España pasó 53 minutos atascada, escuchando el sonido de los pases en la trinchera enemiga, susurrándole al balón entre tipos con guadañas en las piernas y aguijones en las botas. Suenan los suspiros, se autoflagela el pesimista desde su casa y se desespera el respetable. ¿Y si Irán resiste? ¿Y si baten a De Gea? Entonces, qué. Nerviosismo, sudores fríos, ridículo anticipado… y, de repente, Diego Costa. Llega un balón al área, le da al delantero, golpea en un defensa y otra vez en la pierna del hispano-brasileño. Reza el balón camino de la portería y se mete. ¡Clarines y timbales! Gol de España. Y del mismo que desatascó el partido contra Portugal, al tipo al que se odió, ese extranjero al que se miró con lupa y al que nadie quiso. Y, ahora, todo el mundo quiere.
“He tenido un poco de suerte”, espeta Costa al final del partido. Y qué más da, pensará. Eso es lo de menos. El delantero del Atlético, criado en el jogo bonito, ha sido instruido de mayor en el resultadismo, en el ganar, ganar y ganar, en lo que realmente importa. “Y el otro día contra Portugal jugamos muy bien”, rememora ante los micrófonos. Y concluye, cambiando de tercio, dándole su bendición –contra todo pronóstico– al VAR: “Como no hay cámara no puedo hacer el tonto”, bromea. Qué diferente todo.
Diego Costa debutó como ogro en la selección. Qué hace en España, criticó algún racista disfrazado de defensor de lo español. ¡Y además tardaba en marcar! Un partido, otro… y malas sensaciones. Dolor de cabeza, preguntas comprometidas y gesto serio. Hasta que empezaron a entrar. Al principio, a cuenta gotas, y después, a borbotones. Ha marcado, en total, 10 goles en 22 partidos (nueve en los once últimos). Y convenció a Lopetegui, que pudo optar por Morata. Pero no, tiró del delantero de Lagarto. Quiso aliñar el preciosismo de la ‘Roja’ con la garra y la furia que en otro tiempo se despreció por incapaz.
Y, así, llegó al Mundial. No como titular, sino como suplente. Hasta el partido de preparación contra Túnez. Entonces, Rodrigo, que partía con ventaja, naufragó. Hizo un mal partido y le cedió su puesto en la segunda mitad. Y, entonces, Diego Costa, como si fuese a la guerra, marcó el camino. Fue su primera explosión. Después, contra Portugal, ya sin Julen en el banquillo, Hierro le dio galones. “¡Ve ahí, haz lo que sabes!”, le diría. Y él cumplió con lo establecido: dos goles contra los lusos.
El tercero llegó contra Irán en un día complicado (0-1). Sólo valía ganar y se hizo gracias a su tanto. El que lo postula para alcanzar a David Villa como máximo goleador español (cinco) en un Mundial –lo hizo en Sudáfrica– y en la lucha por el 'Pichichi' que encabeza Cristiano Ronaldo (4). Y, a su vez, convirtiéndose en el quinto jugador español en marcar en los dos primeros partidos del Mundial después de Basora (1950), Goikoetxea (1994), Hierro (2002) y Fernando Torres (2006). Es decir, para ser el nueve odiado de España. Perdón, el amado. O, simplemente, el tipo que, de momento, ha conseguido colocar a la ‘Roja’ en una buena posición para estar en octavos. Suficiente, ¿no?