Decía Borges que, en caso de duda, hay que optar por aquella opción que implique más valentía. Es una regla muy estimable cuando está claro cuál de las dos decisiones antitéticas apareja más coraje. En el caso de James, y su hipotética salida del club cuando finalice la temporada, se hace difícil señalar cuál sería el camino de los valientes en el momento en que la senda se bifurque. Pero es posible. Analicémoslo desde la perspectiva de cada uno de los interesados.
¿Qué implicaría más valentía por parte de James a partir del 3 de junio? ¿Marcharse del Madrid o continuar en su disciplina? No hablamos sino desde la óptica del arrojo, de los huevos. ¿Cuál de las dos posibles decisiones sería más osada y por tanto, según el principio de Borges, más proclive a resultar la correcta?
Un primer impulso nos lleva a decidir que la opción más atrevida sería la de partir. Enfrentarse a la incertidumbre de dejar atrás una vida cómoda en Madrid. Arrostrar las incógnitas que preceden a cualquier cambio de calado en la existencia propia (¿cómo encajaré en una nueva cultura?, ¿quién será mi entrenador?, ¿cómo seré recibido por mis compañeros?, ¿me acoplaré a un nuevo sistema de juego?, ¿pagarán religiosamente (incluso) a fin de mes la astronómica cifra que prometen?). Desafiar la duda retrospectiva que sin duda asalta a quien deja al Madrid atrás.
Claro que en este último apartado ya estamos insinuando que tal vez las cosas no sean como parecen y la decisión más intrépida, en el fondo, sería la de quedarse. ¿Por qué se iría James del Madrid si no es porque se muere de miedo ante la perspectiva de otro año sin ser titular? ¿No es la de partir, bien mirado, la salida del gallina? Los arrestos residen en asumir la opción de seguir en el club plantando cara a la brutal -pero sanísima- competencia por entrar en el once que ha impuesto Zidane. Arrestos (echando la vista atrás sin por ello pretender equiparar la calidad de uno y otro jugador) fueron los de McManaman al ver entrar a Figo por la puerta y desoír la propia voluntad del club para traspasarle. “Yo me quedo”, con dos pelotas y mucha hambre de gloria.
Es la decisión a la que públicamente apunta el entorno de Rodríguez, no sé si genuinamente o no. Pero sí intuyo que sería la más lanzada, la más atrevida. ¿Quién dijo miedo cuando me adorna esta zurda? James es poseedor del mejor golpeo de zurda que ha visto el Bernabéu desde Puskas. Esto lo dicen los viejos del tendido siete, no lo digo yo ni lo dice James, aunque no hay forma de que James no sea consciente de ello. Esta consciencia debería otorgarle el contrapeso de seguridad necesario para tomar decisiones arriesgadas pero donde hay mucho que ganar. James sabe que puede jugar como ante el Granada (partido en el que desató su descomunal clase con una exhibición casi pornográfica de goles, caños, pases largos y/o profundos, control del juego) siempre que se lo proponga, y si se lo propone mucho -quizá eso es lo que ha fallado- la necesidad de recurrir a la valentía corresponderá a Zidane si quiere sacarlo de la alineación. Se dice que no gusta a Zidane pero es mentira. Es solo que el marsellés tiene una gama de opciones agobiantemente amplia que le obliga a apuñalar sus propios gustos por la espalda. Con todo, ¿por quién optó Zidane como salida de emergencia ante el Barça, y casi le sale bien? Quedarse implicaría coraje pero no inconsciencia -esta sería la restricción a la ecuación de Borges- por cuanto está visto que Zidane está a años luz de haberle puesto una cruz. La única cruz es precisamente para quien no pone ganas. La única cruz es para quien no le pone coraje, cosa que a James le ha faltado pero que quizá esté empezando a adquirir en los terrenos escarpados de la no-titularidad. Marcharse sería un tropezón en la curva de aprendizaje del coraje que ha iniciado el colombiano.
Aclarado que (a los puntos) la decisión más valerosa para James es la de no irse, y por tanto la más acertada según la doctrina borgiana, examinemos cuál es la vía que comporta más hombría por parte del club (las instituciones también son más o menos “hombres”). ¿Sería el Real Madrid más valiente reteniendo a James a partir de junio, o poniéndolo en el mercado?
El único atrevimiento asociado a la opción de venderlo tiene que ver, paradójicamente, con el miedo. ¿Qué pasa si lo vendemos y luego se convierte en Balón de Oro en las filas del Manchester, el Bayern o incluso a la larga (ay) el Barça? Pasaría que la prensa recordaría con virulencia este hecho, que por lo demás solo sería lesivo en tanto en cuanto el equipo dejara de seguir una línea exitosa. ¿Y por qué habría de suceder eso cuando, aun sin James, contamos con Cristiano, Asensio, Kroos, Ramos y otros fichajes potenciales? El valor de la tremenda plantilla del primer equipo es el salvavidas que opera contra ese miedo.
Por lo demás, es evidente que el valor, desde el punto de vista del Madrid, reside en seguir contando con James, e incluso en convencerle de que debe seguir si al jugador le tienta en exceso el sendero de los gallinas. Para el Madrid, no vender a James implica valor porque supone renunciar a una talegada muy considerable que el mercado aún le daría pero a la cual el club puede permitirse decir no por su envidiable situación financiera. El Madrid debe asentar la continuidad de su enorme prestigio sobre la base de una plantilla cuajada de grandes figuras, no solo de un once cuajado de grandes figuras. La valentía para el Madrid consiste en ser fiel a esta idea también en lo tocante a James, rehuir con gallardía el camino fácil del traspaso. James va a triunfar en el Madrid porque es extraordinario, y solo desde la cobardía se puede tratar de ignorar este hecho para tirar por la calle de en medio.
Hay que leer a Borges y hacerle caso. Es lo que implica más coraje.