La comparación es injusta pero inevitable, ya que son los hechos los que muestran al heredero de Severiano Ballesteros. La sucesión de los mitos, que habitualmente tarda mucho en acontecer o no llega nunca, ha ocurrido de forma casi inmediata. Jon Rahm está superando algunos de los registros del hombre que cambió el golf y la Ryder Cup.
Más aún, sus primeros resultados en el profesionalismo se acercan a los de Tiger Woods. Estamos ante un jugador de época, porque sólo un portento puede seguir los pasos
de dos genios. Más sorprendente resulta que la similitud con Seve vaya más allá de los meros resultados. Induráin y Bahamontes eran como la noche y el día, y entre la magia de Santana y el poderío arrollador de Nadal hay un océano. Sin embargo, late algo en el permanente hacer de este elegido que recuerda la figura del pionero.
A primera vista, la firmeza en el andar y el físico impresionante delatan su relevancia en el campo, una creencia en la fuerza de su golf manifestada también en unas declaraciones a los medios más preclaras que presuntuosas. Pero, sobre todo, le delata esa mirada de determinación, seria, profunda y reveladora de una fe inquebrantable en su enorme talento, tan parecida a la de Seve que estremece.
Rahm ha terminado el curso como número uno y sólo ha necesitado tres años para conseguir la Orden del Mérito Europeo, veintiséis después de la última que ganara Ballesteros. De la dificultad de la hazaña da fe que, entretanto, España ha parido grandes golfistas, incluso ganadores de grandes, incapaces de conseguirlo. Ni José María Olazábal, ni Miguel Ángel Jiménez ni Sergio García lo lograron, quizás porque ninguno tiene la solidez del apenas recién llegado. Olázabal, al que Woods envidiaba su juego con los hierros largos, tuvo frecuentes problemas con su driver, parecidos a los que tiene García con el putt.
El golf es cuestión de manos y de cabeza, de sensibilidad y concentración, y cualquier debilidad mental o técnica es castigada con fiereza por el campo y los rivales. Unidos por la pasión, la personalidad, por sus miradas y trayectorias, Ballesteros y Rahm hasta están unidos por sus raíces, pues Estrabón señaló que todos los habitantes del septentrión español vivían de la misma manera, y Plinio relata que los pobladores de la costa vizcaína y guipuzcoana y las gentes del interior en las montañas tenían por dueños a los cántabros.
No obstante, lo que termina por unir de forma inevitable a ambas figuras es que Jon Rahm no desperdicia ninguna ocasión en resaltar el orgullo que le supone colocar su nombre al lado del de Severiano Ballesteros. Quizás sabedor de que su figura en España no termina estar donde se merece -siempre se lamentó el de Pedreña de no ser profeta en su tierra-, el joven golfista insiste en recordar al deportista que logró la distinción de la BBC en 2009 por su contribución a cambiar el golf para siempre, en especial la Ryder Cup.
No sabemos muy bien porqué, pero España, aún y con el desafecto que no merecen, es tierra de golfistas apasionados, que juegan con arte y corazón y que, en estos tiempos, siguen la estela brillante, inigualable e imperecedera de Severiano Ballesteros. Ninguno como Jon Rahm.