El fútbol también se creó para noches como la de este sábado, en la que se enfrentan dos mundos, dos historias, dos formas de vivir y de ganar o perder. Otra cosa es el fútbol de ahora, ese en el que se antoja imposible que un equipo humilde gane (y más a un partido y una final) al poderoso. La obligación pudo con la ilusión. Y la experiencia ganó a los sueños. [Narración y estadísticas: final de Copa, Barcelona 3-1 Deportivo Alavés]
Ganó el Barça y lo hizo, primero, porque tiene a Messi y cuando quiere es imparable y, segundo, porque se llama Barça. Tan sencillo como esto. Acostumbrados a mil batallas, interpretó bien la final de Copa y pudo contra un Alavés peleón y brillante por minutos, pero novato, muy novato. Y el Barça, con tres carreras y tres golpes gana títulos. Y más una Copa como esta, cuando hay tantísima diferencia entre unos y otros.
Se llevó la Copa el Barça, lo hizo con merecimiento, pero también lo consiguió gracias a momentos puntuales, principalmente encabezadas por las genialidades de Messi que, tras una mala temporada en los días claves (solo apareció en el Bernabéu, actuación que no acabó valiendo para nada), lideró a su equipo en una final. Fue ante el Alavés, equipo pequeño, pero era una final. No se debe quitar mérito a nada.
Un Barça práctico
Fueron tres tiros y fueron tres goles. El Barça no ofreció ese fútbol brillante que tanto le ha caracterizado estos años y, aunque ni mucho menos hizo una primera parte horrible, no es que fuera mejor que el Alavés. Los vascos supieron plantarle cara a los azulgrana, pero hay cosas (como Messi) que se escapan a cualquier planteamiento. Los de Luis Enrique sencillamente ganaron, fin primero y último del deporte. Se puede hacer de muchas maneras y este sábado el Barcelona tiró por la más práctica. Pegada impecable y magia de Messi. Con eso vale.
La derrota final vasca ocultará el esfuerzo colectivo de un equipo inferior, más limitado y con menos recursos que el Barcelona. Pero el Alavés llegó a jugar de tú a tú al Barça, le llevó a su terreno, le explicó que vendería cara la derrota y elevó a los altares a algunos jugadores, como Marcos Llorente, que dio un recital en el centro del campo y se reafirmó como el jugador talentoso y especial que ya demostró en la cantera del Real Madrid, y Theo Hernández, que metió el gol del partido con una falta impecable, por la escuadra, que puso patas arriba la que era y ya no será su casa: el Calderón, que cerró para siempre.
Ambos, madridistas en pocas semanas, mantuvieron la ilusión de un Alavés al que le faltó el aroma de campeón. Estos partidos y estas finales se deciden también por detalles de experiencia y la diferencia en ese sentido era abismal. O por la suerte, la que no tuvo el equipo de Pellegrino, que en una carrera por banda de Ibai (previo fallo de Piqué) pegó en el palo todas sus ganas y, para más dolor, vio como el balón pasaba lentamente por la línea de gol, en esa fina separación entre la alegría y la tristeza.
Como el Barça no es el Alavés, la primera que tuvo la metió. Fue una rosca de Messi en la frontal del área, un gol muy del argentino, varias veces visto ya. Se la había dejado Neymar que, ante la ausencia de Suárez, elevó un poco más su protagonismo, sin que este tampoco fuera excelso. Le siguen sobrando tantos piscinazos y aspavientos.
El mérito del Alavés estuvo en recuperarse del golpe. Theo Hernández se encontró con una falta, algo escorada, y la puso en la escuadra. Una genialidad al alcance de muy pocos. Habían pasado solo tres minutos del gol de Messi y el Alavés había apagado el fantasma de la goleada, pero más tarde se le vino abajo todos los sueños en cuatro minutos que recordaron a los de Dortmund hace ahora 16 años.
André Gomes se internó en el área y brindó a Neymar el gol, que solo tuvo que empujar el balón en uno de esos remates que poco mérito tienen. Estaba a menos de un metro de la portería sin oposición. El gol fue lo más psicológico posible, en el 44', y con un Alavés que tocaba ya el empate al descanso, un resultado que hubieran firmado cualquiera de los largos días que antecedieron a esta final. Y el gol trajo la polémica a un partido que no la tenía. Neymar quizá estaba adelantado por un centímetro, una situación imposible de ver en el campo, pero que con el famoso VAR hubiera sido anulado.
Tocado el Alavés, Pellegrino se quedó sin reacción para los minutos finales de la primera mitad y el conjunto vasco quedó tocado. Todos los sueños se vienieron abajo en cuatro minutos. En el 48', Alcácer se reencontraba con el gol (último de la historia del Calderón) en un jugadón de Messi, que regateó a todo el que le vino en la frontal del área y dejó un sutil pase para que ni el peor delantero del planeta lo fallara. Era el 3-1, resultado excesivo por lo visto y duro castigo para el Alavés. Todo se decidió en los minutos que tantas otras veces son los de la basura.
La segunda parte quedó para que el Alavés siguiera reafirmando su idea de equipo glorioso y para que acabara notándose todo el cansancio de una temporada. No pasó nada, salvo un gol anulado a Deyverson por fuera de juego que hubiera apretado la final. Lo era.
Otra vez Messi fue decisivo, aunque la pregunta que se tendrá que hacer el argentino (y el barcelonismo) es si a un jugador de su altura le vale con buenas actuaciones en la final de Copa y no en los partidos claves de Liga y Champions. Lo que demostró Leo es que el Barça de Luis Enrique fue siempre él. En 2015, en 2016 y en 2017. El técnico asturiano, desde ya pasado en el Barça, vivió de lo que hizo Messi. Él es el verdadero Rey de Copas. Que lo agradezca el Barça.