Joven, licenciado en Ingeniería Aeronáutica y con trabajo. Damián Quintero (Buenos Aires, Argentina, 1984) lo tenía todo para ser razonablemente feliz en los tiempos que corren. Sin embargo, decidió ser inconformista y pelear por su auténtico sueño: convertirse en karateca profesional.
“Hace tres meses pedí una excedencia. Llevaba tres años y medio trabajando en una empresa. El trato fue excelente, dándome horarios preferentes y dejándome viajar a los campeonatos como deportista”, revela el número uno del mundo a EL ESPAÑOL. Quiere preparar a conciencia el Mundial de kárate de 2016, en el que defenderá título, y, sobre todo, tiene entre ceja y ceja un reto todavía lejano, pero más ilusionante que cualquier otro: los Juegos Olímpicos de Tokio.
Dentro de cuatro años, en Japón, el kárate tendrá muchas posibilidades de entrar en el programa de los Juegos. Y con él, Quintero. No duda ni un instante a la hora de señalar qué le queda por ganar. “El oro olímpico. Estamos a un pasito de entrar en los Juegos junto con el béisbol, que es el deporte rival porque los japoneses también son fuertes en él. Si Dios quiere y puedo clasificarme, estaré en Tokio y lucharé por ese ansiado oro”.
Sería el culmen de una trayectoria marcada por el éxito. El idilio de Damián con los kimonos, los cinturones y los tatamis se inició en Málaga, la provincia donde ha estado afincado la mayor parte de su vida. A los seis años, el kárate llegó a su vida para no separarse de él jamás. “Había un pequeño gimnasio en el colegio donde estudiaba en Torremolinos. Mis padres me apuntaron por practicar un deporte distinto al fútbol o al baloncesto”, recuerda.
El apoyo de 'La hinchada', como él mismo apoda a sus progenitores y a su entorno más cercano, resultó fundamental desde el principio. Sobre todo, cuando la competición “atrapó” a Quintero, los éxitos empezaron a encadenarse y el traslado a Madrid se convirtió en una posibilidad real.
“Venir a la capital, aunque fuese a una residencia, con una beca, compartiendo el día a día con gente que está en tu misma situación, con tutores y una Federación detrás, se me hizo muy difícil. Era un niño”, asume. “Empecé la universidad solo y estaba acostumbrado a que en casa mi madre siempre me insistiese en el tema de estudiar. También me tuve que valer por mí mismo a la hora de entrenar: fijar los horarios y que nada me apartase del camino que tenía”, continúa.
No fue el único momento duro que tuvo que solventar Quintero. A los 19 años, pasó a ser un fijo en las convocatorias del equipo nacional absoluto de kárate. Empezaron a llegar las victorias en el Campeonato de España senior, al igual que la pelea por las medallas europeas y mundiales.
Sin embargo, todo estuvo a punto de irse al traste. El karateca malagueño pasó siete años consecutivos sin disputar el Nacional individual y, en 2008, llegó a plantearse la retirada, en lo que fue un auténtico punto de inflexión de su carrera.
“Tuve una disputa con el seleccionador de kárate de esa época y me sacaron del equipo nacional durante unos meses. Sólo me perdí un Europeo, pero fue complicado. Me pregunté para qué seguía en el kárate. Económicamente, tampoco te da mucho dinero, y encima estaba sufriendo. Pensé en hacer mi carrera y buscar mi profesión por otro lado”, cuenta Quintero al volver sobre aquella etapa complicada. “Quizás fue una cura de humildad, un toque de atención a lo que podía llegar a venir”, asume.
No obstante, el optimismo va implícito en la personalidad sureña, y Damián no iba a ser menos. Apretó los dientes, agilizó sus movimientos y golpeó al vacío con más fuerza que nunca en cada uno de sus katas. Así, volvería a sentirse karateca en 2011, el año de su redención. Entonces, Damián volvió a proclamarse campeón de España para romper las ataduras que habían nublado su horizonte. La liberación había llegado.
“Habían sido muchos años duros. A nivel nacional, era el número dos, y nadie te sacaba de ahí. Los katas eran muy complicados. Todo depende de cinco jueces y siempre hay unas ventajas para unos y otros. Cuando fui campeón de España, fue como 'uf, ya era hora'. También fui subcampeón de Europa entonces y fue una alegría inmensa”, afirma Quintero.
