Cuando Rafaela Silva fue eliminada de la competición en los Juegos Olímpicos de Londres en 2012, quedó aturdida sobre el tatami. No comprendía la decisión del juez. Su llanto se escuchaba en varias manzanas a la redonda. Al llegar al vestuario e intentar desahogarse con sus amigos por el teléfono, le remataron decenas de tuits ofensivos enviados por algunos de sus compatriotas: “Un mono tiene que estar en una jaula, no en unas olimpiadas”, decía uno de ellos. Estos desalmados insultos habrían acabado con cualquiera, pero Rafaela no es cualquiera. Nació y se crió en Ciudad de Dios, bajo el amparo del Instituto Reação, y eso es un escudo indestructible.
Esta organización no gubernamental fue creada en el año 2003 por el judoca medallista olímpico Flávio Canto (bronce en Atenas´2004), y trata de ser una salida para cientos de niños que no lo tienen nada fácil en algunos de los barrios de la ciudad olímpica. Una salida, en muchos casos, de emergencia, en una orografía llena de enormes piedras rocosas por todas partes, y de injusticias en laderas y valles.
Julia Rockenbach, desde la sala de máquinas del Instituto Reação, explica a EL ESPAÑOL la “reacción” que buscan: “El trabajo se organiza en torno a cinco sedes: Rocinha, Ciudad de Dios, Tubiacanga, Pequena Cruzada y Deodoro”. En sus instalaciones se pueden encontrar “judocas desde los cuatro años de edad, reunidos alrededor de tres programas de trabajo: la Escuela de Judo, para niños; el programa Reação Educação –sólo en la sede de Rocinha– donde se organizan talleres pedagógicos, talleres culturales, artísticos y de medio ambiente; y el programa Reação Olímpica, para niños a partir de 12 años, centrado en el alto rendimiento”.
Además de su labor social, con este programa para preparar a judocas profesionales el Instituto Reação tiene razones también para sacar pecho. La selección brasileña cuenta ya con seis deportistas salidos de esta cantera de vida y medallas. Tres de ellos en el equipo principal: Víctor Penalber, David Moura y la propia Rafaela Silva, emblema de la sede de Ciudad de Dios.
“Veíamos mucha violencia, los niños a nuestro lado tomaban drogas o llevaban armas. Había una Asociación de Vecinos que organizaba clases de algunos deportes. Yo quería jugar al fútbol, pero sólo tenían masculino, así que no pude apuntarme. Acabé apuntándome a judo para poder defenderme en la calle”. Rafaela Silva, que ahora también es militar, supo agarrarse bien fuerte a la cuerda que arrojan desde el instituto para salvar a todos los niños que puedan.
A Flávio Canto, el fundador y presidente, nunca se le olvida el primer día que escuchó hablar de ella y su hermana Raquel. Uno de sus maestros y hombre de confianza, Geraldo Bernardes, gurú del judo carioca, le avisó: “Geraldo me dijo que en Ciudad de Dios tenía dos niñas que eran especiales, y que las dos iban a ser campeonas. Y normalmente Geraldo acierta”.
El maestro acertó, claro que acertó, y la satisfacción limpia meses de sinsabores. Sobre la sensación de cosechar lo sembrado, Julia Rockenback, en nombre de una plantilla de cerca de 50 trabajadores, reconoce que ven resultados “sobre todo en la comunidad de Rocinha, donde conseguimos desarrollar muy bien los talleres pedagógicos. En el resto de sedes nos falta la infraestructura adecuada para impartir las clases. Queremos ampliar ese refuerzo escolar, que está dando frutos”.
Así pues, parte de ese verdadero legado de los Juegos se confirmaría si, en el caso de la afición al judo, el impulso olímpico se tradujera en más alumnos y más apoyo público y privado para conseguir esas aulas y esas instalaciones nuevas que dejen seguir creciendo a los futuros campeones.
Hay algo en la labor del Instituto Reação que tiene ese aire artesanal tan presente en Ciudad de Dios y en casi todas las favelas de Río. Artesanal no sólo por el uso de las manos, las mismas con las que se tumba al rival camino del oro, sino por el respeto a la tradición, a la cultura y a los valores. Escribir redacciones sobre estos valores aprendidos, sin ir más lejos, es una de las tareas que tienen que afrontar los chavales tras ir superando experiencias.
“Algunos de los diplomas que les entregamos son los primeros diplomas que entran en su familia”, cuenta Rockenback, remarcando una realidad que intentan cambiar en todos sus alumnos. El testimonio de Rafaela, aunque los que la insultaban en las redes sociales poco sepan de su pasado, da fe de ello: “Si no fuese por el judo no sé dónde estaría. De los que estudiaban con nosotros, unos murieron y otros siguieron el camino opuesto, el camino de las drogas”.
Flávio Canto, tras la medalla de oro de Rafaela Silva en el Campeonato del Mundo de 2013, celebrado precisamente en Río de Janeiro, sintetizaba muy bien la ideología del proyecto que él mismo ideó 10 años antes: “El mérito es obviamente de ella, que ha batallado, luchado y ha llegado hasta donde ha llegado, pero en cierta manera es una conquista de todo el grupo que creó el Instituto Reação pensando en derribar barreras”.
Rafaela tumba esas barreras con cualquier movimiento eléctrico, y la tropa que viene pegando fuerte en Ciudad de Dios las remata en el suelo con técnicas de inmovilización y de estrangulación. Todos ellos son, como indica el lema del instituto, cinturones negros dentro y fuera del tatami. Y fuertes y firmes como la Piedra de Gávea o la Piedra Bonita.