¿Qué puede mover a un tipo que posee una fortuna de 600 millones de dólares a volver al golf después de dos años sin competir y de haberse despeñado en la clasificación mundial? ¿Ambición, ira, revancha, orgullo, sanación? Ambición quizá. Por dinero tal vez no. Pero por el afán de ser el mejor... Vuelve el rumor, vuelve Tiger. Será en Bahamas en la primera semana de diciembre.
¿Ira? A Woods lo vimos en la Ryder Cup escondido tras una gafas oscuras y un pinganillo pero su gesto era duro, muy duro. Ni una sonrisa, ni una broma. Tal vez el cabreo de ver jugar por Estados Unidos a golfistas a los que ha ganado en multitud de ocasiones y que, en realidad, están muy por debajo de su nivel medio, sea una realidad que no tapaban esas gafas negras.
¿Orgullo? Probable. Él ha sido número uno mundial indiscutible y regresará en el número que da nombre a un Boeing: el 767. Y eso, para quien ha volado más alto que nadie es un oprobio. ¿Orgullo? Pues sí.
Y queda la sanación, ésta con varias caras: la física, la anímica y la estrictamente mental. El golf es un deporte enormemente exigente para las espaldas de los deportistas y él lo ha sufrido. La violencia de su swing ha minado la resistencia de sus músculos dorsales y de esa columna obligada a retorcerse y desgirar a una velocidad más propia del ataque de una cobra. Ya hemos hablado de su ánimo, escondido tras la opacidad de unos lentes, tal vez para no mostrar una tristeza o una frustración impropia de los dioses del deporte.
Tiger era el mensajero del triunfo, era el Mercurio del golf, anunciando victorias a velocidades imposibles para otros deportistas. Tras meses de recuperación física, es seguro que su ánimo esté ahora como el termómetro en primavera: empezando a subir. Pero -siempre hay un pero- ni el ánimo ni el físico son suficientes para el golf de competición, bueno, para el golf. Si para el aficionado, talentoso o no, es siempre una prueba de concentración enfrentarse a la bola yacente ¿qué no será para quien en ese golpe se juega 200.000 dólares o el inmenso honor de proclamarse campeón? ¿Está la cabeza de Tiger para eso? Demasiadas preguntas, demasiadas incógnitas.
De cualquier modo, el mundo del golf está expectante. No sólo los millones de aficionados que lo practican, sino también quienes han sido sus compañeros y las principales víctimas de su ilimitada capacidad de vencer. Tiger lo tuvo todo: fama, dinero, gloria, respeto, amor (de muchas clases) y hasta odio para que, efectivamente, no le faltara de nada. Él reinaba sobre ese mundo fascinante del deporte de élite siendo el deportista que más dinero ganaba en un año, 53 millones de euros en 2014, según France Football, por delante de Roger Federer y del baloncestista Kobe Bryant. Se sostuvo en esa posición entre 2001 y 2012 llegando a ganar algunos años más de 100 millones de dólares. Pero no sólo él ganaba, todos querían arrimarse a su atlética figura para prestigiarse.
El márquetin (se habla español), ese insaciable monstruo, el sacamantecas de la fama, que se pega como una lapa a los grandes nombres, lo arrimó a Nike, a Coca Cola, a AT&T, a Gillette, al gigante de la limpieza Procter & Gamble y a otros muchos. Todos ganaban, todos eran más limpios, más sanos, más fuertes, más elegantes al lado del Tigre. Se llegó a publicar que Woods ganaba unos cien millones anuales sólo en contratos de publicidad. Si él ganaba esto ¿qué no ganarían las marcas vinculadas a su nombre? Porque el márquetin no es precisamente un ente dadivoso, si te da es porque tu le das más, si no, practica el divorcio a la española: ahí te quedas. Él lo sabe bien.
Retorno frustrado
Vuelve, ¿vuelve? el Tigre. Ya estuvo a punto en el reciente Waysafe Open el pasado 13 de octubre. Pero no, al parecer su espalda todavía no estaba a punto. Ahora, parece que Bahamas será el escenario. Veremos. Si le va bien deportivamente, si vuelve a mostrarse como ejemplo en el campo y fuera de él tal vez quienes lo abandonaron tras el escándalo sexual y su sonado divorcio se planteen volver a vincularse a su carismática personalidad.
Como ya hemos apuntado, su imagen generó en el pasado pingües beneficios a las marcas. Se estima que Electronic Arts (EA Sports) llegó a ganar 754 millones de dólares con su videojuego. Su principal patrocinador, Nike, anunció este mismo año que dejaba de vender palos, bolas y bolsas de golf tras la caída de un 8% en sus ventas. Pese a esa merma en las ventas, la marca facturó la nada despreciable cantidad de 706 millones de dólares, unos 650 millones de euros al cambio actual. Si tenemos en cuenta que Tiger firmó contrato con Nike en 2006, tirando por lo bajo, sus cifras de ventas en golf seguramente superaron los 6.500 millones de euros. Sabiendo que un americano medio gasta unos 2.200 dólares anuales an alimentación, con ese dinero podrán haber comido 321.000 estadounidenses durante un año, o sea, toda la población de lugares como Pittsburgh (Pensilvania), San Luis (Misuri), Santa Ana (California) o Tampa (Florida). O sea que si de alimentación habláramos, Woods pasaría de Tigre a Tigretón.
Ojalá Wodds vuelva a ser el de antes. Ganará el deporte, el espectáculo y ganará el golf. Hoy ya caminan por las cumbres de la victoria nombres como Spieth, Johnson, Reed o Fowler entre los estadounidenses y Day, McIlroy, Willet, Grillo y otros entre los del resto del mundo. No lo tendrá fácil ni en el campo ni fuera. Veremos cómo lo (mal)trata su físico y cómo lo reciben en el volatil universo de la fama y el prestigio. Está en juego no sólo mucho dinero sino la recuperación del que fuera símbolo del triunfo. Nike lo sabe bien, no en vano debe su nombre a la diosa griega de la Victoria. Sus hermanas, Bía (violencia) tratará de asistir a su swing; Zelo (fervor) de animar a su público y Cratos (fuerza) a sostener su ánimo y su brazo. Tal vez entonces todos podamos decir: ¡eureka!