial.
Y es que todo acaba y empieza en Lebron, algo que tampoco le debe a él quitar el sueño. El triple doble de 29 puntos, 11 rebotes y 14 asistencias al final del parcial (el octavo de su carrera en unas finales, como Magic) es un día más en la oficina, la rutina de un tipo que hace ya tiempo que aceptó el cometido de ungirse cada noche como el último heróe griego. Pero está visto que, ante este equipo, de momento está muy solo.
Entre muchas de las cosas en las que han sido los mejores a lo largo de la temporada regular, los Warriors han liderado en anotación los terceros cuartos de cada partido. Fue ahí donde finiquitaron en una tormenta salvaje el partido de la madrugada del pasado viernes. A ese potente cóctel hay que sumarle que nada se puede hacer ante ellos planteando el partido como un intercambio de puntos, tal que si uno se subiera al ring contra Tyson y pretendiese doblegarle a base de uppercuts. No se puede jugar contra Durant y compañía en ese terreno, a ver qué revço. Los Cavaliers lo intentaron, y durante unos minutos consiguieron contener el tsunami que se le venía encima.
Dos acciones de Kevin Durant levantaron al pabellón en el minuto 8 del último cuarto. Primero, tapón y luego mate a la contra. En ese momento los Cavaliers piden tiempo muerto porque los rivales les están yendo. Pierden de 16. Qué hacer ante eso. A falta de 3:47 de juego, los visitantes tiraron la toalla, pensando ya en la vuelta a casa. Se sentaron Lebron, Kyrie Irving y Kevin Love. Estos dos últimos completaron un gran partido; el esfuerzo resultó inútil.
Lo que sí está claro, es que ahora las Finales vuelven territorio vedado. Veremos el jueves. Los Cavs tienen que ganar para que siga la llama encendida.