Estadios tipo Premier y clases de inglés: Rusia se ‘occidentaliza’ para el Mundial
Con 11.600 millones de presupuesto y las obras a buen ritmo, la imagen que proyecta el país al millón de turistas esperado es el gran desafío.
16 noviembre, 2017 00:06Noticias relacionadas
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Con las 32 selecciones clasificadas ya definidas, tras cerrarse la repesca, el foco de atención gira hacia Rusia, que trabaja estos días en suavizar su aspecto para el millón de aficionados que espera recibir durante el Mundial de 2018, el primero que acoge. Un reto organizativo sin precedentes para un país arisco para el visitante, obsesionado por la seguridad y que ha vivido históricamente de espaldas al turismo. Sirva como ejemplo que los usuarios de TripAdvisor, occidentales en su mayoría, como los que llegarán en junio, eligieron en 2014 Moscú como el peor destino del mundo entre 37 capitales, alegando “la escasa amabilidad de los locales y la mala relación calidad/precio”.
Sin embargo, el Mundial ha obligado a Rusia a salir de la cueva: nuevos jardines, bulevares y zonas peatonales maquillan el aspecto soviético, y uno puede encontrar hoy mapas y carteles en inglés por la capital, ya no sólo en cirílico. La voz del metro repite las instrucciones en inglés y en las taquillas de algunas estaciones estratégicas hay pegatinas anunciando ‘We speak English’. Mientras tanto, 4.000 voluntarios del torneo están estudiando inglés a marchas forzadas, a los que sumar policía y paramédicos. Esfuerzos normales en muchos países del mundo, pero significativos en la Rusia de Putin, donde se agita con frecuencia el fantasma de la Guerra Fría y el inglés ha sido históricamente el idioma del enemigo.
Coliseos al estilo inglés
La occidentalización para el Mundial pasa también por lo más televisivo, los estadios, cuya construcción o reforma sigue los estándares del momento, es decir, el estilo inglés, cuidando la visibilidad del espectador, con gradas cubiertas y tribunas verticales, para acercar al público al césped. Nada que ver con el típico estadio soviético multiusos, con pista de atletismo y graderíos horizontales.
Las obras avanzan en general a buen ritmo, pese a que el presidente Putin admitió el mes pasado ligeros retrasos. “No son críticos, no está pasando nada terrible, sólo que la última fase siempre es la parte más difícil en este tipo estas tareas”, explicó. La FIFA, tras sucesivas inspecciones, se ha mostrado satisfecha con el ritmo de las obras, en contraste con el Mundial de Brasil. El mayor retraso se registra en Samara, donde el primer ministro Medvedev reconoció que, pese a movilizar un contingente de 2.000 obreros, la construcción no se terminará hasta el año que viene.
El presupuesto del torneo asciende a 11.600 millones de euros, tras ampliarse en 600 millones en octubre, algo por debajo de los 13.000 que costó el de Brasil, donde se construyeron cuatro estadios completamente nuevos, uno menos que en Rusia. El 57,6% de ese presupuesto lo costeará el Gobierno central, otro 13,6% las administraciones regionales y el 28,8% restante corresponde a un cajón desastre denominado “entidades legales”, que incluye empresas patrocinadoras, principalmente compañías públicas rusas.
El apaño en Ekaterimburgo
Cuando en 2014 arreció la crisis económica en Rusia, por las sanciones y el precio del petróleo, la FIFA propuso a la organización recortar gastos reduciendo el número de ciudades sede, once, pero los proyectos ya estaban en marcha, las construcciones iniciadas y Moscú optó como alternativa de ahorro por construir estadios más pequeños, agarrándose a la letra pequeña que establece en 35.000 asientos la capacidad mínima de un recinto para acoger partidos de Mundial.
El caso más bizarro es el de Ekaterimburgo, capital de los Urales y la ciudad sede más Oriental, 2.000 kilómetros al Este de Moscú. Su estadio se quedaba algo corto respecto a la capacidad requerida, 27.000 asientos, y en la reforma para su ampliación se dio prioridad a mantener la fachada original del edificio, construido en los años 50. Como solución, los arquitectos añadieron gradas supletorias en el exterior, en los dos fondos, aumentando temporalmente la capacidad hasta 42.500.
Ekaterimburgo acogerá sólo cuatro partidos del torneo, después de los que se desmontarán esas gradas supletorias, dado que el equipo de la ciudad, el humilde Ural FC, no las necesita, con una asistencia media de sólo 5.300 espectadores la temporada pasada. La situación se repite en las ciudades sede más pequeñas, sin clubes en Primera, como Kaliningrado, Saransk, Volgogrado o Samara. Por el contrario, en las principales urbes del país, Moscú, San Petersburgo o Kazán, ya existían estadios con capacidad suficiente o su construcción estaba en marcha antes de la concesión del Mundial.
Luzhniki, la joya de la corona
Es el caso de Luzhniki, en la capital, con 81.000 asientos, la joya de la corona del campeonato, que acogerá tanto la inauguración como la final y que se reabrió el pasado sábado con un amistoso Rusia-Argentina tras cuatro años cerrado por reformas. "Es un lugar histórico para el deporte de Moscú y de Rusia, por eso hemos tratado de conservar su aspecto original en la reconstrucción", explica Nilolai Gulyaev, responsable de Deportes del Ayuntamiento de la capital.
Luzhniki acogió unos Juegos Olímpicos (1980), una final de la Champions League (2008) y un Mundial de atletismo (2013), tras el que se le sometió a una profunda reforma, pues se había quedado "física y moralmente desfasado", según el propio Ayuntamiento. Dicen los rusos que su historia es como una tarta, cuyas capas “se superponen pero no se anulan”. Luzhniki es el ejemplo, un estadio moderno y funcional en su interior tras las obras, pero que mantiene su aspecto exterior, tanto la fachada estilo soviético como el acceso, presidido por una estatua de ocho metros de Lenin, que dio nombre al recinto original, levantado en 1956.