No se puede negar la voluntariedad de Uruguay. Ni las ganas. Ni el esfuerzo. Ni el trabajo. Nada. Todo eso es imposible no vislumbrarlo. Se muestra fácilmente, de hecho, viendo las caras de los charrúas, sus lágrimas y sus lamentos tras la eliminación. Lo dejaron todo en el campo, pero el talento pudo contra todo. Francia fue la dueña del balón, del juego y del partido. Y, claro, se clasificó para semifinales. Un gol de Varane de cabeza y otro de Griezmann –con la colaboración inestimable de Muslera, que se ‘tragó’ el disparo– dieron el pase a los galos [narración y estadísticas: 0-2].
El guión, de primeras, no modificó su destino. Francia quiso atacar y Uruguay… defender. Es decir, lo esperado: pocas ocasiones, escaso juego y muchas interrupciones. Si acaso, los que lo intentaron fueron los galos, que buscaron quebrar el muro charrúa con paciencia, jugadas largas y pequeños picotazos: que si un cabezazo de Mbappé, que si un disparo lejano de Griezmann… Y, finalmente, el derribo de la fortaleza. Tras la erosión, llegó el tanto. ¿Cómo? De la única manera posible: el ‘Principito’ se la puso a Varane en la cabeza y el central del Real Madrid puso a los suyos por delante.
A partir de ahí, los papeles, en teoría, tenían que cambiar. Y, de hecho, lo hicieron. Uruguay, por debajo en el marcador, se vio forzada a hacer lo que no contempla nunca: pelear por la posesión e intentar llegar a la portería francesa. Sin embargo, más por incapacidad que por calidad, los galos siguieron llevando la iniciativa, creando las ocasiones y caminando hacia semifinales. Sin exceso, pero con contundencia. Sin un ritmo excesivo, pero con seguridad en cada paso. Y así, era cuestión de tiempo que llegara el segundo.
Y, precisamente, el segundo llegó en una jugada desafortunada para los charrúas: Griezmann disparó desde lejos y Muslera, metido en la portería, dejó que el balón se filtrase entre sus manos y se metiese dentro de la portería. El guardameta, como Karius en su momento o David de Gea en el primer partido de España en este Mundial, dejó las manos blandas y vio pasar la pelota por encima de su cabeza hasta ir a parar a la portería. Y fin de la historia.
Después, llegaron las lágrimas, la impotencia, las intentonas en balde y los brazos en jarra. Uruguay siguió remando hasta el final, pero naufragó por el camino. Sin Cavani, la ruta fue más dura. Se tornó, de hecho, imposible. La voluntad no pudo con el fútbol de los franceses, con una generación que, si consigue tumbar a Brasil o a Bélgica en las semifinales, se postularía como la favorita para convertirse en campeona del mundo.
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