Sergio García y Rafa Cabrera-Bello serán los dos únicos representantes españoles en la Ryder Cup de Hazeltine (Minneápolis, Estados Unidos) que este fin de semana enfrenta a Europa y Estados Unidos. Una competición mayormente desconocida por el gran público, ajeno al mundo del golf excepto durante estas 72 horas en las que se concentra lo mejor de un deporte estigmatizado, que revive cada dos años en una fusión perfecta de deporte, drama, historia, tensión y espectáculo como ningún otro deporte es capaz de generar. El mejor torneo del mundo por...
POR LA HISTORIA
La Ryder Cup no es el evento más antiguo del mundo del deporte -ese honor recae en la Copa América de vela- ni tampoco la competición con más historia entre naciones -ese orgullo es para el Seis Naciones de rugby-. No, la Ryder Cup apenas atesora 89 años de historia, apenas 40 ediciones incluyendo ya la de Hazeltine. Un tradición escasa desde que un comerciante de semillas llamado Samuel Ryder consiguiera cristalizar la idea de un enfrentamiento entre estadounidenses y británicos a cambio de un trofeo que él mismo donaría y que aún hoy queda en posesión del vencedor.
Y sin embargo esa 'juventud' contrasta con la cantidad de entradas que registra en los anales del deporte. Desde aquella concesión de Jack Nicklaus a Tony Jacklin en la edición de 1969 en Royal Birkdale con un putt tenso para empatar y que hoy día se considera uno de los grandes gestos de 'fair play' de la historia del deporte, a la mítica ceremonia de clausura de la edición de 2010 en Celtic Manor (Escocia) en la que Seve, ya aquejado de la enfermedad que le costaría la vida, se convirtió en eje central provocando las lágrimas incluso del expresidente de Estados Unidos Bill Clinton.
POR SEVE
Precisamente Severiano Ballesteros es el gran refundador de la competición, la misma que llegó a languidecer después de 45 años de apabullante dominio estadounidense y que renació gracias al genio del cántabro. Fue su figura la que invitó a británicos e irlandeses a incluirle a él y otro puñado de jugadores de la Europa continental en el equipo como última esperanza. Desde Pedreña llegó el carisma, la fuerza y la agresividad necesaria para que el Viejo Continente se haya impuesto en 11 de las 18 ediciones desde aquella primera vez en 1979, en la que curiosamente Seve ganó dos puntos y perdió otros dos formando pareja con Antonio Garrido y cayó en su partido de individuales.
Pero Seve no sólo imprimió a la Ryder Cup un extra de competitividad sino que creó una rivalidad real. Algunos han dicho incluso que llevó algo de mala educación al juego más educado del mundo, pero lo cierto es que el carácter de Ballesteros imprimió algo diferente en una competición diferente. El mejor ejemplo, aquella discusión en 1987 con Tom Kite y Curtis Strange en el green del primer hoyo de su fourball (cada miembro de la pareja juega su bola y cuenta el mejor resultado) por decidir quién debía jugar primero. La conversación subió tanto de tono que Strange llegó a levantar la voz pidiendo que hablasen "en cristiano". Aunque Seve lo zanjó por la vía rápida: "Juega tú primero", le dijo a Olazábal, "es un chip sencillo y la voy a meter desde fuera". "Además", añadió, "ni te preocupes, Strange no la va a meter". Todo en voz bien alta, para que hasta los micrófonos de la televisión captasen el sonido. Desde luego una muestra de carácter y algo nunca visto hasta entonces en un deporte siempre considerado de extrema etiqueta.
Más allá, ya en 1997, en Valderrama, en la primera edición de la historia que disputaba fuera de la islas o de territorio estadounidense, Ballesteros fue el capitán del equipo europeo y le dio una vuelta de tuerca más al torneo. Él fue el primer gran capitán de verdad. Obsesivo con el trabajo, con la preparación previa durante meses en un torneo que cerca estuvo de irse al traste por la enorme tromba de agua que cayó días antes. Obsesivo con el estado de forma de sus jugadores y con el modo en que estos debían atacar el campo gaditano. Para el recuerdo aquella jornada de entrenamiento en que obligó a Lee Westwood, Bernhard Langer y Colin Motgomerie a repetir un par tres porque no le había gustado cómo lo habían hecho.
PORQUE NADIE CELEBRA ASÍ
Huérfanos del cántabro desde hace más de un lustro, el golf en general y la Ryder Cup en particular buscan desesperadamente un símbolo, una figura a la que asirse y que lleve la competición un punto más allá. Un intento de evolución necesario por las diferencias de los nuevos públicos y realmente innecesario a la vista de la cara de Ian Poulter en Medinah en 2012.
