“Sin dolor no consigues llegar a ningún sitio. Ahora, ya retirada hace mucho tiempo, todavía siento esos dolores. Y me gusta, son buenos recuerdos”. Hortência Marcari es una de las pocas mujeres que forman parte del Salón de la Fama del baloncesto mundial (Springfield, Massachusetts, EE.UU.). Llevó a la selección brasileña a ser campeona del mundo y de los Juegos Panamericanos y a lograr la plata olímpica en Atlanta '96. Su tándem con Paula Gonçalves da Silva ('Magic' Paula) es inmortal. Ahora, como embajadora de los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro, repasa desde lejos los dolores y los recuerdos, y sobre todo dos de las anécdotas más curiosas de su carrera.
En 1984, a punto de cumplir 24 años, Hortência comenzó a ser conocida como 'La Reina'. El apodo no nació en su país, que era donde jugaba a diario, sino en Estados Unidos. Los Juegos Olímpicos de Los Ángeles, aquellos donde el baloncesto masculino español consiguió la mítica medalla de plata ante los jovencitos Jordan, Ewing, Mullin y compañía, la encumbraron. Hasta ahí todo normal. El problema es que Hortência no jugó en Los Ángeles. Su equipo tampoco.
“Me llamaron desde la organización porque querían elaborar un reportaje para el libro oficial de los Juegos”, explica la escolta brasileña. “Les avisé de que Brasil todavía no tenía asegurada la plaza, que teníamos que jugar aún el Preolímpico, pero insistieron en que mejor ir adelantando el trabajo.” Está claro que ya en aquellos años todos los aficionados al baloncesto habían, cuanto menos, oído hablar de su manera de dominar el balón, de pasárselo entre las piernas y de acertar desde lejos. No en vano, Brasil venía de ser bronce en los Panamericanos de 1983 en Caracas.
“Vinieron a Brasil, estuvieron conmigo 15 días. El artículo salió publicado en el libro oficial, pero nosotras no conseguimos clasificarnos. El apodo de la reina viene de ese reportaje. The Queen, decía. Tres páginas hablando de mí y yo no estaba en la competición.” Todo el mundo preguntaba por ella, ya que la publicación que la ponía por las nubes tuvo también repercusión en la prensa local, pero se quedaron con las ganas. Todo fue un espejismo. Tuvieron que esperar tres años para verla en directo, en los Panamericanos de Indianápolis.
Fue precisamente en otros Juegos Panamericanos donde Hortência escribió otra de las páginas singulares de su carrera deportiva. Y aquí entra en juego Fidel Castro, un apasionado del baloncesto. Los Panamericanos de 1991, disputados en La Habana, contaban como segura la medalla de oro del equipo cubano femenino de baloncesto, al que se le da bastante bien este torneo (entre 1979 y 2003 lograron subir al primer escalón del podio tres veces en seis campeonatos).
La delegación cubana, con menos medallas totales pero más de oro, lideró sorprendentemente el medallero por delante de Estados Unidos, toda una hazaña revolucionaria. Uno de los mayores baños de masas ideados por Fidel estaba reservado para la final de básquet femenino. Su verde caqui, sin embargo, acabó en blanco y negro comparado con la bandera de Brasil, porque en la selección carioca jugaban Hortência y 'Magic' Paula. Aunque Cuba aguantó hasta el descanso, la diferencia en el marcador acabó disparándose hasta los 20 puntos.
Había dudas entonces sobre si Fidel bajaría al parquet a entregar la medalla al equipo campeón. La gigante imagen del Che Guevara colgada del techo del pabellón les observaba a todos. Seguramente, si el vencedor hubiera sido Estado Unidos la historia tendría otro desenlace; pero era Brasil, y parece que dolió menos. Hortência lo recuerda para EL ESPAÑOL. “Fidel Castro nos entregó la medalla medio forzado. En su país, ante su gente, en la final contra Cuba. Hizo alguna broma para relajar el ambiente. Decía que nos habíamos pasado, que debíamos tener visor láser porque aquello no había sido normal”.
La referencia bélica del visor láser fue pasando de boca en boca, dando todavía más heroicidad al triunfo en La Habana, y consolidándose como un antes y un después. “Fue un momento que me marcó, porque todo Brasil estaba siguiendo la final. Fidel es un líder, siempre fue un líder mundial. Fue un momento muy importante para el baloncesto brasileño.” Lo mejor estaba por llegar, pero ellas, colocándose las medallas que les entregaba el comandante, ni se lo imaginaban.
Hablar con Hortência de lo que se siente en una cancha, del temblor de vestir la camiseta nacional, es como abrir la enciclopedia. “Es normal que un deportista tenga miedo. La diferencia es que a un verdadero campeón le encanta sentir ese miedo”. Ese gusto por el pavor, por lo desconocido, es lo que siempre ha caracterizado a los grandes exploradores. Hortência lo fue. Nadie había recorrido antes esos caminos. Nunca se sabe hasta dónde te puede llevar el baloncesto.