El curso pasado, por estas mismas fechas, Antonio Conte era un genio. O eso decían. El Chelsea era líder de la Premier League y lo había hecho con su particular revolución táctica: jugar con cinco defensas (tres centrales y dos carrileros bien adelantados). El resultado, ya lo saben: se acabó proclamando campeón de la competición y otros muchos siguieron su ejemplo. Era el entrenador de moda, muy por encima de Mourinho o del propio Pep Guardiola, desahuciado en su primer curso en Inglaterra con el Manchester City. Sólo Zidane, a nivel continental, podía pelear a nivel de popularidad y reconocimiento. Entonces, nadie cuestionaba sus métodos, sus decisiones o su juego. Era, claro, otra época. Y eso que sólo hace un año.
El fútbol, dirán, no tiene memoria. O quizás sí la tuvo, pero la ha ido perdiendo progresivamente. Da igual que Conte ganara la Premier League el curso pasado o que, a principio de temporada, tras salir con los brazos en alto del Wanda Metropolitano, fuera aplaudido tras afirmar que su equipo “estaba preparado para algo grande”. Meses después, todo se ha vuelto en su contra. Los malos resultados lo han colocado en la puerta de salida: el Chelsea es cuarto a 19 puntos del Manchester City en la liga y eso pesa demasiado en Stamford Bridge. Por eso, este martes (20:45 horas), frente al Barcelona, se juega su puesto en el banquillo. No le queda otra. O logra llevar a su equipo a cuartos de final de la Champions o tendrá la carta de despido en su mesa.
Su situación es muy parecida a la que tenía Zidane hace tan solo una semana. El técnico del Real Madrid, igual que su colega italiano, sabía que necesitaba ganarle al PSG y clasificar a su equipo a cuartos para no ser destituido. Y logró superar ese match ball. Contra todo pronóstico, y pese al favoritismo de su rival, el conjunto blanco se impuso a los franceses y tiene un pie y medio puesto en la siguiente ronda. Justo lo que espera Conte que hagan sus pupilos. Ellos son los que lo salvarán de enfilar hacia la cola del paro o lo perpetuaran en el banquillo de Stamford Bridge.
Pero bien, ¿cómo es posible que el Chelsea esté pensando en prescindir de Conte? ¿Tan poca memoria tiene el fútbol como para pensar en dejar en el paro al técnico que ganó la Premier League el curso pasado? Las razones de su posible despido tienen que ver con lo futbolístico, pero también con lo personal. Aunque, en el fondo, ambas están relacionadas. El italiano, al terminar el curso, le dijo a Roman Abramóvich –y ante su oposición– que prescindiría de Diego Costa. Él no quería al delantero que lo había llevado a lo más alto de Inglaterra y su presidente no lo entendió. Pero, avalado en sus resultados, le dejó hacer.
Antonio Conte desterró a Diego Costa y pidió contratar a Morata. Y Abramóvich, de nuevo, le hizo caso: gastó 80 millones en fichar al delantero del Real Madrid. Hizo un desembolso importante y le pidió resultados a su técnico. Sin embargo, estos no han llegado y la relación entre ambos se ha ido deteriorando. Ahora, con la guillotina en el cuello, el italiano afrontará los octavos de final contra el equipo más en forma de toda Europa, el Barcelona. Sabe que una eliminación temprana supondría su despido. Candidatos no faltan para sustituirlo. Desde el club, de hecho, ya lo tendrían todo preparado. Guus Hiddink haría de interino hasta final de temporada y la próxima temporada llegaría Luis Enrique.
Ante esa circunstancia, Conte reservó a una parte importante de la plantilla para la ida de octavos de final en su partido contra el Hull: Hazard, Kanté, Courtois, Moses, Azpilicueta, Christensen y Morata, que entró en la segunda. Sin ellos, se impuso a su rival (4-0) y firmó el pase para los cuartos de final de la Copa inglesa. Pero sabe que eso no le vale. Necesita acabar con el Barcelona. Sabe que tiene dos finales y está convencido de que las puede ganar. O al menos, esa es la confianza que tiene su representante. “Estará en el Chelsea la próxima temporada”, reconoció hace una semana. Esa es su seguridad. Está por ver si es una certeza.