POR IAN POULTER, POR BUBBA WATSON
Precisamente el inglés es considerado el nuevo Seve (ojo, sólo en la que a carisma se refiere) por la celebración anterior y, sobre todo, por su pique con Bubba Watson en la edición de 2012. Ninguno de los dos cogerá un palo en Hazeltine (Poulter está lesionado y Watson no se ha clasificado), y aunque ambos serán vicecapitanes de sus respectivos equipos, la escena que protagonizaron fue tan atípica, tan irreal en el mundo del golf que trascendió las fronteras mediáticas para colarse como trending topic deportivo mundial. Mejor verlo:
POR LA VENGANZA
Gestos como el anterior generan pasión, pero también los hay que dan lugar a enfrentamientos personales, llevados al extremo y magnificados por el paso de los años. El que surge más claro en la memoria es la bautizada "Batalla de Brookline", en 1999, que se calentó ya en la previa con el mítico Payne Stewart ("Tenemos a los 12 mejores jugadores del mundo, los europeos no deberían jugar contra nosotros, sino hacernos de caddies") y que estalló durante la jornada de individuales con Chema Olazábal como protagonista involuntario.
Con Estados Unidos 14-12 arriba después de darle la vuelta a un marcador favorable a los europeos por 6-10 antes del inicio de la jornada, la tensión se liberó en el hoyo 17 del noveno partido. Justin Leonard embocó un putt ¡¡¡de 14 metros!!! que suponía garantizar al menos medio punto y que los yanquis retuvieran el título. Todo el equipo americano, jugadores, familiares, capitán, vicecapitanes... incluso parte del público invadió el green en una celebración tan eufórica como precipitada. Mientras el equipo europeo y medio mundo por televisión contemplaban la bochornosa celebración, José María Olazábal esperaba su turno para poder patear. Porque el español aún tenía la oportunidad de ganar y aguarles la fiesta. El de Hondarribia falló, Estados Unidos se quedó el trofeo y Tom Lehman, el señalado como incitador de la celebración, llevará para siempre adherido a su nombre el apodo de El ogro de Brookline.
POR LA PRESIÓN
Todo lo anterior unido al hecho de jugar para un equipo en un deporte netamente individual y con la peculiaridad de que, a diferencia de la Copa Davis en el tenis, se disputa cada dos años -lo que añade serias dificultades a formar parte del equipo varias veces durante la carrera profesional de cualquier jugador- convierte la Ryder Cup en el único evento en el que a los jugadores superprofesionalizados del Circuito Europeo y, especialmente, de la PGA estadounidense no sólo les sudan las manos, sino que les tiemblan las piernas y hasta les provocan 'yips' (errores en el movimiento a la hora de realizar el golpe provocados por la tensión psicológica).
Bernhard Langer los sufrió en la edición de 1991 de forma escandalosa, pero lo cierto es que ni siquiera son necesarios para fracasar estrepitosamente en la competición más prestigiosa del mundo del golf. El ejemplo claro es Tiger Woods. Vicecapitán en Hazeltine -no debutará tras su lesión hasta dentro de unas semanas-, el exnúmero uno del mundo, considerado por muchos como el mejor jugador de todos los tiempos, ha fracaso estrepitosamente en las siete ocasiones en las que ha participado. De hecho, sólo ha ganado el trofeo en una ocasión (precisamente Brookline 1999) y sus registros arrojan 'únicamente' un 48% de puntos ganados después de ganar 13 partidos, empatar 3 y perder 17 de los 33 que ha jugado en toda su carrera.
"Piensas que sabes lo que es caminar hacia el tee del 1 y crees que sabes lo que es jugar bajo presión, pero no tienes ni idea. Nunca has jugado bajo una presión como esta", palabra de Rory McIlroy esta misma semana en Hazeltine.
PORQUE AQUÍ NO HAY DINERO
Lo mejor de todo lo contado hasta aquí es que nadie, absolutamente nadie, cobra un euro (o un dólar). La Ryder Cup se ha convertido en el último reducto de un deporte que gusta considerarse a sí mismo como la exquisitez, la etiqueta y la educación personificada. El mismo deporte en el que todas sus grandes estrellas, americanas, europeas, asiáticas y oceánicas, han renunciado a formar parte del golf en su retorno a los Juegos Olímpicos con contadas excepciones.
Un deporte que necesita la visibilidad, la proximidad y la promoción que sólo la Ryder Cup es capaz de darle. Por algo esta semana en Hazeltine (Minneápolis, Estados Unidos) habrá más de 250.000 espectadores en el campo, por algo es el tercer evento mundial en lo que a número de televidentes se refiere sólo por detrás del Mundial de fútbol y los Juegos Olímpicos y por delante, aunque a muchos les sorprenda, de la archifamosa y archipublicitada SuperBowl. Además, también se calcula que la Ryder Cup es el tercer evento en generación de retorno económico para sus organizadores.