El gol que no se marcó en Valencia, ni en Roma, ni ante el Barcelona… Ese tanto que no consuma, el que evita el orgasmo, otros días no llegó. No lo hizo. Se resistió. Se quiso mantener al margen. Pero este sábado, por fin, se dejó conquistar. En el último minuto, cuando el reloj agonizaba y los nervios se deshilachaban, apareció Thomas. El centrocampista miró la pelota, fijó la vista en la portería, lanzó la falta y la colocó entre las redes. Y, de pronto, escuchó el jolgorio. El del banquillo, con Simeone y el ‘Mono’ Burgos abrazándose; y sobre el césped, con los once tipos juntos en la banda, gritando, mandando todos los fantasmas al infierno de los agoreros y dándole los tres puntos a un Atlético que lo necesitaba (y mucho). [Narración y estadísticas: 0-1].
“Lo que me consuela es que, de todos los partidos que hemos empatado, la mayoría hemos estado a punto de ganarlos”, reconoció Simeone en la rueda de prensa previa. Y, días antes, tras el empate ante el Qarabag (1-1), ya anticipó la tesis: “En mis seis años, hemos ganado 30 ó 40 partidos como éste”. Y llevaba razón. En otro tiempo, el Atlético Madrid, en esos finales apretados, en ese agobio de minutos jugando a lo imprevisible, casi siempre acababa llevándose el gato al agua.
Este curso, sin embargo, acumulaba ocho encuentros en tablas (entre todas las competiciones), falta de gol y de juego. El jolgorio no llegaba y, claro, el Atlético no terminaba de arrancar. Hasta este sábado, en Riazor y contra el Deportivo. Entonces, apareció un jugador que estuvo a punto de ganar el encuentro ante el Qarabag, pero se fue al banquillo tras anotar el empate. El mismo que, de falta, la metió en el último minuto dentro de la portería y corrió a la banda como si no hubiera jugado 90 minutos con anterioridad, como si no hubiera ejercido de tapón y de mediapunta, de todo lo que le hiciera falta a su equipo.
Thomas, sin querer, se erigió en ese jugador diferencial. Justo cuando Simeone reclamaba a Griezmann (“no tengo un jugador que gane partidos”), apareció el centrocampista. Antes, quitó a Antoine para meter a Giménez. Y antes, el Atlético lo pasó mal, muy mal. De hecho, pudo perder el partido. Y empatar. Y ganar. Pudo hacerlo todo. Porque el Deportivo, que andaba pasándolas canutas hace poco de dos semanas, ha mejorado con el cambio de entrenador. Y, con la llegada de un nuevo técnico, estuvo a punto de someter al conjunto de Simeone.
No lo hizo el Deportivo. En gran medida, porque el Atlético no concedió demasiadas ocasiones. Resistió ante los disparos de Guilherme y Luisinho, que lo intentaron reiteradamente desde lejos, y mantuvo el tipo gracias a Oblak, como viene siendo habitual. Y, aunque no generó demasiado, encontró la llave al final del partido para sumar tres puntos. Y lo hizo porque a pesar de lo que se diga, de las crisis que se pinten o de lo que sea, el Cholo sigue creyendo en su idea, los jugadores no lo abandonan y la afición no tiene dudas. Saben que el camino lo marca Simeone y con él irían a cualquier parte. Incluso a la Europa League o a un circunstancial mal año. Cosas que pasan.
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