Un año y medio llevaba el Sevilla sin gritar una victoria en liga fuera de su estadio. Por eso Jorge Sampaoli, que no tiene nada que ver con gran parte de la maldición, pedía la hora desesperado desde la banda. Su equipo le tiene fe, como le tuvo fe la selección chilena –según él, superar aquello no es fácil: “Allí pasaron mucho tiempo juntos” –. Y así salieron del agujero negro una mañana cualquiera en Leganés. Brillaba el sol otoñal, pero pudo terminar en diluvio universal. Faltó poco [Resultado y estadísticas: 2-3].
“La mala racha era algo anterior, y nosotros pensábamos en la actualidad. Aunque siempre teníamos ese temor de no poder ganar un partido fuera. La racha era incómoda". El campeón de la Copa América era sincero tras el partido en la sala de prensa. La estadística era una piedra en el zapato.
Antes del primer cuarto de hora de juego, el brasileño Luciano olfateó el primer gol del partido. La primera se le fue arriba y en la segunda el cabezazo llegó a cámara lenta a las manos del portero sevillista, Sergio Rico. La tercera que tuvo la quiso también solo para él, cuando el tanto hubiera llegado cediéndosela al compañero. La afición se impacientó y la velada se le hizo muy cuesta arriba al ex de Corinthians.
700 seguidores sevillistas coloreaban un rincón del fondo sur y buscaban, como Sampaoli desde su área técnica, salir de una vez por todas de ese pozo de malas actuaciones fuera de casa en liga, impropias de un equipo campeón como es el Sevilla. Sorprendentemente, el Leganés acorraló a los andaluces durante los primeros veinte minutos, pareciendo ellos mismos los archidominadores de la Europa League.
A partir de ahí, el Sevilla apagó el despertador, comenzó a estirarse, a soltar las piernas. Cinco minutos después, la inmensa calidad técnica de Mariano y Vietto pusieron en la cabeza del 'Mudo' Vázquez el gol que rompía el cerocerismo. Sampaoli lo celebraba con rabia porque la piedra en el zapato ya empezaba a hacer herida. Él acaba de llegar, pero ya le duele. Dos minutos después, los mismos tres protagonistas del primer gol volvieron a coincidir en la misma banda derecha, pero esta vez la pelota no encontró a nadie en el área pequeña.
Ya en el minuto 35, un golpe franco ejecutado por Rubén Pérez fue bloqueado por Sergio Rico, que atesora la colocación y la agilidad de los grandes guardametas de siempre. El buen partido de tú a tú completado durante el primer tiempo se estropeó al filo del descanso en una riña barriobajera que comenzó con un hombre al suelo y ninguno de los equipos sacando el balón fuera, y terminó con una patada vengativa y trifulca global. Una escena de la que ninguna de las dos plantillas se puede sentir orgullosa.
Los primeros minutos del segundo tiempo volvieron a estar tintados de azul y blanco, con los locales apretando y los visitantes muy a gusto y muy veteranos esperando agazapados para salir al ataque con la velocidad endiablada de su artillería.
En una de estas salidas ultrarrápidas, el Sevilla encadenó una auténtica obra de arte. Escudero guió una contra de libro, fajándose entre la defensa que le quiso detener a cualquier precio –de hecho, terminó renqueante y con el rostro sobre la hierba–; y Vietto completó la combinación retirado en la franja izquierda, asistiendo a Nasri, que ya resquebrajaba el área pequeña. A punto estuvo de obrar el milagro Serantes, con una mano salida de la nada, pero la pelota acabó descansando dentro de su marco, rendida. Se cumplía el minuto 58 y nada ni nadie anunciaban lo que llegaría después.
Diez minutos se pasaron cantando los hinchas sevillistas, convirtiendo Butarque en un Sánchez Pizjuán en miniatura. Sin embargo, el Leganés no ha nadado hasta la alejada orilla de la Primera División para ahogarse, al menos, sin patalear. Y no se ha inventado el fútbol para abandonar los estadios antes de tiempo. En dos intentos del Lega por agarrar ese tronco en el agua que les mantuviera a flote, llegaron dos goles consecutivos de Timor y Szymanowski, y la histeria colectiva.
En mitad de la tormenta, con diez minutos por delante y con el público llevando en volandas al equipo local, Sampaoli echó mano de Paulo Henrique Ganso, retirando a Iborra. Sin embargo, no fue el ex de Santos y São Paulo el que arregló el desaguisado. Minutos antes había saltado al césped Sarabia, y fue precisamente una rosca magistral de este último la que limpió la escuadra de Serantes, que saltó al vacío, colocando el 2-3 definitivo en el marcador de un partido sin pausa. “Rescato que después del 2-2 encontramos los mejores momentos. Fue a partir de ahí”, comentó al final del choque el técnico chileno.
Con Vietto y Nasri como piezas más desequilibrantes, el Sevilla se salvó. “No les hace falta mucho”, se quejaba Asier Garitano, el técnico local. Sampaoli elogiaba a sus estrellas. “Vietto ha participado en todas nuestras opciones de gol; y el equipo respira cuando Nasri tiene la pelota. Cuando somos exprimidos por el rival, él nos da el descanso que necesitamos.”
Sufrimiento pero fin a la mala racha. Y el Sevilla arriba en la tabla. Y la fe, esa que se irá fabricando según vayan pasando los capítulos buenos y malos, intacta en el nuevo proyecto de Sampaoli.
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