Hay cada vez menos sentido en el mundo del deporte. Menos lógica si se prefiere. Si bien las jugadoras de baloncesto se rebelaron contra las equipaciones ajustadas de una sola pieza que la FIBA les quiso imponer y deportistas de casi cualquier disciplina pelean porque sus deportes no se sexualicen, el golf profesional ha tomado el camino contrario, aunque por las razones adecuadas.
Mientras el deporte, y la publicidad unida a él, premian el éxito y la imagen a partes iguales, la LPGA -el circuito femenino de golf en Estados Unidos- ha optado por el recato, las camisas con cuello y sin escote, las faldas y pantalones cortos a la altura de la rodilla y nunca por encima. Un ‘dress code’ o código de vestimenta que entró en vigor el pasado mes de julio y que no ha gustado nada a la mayoría de jugadoras profesionales. Sin embargo el debate va más allá del machismo de la medida.
“¿De verdad necesitas ventilacion en las tetas? No creo que eso vaya a mejorar tu resultado. Este es nuestro lugar de trabajo y las jugadoras deberían verse como auténticas profesionales”, argumenta la jugadora estadounidense Cristina Kim, mientras que a otras como la canadiense Brooke Henderson, de 20 años, la polémica ni les afecta: “Yo juego con pantalón largo y polo con mangas...”.
La primera en protestar fue una de las grandes jugadoras a nivel mundial. La estadounidense Lexi Thompson aprovechó una campaña publicitaria con motivo del retorno del golf a los Juegos Olímpicos para bromear con su nueva línea de ropa para adecuarse a la nueva normativa: “No sé cómo podían jugar con estos modelitos”. Un chiste para entendidos.
Mucho más directa ha sido Michelle Wie. La estadounidense, la gran estrella de golf mundial, ha aprovechado el parón tras finalizar la temporada 2017 para recordar que la polémica no ha terminado, que las jugadoras quieren vestir como les venga en gana.
Con un top sin mangas dejando el ombligo a la vista y un falta excesivamente corta para la nueva normativa, Wie lanza un mensaje: “Fuera de temporada: sin multas por el dress code”. Una simple imagen para reavivar la llama en quienes quieren abolir la reforma sin que pase más tiempo.
“Está claro que nuestro objetivo es jugar lo mejor posible, pero parte de ser mujer, y de ser una mujer deportista, es verte en forma y atractiva. Eso lo hacen muy bien en el tenis femenino y no veo que afecte para nada al deporte”, señala la alemana de 32 años Sandra Gal en una línea similar a la que argumentan desde varias asociaciones de deportistas femeninas: “Deberíamos centrarnos en el talento de nuestras deportistas en lugar de en su aspecto. Por eso deberían poder vestir aquello con lo que se sientan cómodas al competir y no estar limitadas por un código de vestimenta”.
Y a pesar de todo lo anterior queda un argumento aún más poderoso que el machismo en contra del nuevo ‘dress code’. “El golf ya es un deporte bajo un severo escrutinio por parte de los medios y los aficionados de todo el mundo por su conservadurismo y ‘antigüedad’ en muchos aspectos y esto sólo da alas a lo críticos que dicen que el golf está pasado de moda”. No le falta razón a Anya Álvarez, exjugadora profesional y ahora analista del diario inglés The Guardian, pues el código de vestimenta que reduce el largo de las faldas está dentro de la categoría de decisiones de algunos clubes de no permitir a las mujeres jugar en sus campos o, simplemente, ser socios de pleno derecho de los mismos. Decisiones y medidas de otro tiempo, de otros siglos.