La ‘Roja’ cayó con su uniforme de gala: España había conseguido demasiadas cosas con su estilo como para alterarlo ahora por el hecho de jugar ante Italia y su célebre defensa de cinco hombres. El problema nunca fue el estilo: no hay mejor manera de defenderse que tener el balón, como demostró la España que conquistó el Mundial ganando todos sus cruces por 1-0. Hasta Inglaterra ha aprendido a sacar la pelota jugada después de admirar a España y al Barcelona.
Del Bosque, tras el que probablemente sea su último partido al frente de la Selección, jamás podrá recriminarse cobardía o falta de personalidad en un partido que resarce a Italia de sus tres derrotas oficiales consecutivas y alivia el recuerdo de aquella derrota degradante por 4-0 en Kiev, junio de 2012, el punto culminante de un combinado cuya grandeza -como le ha sucedido a Luis Aragonés y le sucederá a Del Bosque- aumenta con el paso del tiempo.
Los años más fecundos del fútbol español comienzan oficialmente hace ocho años, el 23 de junio de 2008, cuando una tanda de penaltis inolvidable contra Italia rompió ‘la maldición de los cuartos’: el último lanzamiento de Fábregas y las dos paradas de Casillas desbloquearon la mente de unos jugadores a los que siempre les faltaba algo (suerte, árbitros buenos o un gol) para jugar bien sin perder. El partido fue como todo el mundo esperaba, con claro dominio español; pero pocos pronosticaban un triunfo en la tanda final. España no llegaba a ser una selección de primer nivel y seguía viviendo de 1964 y de esa 'Furia' estéril.
La transición de Del Bosque tras el descalabro de Brasil 2014 estaba condicionada por un factor que no tuvo suficiente comprensión por parte de la afición española: los prometedores (cuando no excelentes) futbolistas nacidos entre 1991 y 1995 no son ni Xavi, ni Alonso, ni Pujol ni Villa. El señalamiento individual de jugadores que no han asumido el peso específico del equipo – todavía sobre las espaldas de Piqué, Busquets, Iniesta o Silva – es más propio de artículos más reposados, pero no será la falta de oportunidades el causante de que centrocampistas como Koke o Tiago viajen todavía en el vagón de las promesas españolas o de que la sub-21 ni siquiera esté invitada a los Juegos de Río. Generaciones como las de los futbolistas arriba mencionados no se dan todas las décadas, pese al avance estructural del balompié español en materia de educación, instalaciones y conceptos sobre una forma determinada de jugar.
Después de caer en primera fase en Brasil y en octavos de esta Eurocopa, campeona vigente ya de nada, España verá probablemente cómo se retiran algunos futbolistas esenciales en la última década. También verá la verosímil jubilación de un técnico que tuvo la humildad e inteligencia necesarias para mantener, primero, y elevar, después, una idea que le había tocado cristalizar definitivamente a Luis Aragonés con la ayuda de un equipo encabezado por Iker Casillas. El desgaste de cuatro años sin triunfos ha consumido una buena parte del crédito de un seleccionador que hace sólo cuatro años era aplaudido cuando entraba a comer en cualquier restaurante español y hoy infunde respeto, pero no ilusión.
Los candidatos más probables para sucederle (Joaquín Caparrós y Julen Lopetegui, Paco Jémez con menor intensidad) no inspiran demasiada emoción a una afición comprensiblemente malacostumbrada al triunfo y la superioridad estética de una forma de jugar que se convirtió en un credo oficial y, por tanto, empezó a ser contestada por corrientes como el ‘cholismo’. Que la derrota haya sido a manos de la guerrera e intensa (aunque engrasadísima) Italia redobla la fuerza del golpe. España ansiaba los cuartos de final contra Alemania para demostrar la paternidad del invento. Ahora toca reflexionar y salvar los esquejes buenos para llegar con solidez al Mundial de Rusia.
España recuperó la identidad y el prestigio en sólo una semana (los dos primeros partidos de Francia 2016). Los ha vuelto a desperdiciar en los dos siguientes. Será el cansancio, la falta de confianza o el empecinamiento del entrenador en alinear once hombres que no supieron traducir su supremacía técnica en victorias. El fútbol es ganar y Croacia, queda claro, no fue un accidente. Gracias por todo lo disfrutado. De corazón. Ahora sí, por desgracia, empieza otra época.