De izquierda a derecha, con caída, rápidos, de casi seis metros. Dos putts clavados, prácticamente idénticos. Primero en el 17. Luego en el 18. Dos premios a la constancia después de tanto suspiro con el putt durante todo el día. Un final de época, con dinamita en el putter, hielo en las venas y una determinación tal en la mirada que hasta el mismísimo Seve se hubiera roto las manos aplaudiendo. Jon Rahm consiguió -al fin- el grande que tanto merecía. Conquistó el US Open en su campo fetiche y ya se puede permitir soñar con igualar a Ballesteros, con superarle o con lo que él quiera.
El deporte siempre da revancha y Rahm tenía demasiadas cuentas pendientes. Le debían una venganza por el positivo por la Covid que le dejó sin victoria dos semanas atrás en el Memorial Tournament. Le debían una revancha los cinco top ten que amenazaban con hacer de él el Poulidor del golf moderno. Pero sobre todo Rahm se debía a sí mismo la confirmación de todo lo que él mismo se había prometido desde que alcanzase el número uno del mundo amateur.
Tiene tanta hambre que prácticamente todo se le queda corto. Quema etapas a una velocidad apenas vista en este deporte. Júnior, universitarios, amateur, profesional... Todos los niveles han sido escalones que el de Barrika ha saltado de dos en dos. Desde que el hermano de Phil Mickelson le tutelase en Arizona State para reventar el récord de Jack Nicklaus en el Mundial aficionado de 2015 en Karuizawa, Japón, hasta las lecciones de coaching cuántico del gurú deportivo Joseba del Carmen. El vasco es talento puro revestido de miles de horas de trabajo y de una mentalidad inalcanzable para los mortales.
Su actitud es la que le permitió salir al ataque en Torrey Pines. Aquí se hizo famoso en 2017 con su primera victoria en el PGA Tour. Sí, aquella en la que enchufó un eagle increíble en el 18. Pues esa misma mentalidad fue la que le llevó a empezar y a terminar de la misma manera. Birdie al 1. Birdie al 2. Birdie al 17. Birdie al 18. Y entremedias un ejercicio de autocontrol y de madurez que pocos años atrás eran inconcebibles en un temperamento volcánico.
El bogey del hoyo 4 -el único error del día- y los incontables putts que se le fueron por centímetros, por milímetros incluso, fueron el auténtico desafío para Rahm. Mantener la calma a toda costa. Enfocarse siempre en el siguiente golpe. Aprovechar la fortaleza de su drive para no pensar en la falta de acierto con el putt. Insistir con ese backswing recortado que tanto domina y tan buenos resultados da para no dudar a la hora de embocar.
Con un menos dos por los primeros nueve -a dos golpes de distancia del líder Louis Oosthuizen- la paciencia tuvo que elevarse a la enésima potencia durante los siguientes siete hoyos. Siete pares seguidos para desquiciar a cualquiera. Siete pares con sus putts errados por la mínima y una escapada por la izquierda a la valla que bien podría haber sido 'susto o muerte'. Un desafío a la fijación de su mente que, sin embargo, jamás le desvió de su objetivo.
En 18 hoyos cabe toda una vida. Subidas, bajadas, vaivenes, injusticias del destino y guiños de la fortuna. Una suerte de mito griego en el Jon Rahm se ató al mástil para escuchar los cantos de sirena sin dejarse capturar por ellas. Aguantó. Perseveró. Y cuando llegó el momento...
El golf le debía mucho a Jon Rahm, así que llegado el momento se lo ha devuelto con creces. Dos birdies seguidos en el 17 y el 18 para conquistar su primer grande. En Torrey Pines, un campo que ya es historia del golf español y en el que le esperaban su mujer Kelley Cahill y el pequeño Kepa Cahill Rahm, de apenas tres meses, para celebrar el US Open y el número uno del mundo al que vuelve con la victoria. Eso sí que es llegar con un pan debajo del brazo.