Aquel 2011, el malagueño también se graduaría como ingeniero tras haber aprovechado incontables momentos de descanso o viajes para estudiar y preparar trabajos de la carrera. Su balanza deportiva y personal se había equilibrado definitivamente.
Europa y el mundo a sus pies
Tras superar el peor bache de su carrera, Damián Quintero sólo creció a partir de cada uno de sus nuevos pasos. Antes de cada torneo, un ritual imperecedero que poner en práctica. “Nunca suelo calentar encima del tatami de competición. Tampoco suelo tocarlo. A veces lo hago únicamente con la mano para ver si resbala o no. Cada vez que entro a un enfrentamiento, me echo para atrás y deslizo los pies un poco. Es una manía incorporada a mi cuerpo. Si no lo hago, no estoy tranquilo”.
Efectiva o no, esta superstición ha acompañado al mejor karateca de la actualidad antes de los logros más especiales de su carrera. El oro mundial conquistado en 2014 es uno de ellos. “El equipo hizo historia. Fueron momentos especiales, con las lágrimas saltando. Subir en Bremen (Alemania) a ese tatami elevado para disputar la final del Mundial quizá fue el momento más brillante de mi carrera”, asevera Quintero.
Sin embargo, hay otro hito que Damián recuerda con especial cariño. A pesar de haber sido campeón de Europa absoluto en varias ocasiones, el oro en los Juegos Europeos de Bakú disputados el pasado junio le marcó para siempre.
Quizá lo hizo porque Quintero vio entonces más cerca que nunca el sueño de Tokio 2020. “Era la primera vez que el kárate se codeaba con deportes olímpicos en un evento muy importante a nivel continental. La medalla olímpica europea es lo más valioso que tengo en casa ahora mismo”, declara con convicción.
La misma que le ha llevado a luchar contra viento y marea por ser profesional del kárate. Y es que Damián, a pesar de su situación, es consciente de las dificultades que conlleva practicar su deporte, escorado hacia el amateurismo. “A no ser que seas entrenador o que tengas un dojo/gimnasio y des clases de kárate, los clubs no son profesionales y no pagan a los deportistas por competir. Al contrario: nosotros pagamos la cuota mensual por entrenar con nuestros maestros”, revela.
El campeón malagueño es la contraposición perfecta a esa parte negativa del kárate. Compite para el Al Ahli, un club de Dubai en el que milita la también española Sandra Sánchez, número dos del mundo y mejor karateca de la Liga Mundial femenina (Premier League). Por su parte, Quintero es el número uno del mundo tanto en la Liga Mundial masculina como en el ránking de la WKF (Federación Mundial de Kárate).
“El principal rival a nivel mundial es Japón. A nivel europeo, Francia está muy fuerte. También Italia y Turquía. Hay muchos rivales duros, pero, como siempre digo, los rivales que no conocemos también son importantes. No hay que menospreciar a nadie”, afirma Quintero.
Con el Open de París como competición fetiche, Damián resalta la “satisfacción por el esfuerzo realizado” cuando le toca subir al podio. “El cuerpo se relaja. El trabajo está bien hecho, y si recibes la medalla de oro, pues mucho mejor. El momento de escuchar el himno nacional y de ver cómo la bandera de España sube por encima de todas es enorme”, añade.
Entre sus aficiones fuera de los tatamis, destacan el fútbol (es hincha de Barça y Málaga) y el snowboard, aunque últimamente se muestra reacio a practicarlo. “Subir la montaña nevada y descender por el valle te relaja muchísimo, pero ahora mismo es imposible hacerlo. Tengo miedo de lesionarme y no poder competir. Lo tengo apartado hasta que me retire del kárate”, confiesa.
Como se puede comprobar, Damián Quintero es incapaz de desconectar de la “filosofía de vida” que supone llevar un kimono a cuestas. “El kárate te enseña muchas cosas. No sólo a nivel de coordinación, fuerza o velocidad, sino también a nivel mental y de sacrificio. Son valores que igual otros deportes no tienen tan involucrados. Te enseña a vivir”, sentencia con rotundidad el ingeniero de los tatamis.