Dos equipos, dos caras y un mismo síntoma en común: la irrregularidad. De ahí la portentosa primera parte del Barcelona y su segundo acto para olvidar. Y de ahí, también, la depresión del Atlético antes del descanso y su posterior resurrección. Nada nuevo para ambos. Lo justo para un empate que no llegó, pero que mereció el conjunto colchonero y que, de una u otra forma, mantiene el runrún a la espera de una vuelta para el infarto. Con ventaja para los de Luis Enrique, sí, pero con la puerta de lo posible abierta para los creyentes. Los de Simeone están vivos y a eso se acogerán durante esta semana. Aunque la ventaja, obviamente, es para los azulgranas [Narración y estadísticas: 1-2].
El Atlético tenía la noche para ganar, ganar y ganar. Al fin y al cabo, se cumplían tres años de la muerte de Luis Aragonés, al otro lado comparecía el Barça y en juego estaba allanar el camino hacia la final de la Copa del Rey. En definitiva, muchas cosas. Sin embargo, nada más comenzar apareció Suárez para convertirse en Ronaldo. Como aquel día de 1996 cuando el brasileño se fue de Engonga y Eskurza contra el Valencia, Luisito arrancó desde el centro del campo, se llevó a dos defensas rojiblancos, encaró y la puso cerquita del palo. Una declaración de intenciones en toda regla. ‘Lucho’ había dicho en la previa que necesitaban anotar en el Calderón, y sus jugadores habían cumplido con el guión cuando tan solo se habían disputado seis minutos de partido.
Ni el Cholo ni su equipo habían contemplado ese escenario. Simeone, buscando evitar que el Barcelona marcara, dispuso defensa de cuatro y colocó a Juanfran en el centro del campo. Pero, pasado el minuto 6, el Atlético tuvo que modificar sus planes. No le quedaba otra si quería cambiar la eliminatoria. Y es lo que hizo. Pidió la pelota y mantuvo la posesión, pero sin crear ocasiones. Tocó, sí, pero sin hacer daño. Si acaso, se pueden contabilizar dos intentonas: un cabezazo de Godín que se marchó por alto y un disparo de Koke que no encontró portería. Y ya está. Nada más en toda la primera mitad. Y mientras, su rival, como si estuviera en su casa con el pijama puesto.
El Barcelona, contrario a su filosofía, le dejó la pelota al Atlético, pero sin perder de vista la portería. Sobre todo, cuando le tocaba salir desde la cueva a los tres gigantes que tiene arriba. Da igual cual de los tres fuera. Este miércoles, contra el Atlético, todos presionaron. Pero la diferencia la volvió a marcar Messi. El argentino, hasta entonces al acecho, controló la pelota fuera del área y con la zurda hizo el segundo. Su gol número 26 al Atlético de Madrid. Un dato más; muy poco virtud al significado que puede llevar intrínseco en esta eliminatoria.
Todo, en definitiva, estaba para el Barcelona tras la primera mitad. Sin embargo, si algo ha demostrado el conjunto rojiblanco es que no baja los brazos. Y, una vez más, puso el corazón. Simeone decidió hacer cambios (Torres por Vrsaljko y posteriormente Gaitán por Saúl) y el Atlético cambió su cara. Su gesto, torcido durante los primeros 45 minutos, mostró una leve sonrisa, y Gabi a punto estuvo de recortar distancias con una internada que acabó anulando Cillessen. Sin embargo, el que marcó fue el de siempre. En una jugada de escuadra y cartabón, llegó el tanto rojiblanco: Gabi sacó del lateral, Godín la puso de cabeza y Griezmann remató para echarse a las espalda a su equipo.
Acertó Simeone con los cambios y, por el contrario, no hizo lo propio Luis Enrique, que quitó a Rakitic y dio entrada a Denis Suárez. Y, con las modificaciones pertinentes y el gol necesario, es muy difícil no caer bajo el influjo del Calderón, de nuevo enchufado tras otras dos ocasiones consecutivas de los rojiblancos: un disparo de Griezmann que detuvo Cillessen y una chilena de Carrasco que se marchó por encima de la portería. ¿Y al otro lado? Sólo Messi. Pero qué Messi. El argentino estuvo a punto de hacer el tercero en una falta que puso cerca de la cruceta. Nada que no contrarrestara el Atlético con hasta cuatro ocasiones claras -ya con Gameiro en el campo- cerca del final. Pero la fe no le llegó. Al menos, en el Calderón. Ya se verá si, por el contrario, si lo consigue en el Camp Nou.