No hay un solo aficionado al fútbol en el planeta que sea capaz de descartar el que un equipo que está a 17 puntos del líder de su Liga y ha sido eliminado de la Copa por el Leganés elimine a una constelación de estrellas casi sin parangón en el fútbol mundial. Es más: hay quien le imagina haciéndolo con cierta holgura. Se puede ser del Madrid por muchas razones, entre ellas la frecuencia en la conquista de títulos y la proverbial posibilidad de admirar a grandes jugadores, pero la ilógica de este planteamiento constituye la principal de todas, o al menos la más seductora. La ilógica de la lógica europea del Madrid representa su reclamo eterno, su intangible más puro. Precisamente eso que el Bernabéu, en mística comunión con su equipo, espera vivir esta noche.
El Madrid es el único equipo del mundo capaz de inspirar más pavor cuando está mal que cuando está bien, es más: porque está mal que porque está bien. Se ha escrito que la abultada victoria ante la Real Sociedad del pasado sábado ha desencadenado el miedo en el PSG, pero he llegado a la conclusión de que es casi lo contrario. Si acaso, inspiraría algo de alivio. “Bueno, no están tan mal, la cosa no va a estar tan jodida”. Es la paradoja de una institución acostumbrada a emerger desde la mediocridad de ligas jugadas al trantrán para brillar en la Champions, como Búho Nocturno, de Watchmen, al reencontrarse con su uniforme y recuperar al instante la confianza y la virilidad mientras suena el Hallelujah de Leonard Cohen. Que le pregunten a la segunda Espectro de Seda.
Como reza el credo de los legionarios, nada importa tu vida anterior. Al Madrid sólo le falta la cabra. Cuando llegan estos miércoles, los de Zidane (como antes los de Ancelotti o los de Molowny o los de Miguel Muñoz) se ponen por medalla, enganchadas con sangre a la propia piel, los señuelos de sus partidos de mierda anteriores, a manera de mortificación que ejerza de revulsivo. Y siempre hay un Di Stéfano o un Pirri o un Camacho o un Raúl o un Ramos que abra la escotilla de la catarsis. En el vídeo de la Duodécima vemos que hay capitanes que ejercen como tales sin serlo nominalmente: Carvajal -hoy ausente por una aberración UEFA- o el enorme Nacho -que cubrirá su baja y se verá las caras con Neymar-. El Madrid no anda desprovisto de liderazgo, del que se necesita en una noche así.
¿Tiene eso el PSG? Precisamente de eso, de resolver esta incógnita, trata para ellos esta eliminatoria. El mundo debe dilucidar si son un equipo, capaz de sumarse a una única y férrea voluntad, o una colección desmadejada de extraordinarios jugadores regidos por un entrenador cuya mejor etapa se remonta al Sevilla y que el planeta entero identificó, junto a Aytekin, como culpable de una humillación por la que sólo puede pasar un equipo desalmado en el sentido más puro de la palabra: un equipo sin alma. El alma es veterana o no es, el alma tiene historia o no tiene nada, y en ella se cifran gran parte de las esperanzas del Madrid ante una escuadra que, objetivamente, es más joven y más fuerte y quizá más talentosa que la propia.
El duelo supone también una buena ocasión para que el antimadridismo reconsidere su imagen de los blancos. No lo harán, pero ya nos dirán quién representa hoy el poder del talonario y quién el de la voluntad, quién pone la fatuidad y quién la solera. Si la vida fuera prestigio, esto trataría de un viejo contra un recién nacido, por muchos kilos que haya pesado al nacer. Nace cada año, nace con insistencia y no llega a salir del paritorio a pesar de que cuenta con todos los medios para crecer sano y robusto en la élite de las élites.
También eso va a decidirse en estos 180 minutos: hasta dónde llega la prórroga durante la cual el más grande de siempre puede aún competir, con su tradicional estructura, contra gigantes a quienes le basta, literalmente, con hacer un agujero en el suelo para nutrir a voluntad sus finanzas. Yo voy con el Madrid porque es mi equipo, pero se me ocurren otras mil razones para desear que se imponga la ilógica. Y todas atañen al fútbol mismo.