Que levante la mano el que, a 1 de enero de 2016 y alejado de los amores propios por su equipo o la confianza ciega por el mismo, creía que el Real Madrid, a final de año, tendría tres títulos más en sus vitrinas. Si se pensaba de forma racional, había que tener mucha moral para creer que el equipo fuera a ganar algo e incluso a sostenerse tal y como estaba. Habían sido descalificados de la Copa tras el esperpento de Cádiz, en Liga iban terceros y en el vestuario ya se habían cansado de Benítez. 350 días después, a dos semanas de cumplir un año, el Madrid consiguió el Mundial de Clubes y completó el triplete en lo que a títulos internacionales se refiere.
Tres días después de que los españoles comieran las uvas, el Madrid empató en Valencia (2-2) y Benítez fue fulminado. Mestalla había coronado hacía una década al técnico madrileño y Mestalla acabó con su etapa en el Madrid. Un día después, Florentino presentó a Zidane como un todo o nada: si el francés funcionaba, todo perfecto; si salía mal y no lograba cambiar el guión, el club explosionaba. El francés no es que tuviera un largo historial de éxitos antes de llegar al Bernabéu, siendo incapaz de ascender al Real Madrid Castilla, pero en el banquillo de Chamartín en nada se pareció al que se sentaba en el Di Stéfano, rápidamente salió cara y el madridismo disfrutó de su segundo mejor año en la última década.
Durante muchos años, cierta parte del madridismo miraba a Barcelona con envidia por lo que allí habían organizado. El club azulgrana fichó a Guardiola como símbolo para apaciguar los ánimos y representar una nueva etapa en el club, totalmente diferente a lo que había pasado antes. El Barça forjó su éxito a través de la figura de un técnico de la casa, que había sido jugador antes y que contaba con el cariño del público. Si se dan cuenta, se diferencia en muy poco con Zidane cuando llegó al Madrid, que como el catalán se encontró en ruinas al equipo que cogía. El francés también había sido jugador en otra etapa, contaba con el fervor de la grada y estaba en el club, entrenando al Castilla en Segunda B, al igual que hiciera Guardiola con el Barcelona B. De lo poco que difirieron en sus inicios fue que Zidane llegó en enero y no en verano y que el francés no se cargó a ningún peso pesado nada más estrenar su nuevo cargo.
Zidane prefirió, seguramente obligado por las circunstancias, amasar a sus jugadores y darles protagonismo en un vestuario al que tardó en cogerle el rumbo. Lo pacificó, aunque le costó. Llevaba dos meses en el banquillo y Cristiano se marcó una rajada contra compañeros cuando perdieron ante el Atlético de Madrid (única derrota del Real Madrid en Liga de todo el 2016). Cambió en abril, mes en el que se clasificó para la final de Champions y recortó 11 puntos al Barça, y a partir de ahí todo fue hacia arriba. Y esta vez lo que subió, no bajó.
Campeón de Champions en Milán, a un punto de una Liga que el mismo Zidane aseguró estar acabada en febrero, Supercopa de Europa en agosto, 37 partidos seguidos invictos (desde el 6 de abril, en Wolfsburgo, no pierde), sólido liderato en Liga y Mundial de Clubes en diciembre, el Madrid vive en una nube de alegría totalmente justificada porque el equipo ha respondido en todos lados (Calderón, Camp Nou...) y de todas las formas (goleando, ganando por la mínima, remontando en los últimos minutos...).
Hay una frase que los críticos de este Madrid cada vez utilizan más: "El Madrid no juega a nada". Parte de razón tienen, pero ya saben, el fútbol es ganar y ganar y volver a ganar. El Madrid no jugará a nada pero gana. Jugó mal ante el Kashima, tuvo que ir a la prórroga, pero ganó. Perdía 1-2 ante el Deportivo en el 80', pero ganó. Perdía en el Camp Nou y en el último minuto, empató. La Champions se la llevó por penaltis y la Supercopa de Europa en la prórroga. El Madrid no juega a nada, pero se emborracha con tanta copa. Eso sí, el resultadismo no debe tampoco esconder los problemas que tiene y que debe mejorar tras estas vacaciones y en los que partidos como el del Sánchez Pizjuán (15 de enero) servirán como el mejor examen posible. También se justifica el buen momento de los blancos por la suerte, algo que solo podría ser real si fueran tres partidos. Ni 37 encuentros consecutivos sin perder ni tres títulos pueden ser obra de la suerte. Hay que analizar más en el fondo.
A Zidane se le han quitado los méritos que sí se les dieron a otros. Por ejemplo, Zizou ha ganado lo mismo que ganó Ancelotti en su primer año, salvo la Copa, torneo que el francés no pudo disputar por la descalificación previa. Incluso Zidane tiene ahora la oportunidad de sostener al equipo tras ganar el Mundial de Clubes, de mantenerle en tensión y de que estén preparados a la larga temporada, algo que el Madrid 14/15 no consiguió. Zinedine ha demostrado ser un gran gestor de vestuario, de todos los egos y estrellas que hay ahí dentro, algo que aprendería precisamente de Ancelotti, pero alguna que otra vez su táctica ayudó a ganar partidos o sus cambios de sistemas y movimientos cambiaron un partido. Bien lo sabe el 'Cholo' Simeone o Luis Enrique. Y habrá que reconocérselo.
Zidane, todavía, no es al Madrid lo que Guardiola fue al Barcelona. Le falta mucho por aportar y ganar para llegar a lo que fue Pep. Pero el equipo madrileño sí encontró una figura lo más parecido a ese estilo de entrenador y, por ahora, funciona. 2016 quedará como el año en el que el Real Madrid encontró a su entrenador ideal, con el que recobró la normalidad, pacificó el vestuario y llenó algo más las vitrinas del Bernabéu. Chamartín se siente feliz con el Madrid actual, ese que encontró a su Guardiola particular.