La selección de Portugal, el símbolo del orden y la tediosa prudencia que han definido esta Eurocopa, arrebató el sueño de Francia en su propia casa y saldó la deuda que contrajo con su afición hace doce años, en Lisboa, ejerciendo el papel que adoptó en aquella ocasión Grecia. Lo logró además, sin su capitán e ídolo, Ronaldo, que abandonó el estadio en el minuto 24 entre lágrimas tras una fea entrada de Payet. [Narración y estadísticas: Portugal 1 - Francia 0].
Francia empezó el partido arrollando. Con una temperatura muy alta y hasta una plaga de polillas en Saint Denis, el ardor del anfitrión tuvo a Portugal acorralada durante un cuarto de hora. Salvo un remate alto de Nani, el fútbol era ‘bleu’. Sissoko se destapó como mediocentro y ejerció de Pogba con dos arrancadas (y sus correspondientes disparos) portentosas. El partido siguió un curso previsible –autoridad francesa, orden defensivo luso– hasta el minuto 16: una entrada muy fuerte de Payet inutilizó a Cristiano Ronaldo en el partido más importante de su carrera. El coloso se tumbó en el césped y comenzó a llorar como un niño. El mundo del fútbol se detuvo; hasta los franceses le consolaron. Entraron sus fisioterapeutas y le sacaron a la banda para vendarle el muslo. Cristiano regresó al campo, pero estaba cojo. En el minuto 24 se rindió definitivamente y salió del campo entre sollozos y la ovación del respetable. Le reemplazó Quaresma. Conmoción absoluta.
Rui Patricio y Sissoko
Ronaldo no estaba y Sissoko (jugador del Newcastle) seguía ofreciendo una demostración asombrosa de potencia y técnica. Francia, sin embargo, no acababa de desnivelar el duelo. Rui Patricio había sostenido al equipo el primer cuarto de hora –con paradón incluido al cabezado bombeado de Griezmann en la mejor jugada del partido– y Portugal aguantó el golpe de su capitán con una solidez encomiable, hasta el punto de que el último cuarto de hora antes del descanso acabó siendo suyo. Joao Mario y Sanches lideraban el juego ofensivo, el cuarteto zaguero volvía a comportarse con una precisión frecuentemente menospreciada. La resistente selección lusa, rostro de esta Eurocopa, llegaba al descanso psicológicamente renovada pese a los contratiempos.
Prudencia y nervios
La reanudación del encuentro volvió a mostrar a una Portugal razonablemente cómoda, con las estrellas francesas muy intermitentes. Coman reemplazó a Payet muy pronto: la tensión en Saint-Denis aumentaba por segundo y empezaba a alumbrarse el escenario de una posible derrota en forma de ofrenda al ídolo portugués caído. La prudencia crecía en paralelo a los nervios y la posibilidad de una final decidida por penaltis (algo que nunca ha ocurrido en una Euro) era cada vez más patente.
Griezmann tuvo una oportunidad clarísima en el 65’, de cabeza, pero remató fuera un magnífico centro de Coman. Santos movió ficha y metió a Moutinho por Silva, que se había vaciado destruyendo el juego galo. La aversión al riesgo era ya completa: la prórroga se perfilaba en el horizonte. Rui Patricio volvió a salvar la portería portuguesa en el 74, a disparo cruzado de Giroud: un paradón más. Cada balón al área acarreaba la tensión propia de una final. Deschamps incluyó a Gignac en lugar de Giroud y Santos reemplazó a Éder por Renato Sanches: o bien una señal de mediocridad insuperable o bien un reflejo de genialidad al alcance de pocos. El dibujo luso cambió: Nani y Quaresma pegados a las bandas y por primera vez un delantero de ‘9’.
Los extremos portugueses gozaron de una espectacular doble ocasión (centrochut y chilena) en el 79’, bien anulada por el sobrio Lloris, y el omnipresente Sissoko (el Pogba de Benítez) respondió con un derechazo violento a media altura. Ahí estaba Rui Patricio para impedir el 1-0. Parecía que el partido se encaminaba definitivamente a la prórroga, completamente roto ya: los defensas sin subir y el centro del campo con apariencia de descampado. Cuando todo indicaba que la media hora adicional era ineludible, Gignac tuvo un fino detalle de ‘crack’: recortó junto al área pequeña, sentó a Pepe y disparó al palo en el minuto 91. Francia había sido relativamente superior, pero probaba la misma medicina que varias selecciones anteriormente: nadie puede doblegar a la selección de Santos.
El gol de Éder
La prórroga comenzó con un ritmo bajísimo: los penaltis como mal menor. Se sabía ya el diagnóstico de No pasó nada en los primeros quince minutos: otro tiempo adicional sin oportunidades en un torneo nada memorable. Y de repente, en el cuarto de hora definitivo, Portugal cambió de personalidad. El lateral Raphael (una de las sorpresas de la Euro) envió al larguero una falta que amagó con tirar Quaresma y un minuto después Éder se hizo con un balón en tres cuartos de cancha, rodeado de seis franceses que le dejaron espacio. El futbolista de origen guineano se dio la vuelta, avanzó hacia la derecha en horizontal y se inventó un disparo cruzado que se colocó en la rendija que había entre Lloris y su palo derecho.
Quedaban diez minutos, pero París olió el desastre. Los azules no tuvieron ideas y se acabaron perdiendo en unos contra unos estériles, anestesiados por la tremenda solvencia de Pepe (elegido mejor jugador del partido). No llegó el milagro. Francia perdía en su casa, como Portugal hace 12 años. El héroe caído recibía el regalo de su vida de manos de unos compañeros abnegados y sin brillo que, ajenos a cualquier vocación de entretenimiento masivo, hicieron historia en París sin su capitán.