De Sergio García siempre se ha esperado mucho. Más incluso que del resto por el simple hecho de llegar cuando y como lo hizo. Su golpe bajo el árbol de Medinah en el US PGA de 1999 le convirtió en lo que él no había pedido. Era depositario del pasado, dueño del presente y estrella del futuro. Le tocó lidiar desde el minuto uno con el peso de la leyenda de Severiano Ballesteros y con la obligación de estar a la altura de José María Olazábal. Tareas ahora conseguidas a las que, sin embargo, suma una más: lo que ellos hicieron con él, el castellonense tendrá que hacerlo con Jon Rahm.
No fue sólo Medinah y aquel segundo puesto justo detrás de Tiger Woods. Sergio García acaba de hacerse profesional. Apenas unos meses antes, el golf español tuvo la que quizás sea la foto de mayor gloria de nuestra (pequeña) historia. Sí, Seve tenía dos Masters y tres British, pero aquel abril de 1999 Olazábal sumó su segundo grande y un jovencísimo español de amplísima sonrisa fue el mejor amateur de ese mismo torneo.
Éramos los reyes del mundo. Y nos lo íbamos a comer. Quién iba a decirnos, quién iba a decirle al propio Sergio o al propio Olazábal, que aquello fue un espejismo, que todo iba a ir a peor, que Seve fallecería de un maldito tumor que nos dejó a todos huérfanos y desorientados. Quién podría imaginar que aquel día, en el momento de nuestra mayor gloria, como si atendiéramos a la partida de la Armada Invencible rumbo a la gloria, en realidad estuviéramos dando el primer paso hacia el precipicio.
Una travesía por el desierto que ha durado 18 años. 18 largos años en los que Sergio García siempre fue la punta de lanza de nuestras esperanzas y también el saco que recibía los golpes de nuestras frustraciones. Le acompañaron algunos intentos vanos, nombres de nuestro deporte que lucharon contra molinos de viento gigantes de verdad, enloquecidos, desquiciados, frustrados. Cautivos y desarmados aunque con el colmillo torcido, luchadores malencarados que parecían Tercios de Flandes, inasequibles al desaliento, incapaces de admitir su derrota.
Seve nos regaló la fama de magos, Olazábal nos mostró el camino y Sergio lo anduvo. Ha tardado 18 años, 21 si contamos su debut como amateur en el Abierto Británico de 1996, pero ha encontrado el destino. Una tierra prometida tiempo ha que no por llegar después de lo esperado parece menos fértil. De hecho, el paraíso del golf español puede estar más cerca que nunca.
Muchos son los ejemplos de jugadores que, pasados los 35, lograron su primer grande y encadenaron todos los que se les debían en un tiempo récord. De Phil Mickelson a Zach Johnson pasando por Adam Scott y tantos y tantos otros. Es el momento de pensar que, si Sergio ha soportado un exilio tan prolongado sólo para encontrar el camino que llevaba a la X marcada en el mapa, ahora lo recorrerá más rápido. Y lo que es mejor, se lo podrá enseñar a otros como los anteriores hicieron con él. Ahí está Rafa Cabrera-Bello. Ahí está Jon Rahm, que terminó en el puesto 27 en su primer Masters y no sólo es la gran revelación del golf mundial en 2017 -como lo fue Sergio en 1999-, sino que es la gran esperanza del golf español para el futuro.
Sólo nos queda esperar, a ser posible menos que los 18 años que hemos penado desde la segunda Chaqueta Verde de Olazábal, aunque cuando flaqueemos, cuando la desesperanza amenace con vencernos, podremos aprender de Sergio y aferrarnos a lo que Ollie, como conocen a Olazábal los yanquis, le dijo el miércoles antes de conquistar su primer grande: "José me escribió diciéndome cuánto creía en mí y lo que necesitaba hacer: creer en mí mismo, estar calmado y no permitir que las cosas me fueran como en el pasado". Ya tenemos la magia, la brújula y el camino marcado, sólo falta empezar a andar de nuevo. El primer paso ya está dado.