El derbi lo empataron sobre el campo el Madrid y el Atleti, y lo resolvió a su favor el Atleti en la prórroga que a veces constituye la rueda de prensa. Para ganar un partido en la rueda de prensa posterior, sólo hace falta tener un desparpajo a prueba de bombas y un amor desaforado por eso que ahora llaman posverdad. “El gusto que me queda es amargo porque estuvimos cerca de ganar el partido”, soltó el Cholo, e inmediatamente recordé un artículo de mi compañero de tribuna José Luis Llorente (y una posterior conversación con él) a cuenta del neologismo.
Dicen que la posverdad consiste en elevar a los altares la siguiente idea: el que algo aparente ser verdad es más importante que la propia verdad. Lo malo es que lo que dijo Simeone ni siquiera aparenta ser verdad, por lo que entramos en el proceloso terreno de la posposverdad: el que yo diga que algo aparenta ser verdad es más importante que el que realmente lo aparente, y no digamos que el que realmente lo sea.
Simeone es cualquier cosa menos imbécil, y de fútbol sabe un rato. Es imposible no aprender mucho de fútbol cuando toda tu obsesión en la vida es inventar tacticismos y tretas para frenar a quienes saben jugarlo, así que sabe. También malicio que se aprende mucho de fútbol cuando se diseñan repartos matemáticos de patadas a fin de retardar hasta sabe Dios qué minuto la aparición de la primera tarjeta del partido: hay que saber a quién dárselas y en qué minutos; hay ciencia en ello.
Bien es verdad que para que esa táctica funcione te tiene que ayudar el árbitro, y el Atleti ha cimentado su irresistible ascenso hasta el doble cuasicampeonato europeo sobre la permisividad arbitral. El desempeño de De Burgos Bengoetxea en el derbi abundó en la importancia de esta complicidad. Aprovecho la ocasión para volver a negar cualquier parentesco entre este buen señor y yo, y no es que tenga ningún prejuicio contra él. La RAE, de hecho, define el prejuicio como “opinión previa y tenaz, por lo general desfavorable, acerca de algo que se conoce mal”. A De Burgos Bengoetxea lo conocemos divinamente, por lo que nada más lejos que el prejuicio de mis recelos con mi no-pariente.
Como Simeone no es imbécil y de fútbol sabe un rato, resulta completamente imposible que crea de verdad que el Atleti mereció ganar el partido, o que estuvo cerca de conseguirlo. Decir que el Atleti mereció ganar el partido no constituye una falsedad menor que el decir que de hecho lo ganó, que es lo que yo animo a decir al Cholo (en ejercicio de profundización en la posverdad, o en la posposverdad) en el próximo encuentro que empate, o que pierda, por qué no. Salir ahí con cara de héroe negando los guarismos y restituyendo los que más le convengan.
Ya llamó Xavi Hernández en alguna ocasión “impostor” al marcador, y si en aras de la posverdad (o de la posposverdad) cabe negar lo que ha visto todo el mundo (a saber: el Madrid dominando el partido de principio a fin, triplicando al Atleti en número de ocasiones claras) por qué no negar también, exactamente por el mismo precio, lo que indica el marcador. No descarto que el Atleti, de hecho, ganara el partido en el mundo posfidedigno del Cholo pero éste excediese la precaución a la hora de contarlo a la prensa. Ahí estuviste demasiado cauto, Cholo. Un poco más de arrojo (el que no tuvo Zidane, cautivo y desarmado ante la canallesca, que le hizo confesar su culpa en el asesinato de Espinete) y toda esa gente sale de ahí y pone en sus periódicos que tu equipo ganó 1-4.
Lo que tiene de muy incómodo la pos o posposverdad (yo es la única pega que le veo) es que resulta imposible debatir con quienes la cultivan. Para poder establecer un debate constructivo con alguien -o un debate a secas- es condición necesaria el creer que ese alguien cree a su vez lo que dice. Yo tengo perdido de antemano cualquier hipotético debate con Simeone acerca de la cuestión de marras, por la sencilla razón de que no creería en ningún momento que mi oponente dialéctico crea sus propias teorías. Eso desarma una barbaridad, y probablemente este extremo (como el número de patadas que hay que propinar a cada jugador del Madrid, qué jugador debe propinarlas y en qué minuto cada una) también lo tenga calculadísimo el entrenador argentino.
Seguramente por eso, por ese desarme que la posverdad produce en los antiguos, en los que defienden algo tan pasado de moda como que uno debe comulgar con lo que uno mismo dice, nadie en esa sala de prensa tuvo a bien repreguntar al Cholo: “Perdón. ¿Ha dicho usted que su equipo mereció ganar el partido?”. Esta noche me voy a acostar pronto, voy a soñar que un periodista fue capaz de aventurar una repregunta semejante, y en mi ensoñación voy a condecorarle con la medalla imposible de la preverdad.