Según un primer criterio, hay dos formas de expulsar a un jugador: con razón o sin razón. Conforme a un segundo prisma, hay otros dos modos de hacerlo: con respeto o sin respeto.
La combinación de ambos criterios da lugar a cuatro formas de ser expulsado. Si te expulsan con razón y con respeto, solo resta enfilar en silencio el túnel de vestuarios. Si te expulsan sin razón pero con respeto, poco más o menos lo mismo pero con derecho a rezongar por el camino, lo mismo que si te hubieran expulsado sin respeto pero con razón. Si resulta que no hay ni razón ni respeto en tu expulsión te toca hacer lo mismo, pero yo tendería a ver con indulgencia alguna manifestación no ejemplar de contrariedad.
Cristiano Ronaldo fue expulsado este domingo sin ninguna razón por De Burgos (me abstendré de citar su segundo apellido pues me resulta particularmente desagradable). Pudo no ser penalti, pero en modo alguno hubo un fingimiento que solo desde la animosidad podía entenderse como tal. La jugada carecía del ánimo de engañar al árbitro tan patente en cambio en la jugada anterior de Suárez, donde no sólo no se amonestó al uruguayo sino que se pitó la pena máxima. La reacción de Cristiano (por lo demás un suavísimo contacto con la espalda del árbitro) no es disculpable, pero sí entendible en el contexto de ese contraste lacerante.
Expuesta la falta de razón, expliquemos la falta de respeto. Aun en el supuesto de que esté prevaricando, es decir, tomando una decisión injusta a sabiendas de que lo es, y no me parece este un supuesto nada descartable, un árbitro debe conducirse con algún decoro en el lance de la expulsión de un jugador, incluso si este es Cristiano Ronaldo. Si un árbitro tiene pretensiones de posteridad, y quiere que sus nietos estén orgullosos del abuelo que un día expulsó al astro portugués, más razón aún para desempeñarse en la acción con algún aplomo y masculinidad, pues la posteridad vendrá plasmada en imágenes.
De Burgos sacó la roja y se dio la vuelta al instante, sin valor para sostener las pupilas al luso durante siquiera un segundo, como la más elemental cortesía demandaba. Un acto de cobardía que raya con la provocación. La cobardía puede entenderse en quien tal vez no tenga la conciencia tan limpia como quisiera, pero entonces habrá que entender también (aun cuando no disculpar) la reacción en caliente de quien ve que a la tensión del momento, con las pulsaciones al máximo, se une la falta de virilidad del colegiado.
Cristiano Ronaldo cometió dos pecados, uno más grave que el otro. El más venial fue quitarse innecesariamente la camiseta al marcar su gol, lo que le costó una amarilla absurda. El mortal fue su toque (me niego a llamarlo empujón) en la espalda de De Burgos, que le va a costar una sanción cuanto menos irónica: se sancionará por menosprecio a un árbitro a quien acaba de jugar contra el equipo de fútbol de élite que más menosprecia por sistema al árbitro en la historia del fútbol mundial, acorralándole prácticamente en cada jugada sin que nadie nunca (tampoco este domingo) se ocupe de poner coto a esa actitud impresentable y continua.
De igual forma que podemos desagregar los modos de expulsar a un jugador, podemos desagregar los tipos de madridistas que existen con arreglo a diferentes criterios. Uno de ellos viene dado por la jugada de la ida supercopera. Habrá madridistas que hoy se dediquen a despotricar contra Cristiano por su evidente error, sin atender a los atenuantes (que no eximentes). Otros pondrán las cosas en contexto, y clamarán contra la falta de razón y de respeto de De Burgos.
Yo soy madridista, y tengo muy claro a qué categoría pertenezco.