Los pitos hacia Gerard Piqué empiezan a convertirse en un elemento habitual de la atmósfera que rodea los partidos de la selección española. Lo que parecía flor de un solo parón internacional ha virado en un pan nuestro de cada día que amenaza con seguir repitiéndose, al menos por ahora. Ni siquiera la firme intención de acabar con los silbidos hacia el defensa catalán ha logrado su eliminación o merma. El #AplaudamosAPiqué promovido en las redes sociales antes del España-Luxemburgo únicamente fue tenido en cuenta por un sector del público que acudió a Las Gaunas. El resto del graderío desoyó la recomendación voluntariamente para continuar pitando, y con mucho sentimiento, al jugador del FC Barcelona.
A pesar de recibir abucheos cargados de decibelios cada vez que tocaba el balón, Piqué cuajó un buen partido en Logroño. Se convirtió en el mariscal de la zaga española para cortar las pocas internadas peligrosas de las que dispuso Luxemburgo, con convicción y fortaleza. Recordaba a su mejor época, cuando le llamaban Pickenbauer y gobernaba los encuentros de La Roja instalado junto a la portería de Casillas. El propio Iker fue un espectador de lujo del recital de su compañero e incluso le ayudó en alguna jugada comprometida. Mientras el cancerbero de Móstoles se llevaba los aplausos y las ovaciones de la noche, Piqué obtenía la desaprobación por respuesta tanto si actuaba como si dejaba de hacerlo.
A pitadas necias, oídos sordos
No obstante, Gerard volvió a mostrar su indiferencia hacia las opiniones ajenas. Tanto fue así que, imbuido por el primer gol de España, se lanzó a tirar regates y filigranas cerca del área rival en busca del segundo tanto. “A pitadas necias, oídos sordos”, debió pensar el futbolista barcelonés mientras continuaba a lo suyo. El césped, y no la grada, dirimía los héroes y villanos del encuentro. Piqué tendió más a ser lo primero al requerirse sus servicios, con su compromiso con el equipo nacional sumando enteros aun con banda sonora de acompañamiento. Como ya quedó demostrado, Gerard seguirá acudiendo a la llamada de Del Bosque mientras su fútbol, con o sin pitos, le dé la razón.
Las lesiones se convirtieron en el otro protagonista negativo del partido. Golpearon por partida doble, cobrándose unas víctimas demasiado sustanciales tanto para la selección como para sus respectivos clubes: David Silva y Álvaro Morata. Las dolencias no estarán revestidas de la gravedad que simularon en un primer momento, especialmente las del delantero madrileño. Todo habrá quedado en un susto por obra del desgaste físico que planteó Luxemburgo a la hora de cercenar las virtudes futbolísticas españolas.
La clasificación deja víctimas en Logroño
Silva fue el primero en caer, justo antes de rebasar los diez minutos iniciales. Las continuas patadas que estaba sufriendo (varias por detrás) acabaron con su tobillo hecho polvo en un santiamén. El canario, siempre voluntarioso, quiso seguir jugando en un primer momento tras retirarse a la banda, pero sus problemas musculares no se lo permitieron. El mediapunta del Manchester City tuvo que ser sustituido por Juan Mata, infectado por el virus FIFA que comenzaba a inundar peligrosamente la noche logroñesa.
Diez minutos antes del descanso, el bicho volvería a hacer de las suyas cobrándose la pieza más suculenta que andaba por el terreno de juego en esos momentos. Fue Morata, incansable como pocos en la búsqueda del gol que inaugurase el marcador para España. Su peroné acabó pidiendo la hora tras uno de sus remates fallidos, amagando con la fractura y la baja de larga duración. El castigo fue demasiado injusto con el de la Juventus, pero su sustituto, Paco Alcácer, ya se encargó de enmendar su mala fortuna con un doblete. Añadido al de Cazorla, España acabó con las tinieblas que habían fantaseado con su caída a ritmo de goleada.