Maltratada por su padre, abanderada chilena y maratoniana
Érika Olivera fue violada por su padre durante más de 10 años. En Río, sus quintos Juegos, portará el estandarte de Chile.
4 julio, 2016 00:47Noticias relacionadas
A los cinco años, Érika Olivera comenzó a sufrir los abusos de su padrastro. Un infierno que duró hasta los 17, cuando fue capaz de reunir las fuerzas suficientes para decir basta. En el atletismo encontró el camino hacia un nuevo comienzo, la vía de escape frente a una pesadilla diaria. Esta es la historia de la abanderada de Chile en los Juegos de Río: una carrera de obstáculos de mayor dureza que su prueba fetiche, la maratón.
Dos días después de que la presidenta chilena Michelle Bachelet le confirmara la misión de desfilar con la Estrella Solitaria en el estadio de Maracaná, la atleta interpuso una denuncia contra su padrastro. La confesión, desvelada por el suplemento `Sábado´ del diario El Mercurio, ha revolucionado el país. Sus palabras resonaron con la estridencia de un terremoto: "Le hago honor al apellido de un hombre que fue lo peor que pudo haberme tocado en la vida".
Una infancia alrededor del culto
Érika Olivera (1976) nació en Quinta Normal, Santiago de Chile, pero pronto se mudó con su madre y su hermano a Carol Urzúa, una pequeña comuna de la capital del país. Allí vivieron bajo pésimas condiciones al amparo del pastor evangélico de la zona, Ricardo Olivera, quien oficiosamente se convirtió en el "papá" de la niña.
En ese contexto, la infancia de Érika estuvo marcada por el culto y las prácticas religiosas. La obligaban a asistir a una escuela bíblica y vivía en un régimen autoritario donde había que obedecer al pastor. Hoy, a sus 40 años, la atleta recuerda perfectamente la primera violación que sufrió a manos de su padrastro: "Debía tener cinco años la primera vez que abusó de mí. El dormitorio estaba empapelado con un papel mural rojo, él mismo lo habría forrado. Él empezó mostrándomelo como un juego, con caricias y después fue avanzando. Esa primera vez no entendí lo que pasó, era una niña. Él siempre decía que eso nadie lo tenía que saber".
Las violaciones se convirtieron en algo frecuente, situación que no mutó después de que la familia se fuese a vivir a Puente Alto. Durante esa época, la vida de Érika se reveló como un suplicio. Mientras ella volvía los lunes del colegio aterrada visualizando lo que le esperaba en casa, la madre era ajena a la realidad debido a su ocupación en labores sociales como componente de un grupo de mujeres evangélicas. "Tenía que llegar y aceptar. Apenas tenía la oportunidad, era llegar y llevar para él. Mientras yo no me pude defender, él hacía lo que quería conmigo", confesó Érika.
La familia creció hasta los seis hermanos, algo que no fue impedimento para que Ricardo Olivera continuase abusando de la niña. "Fue difícil crecer así, viendo eso, porque todos nos dábamos cuenta. Él es mi papá, pero lo que hizo es lo que hizo: él se encerraba con la Érika y sabíamos lo que pasaba ahí, lo vimos. Éramos chicos pero debimos hacer algo. Mi mamá siempre fue muy sumisa a él", desveló Felipe, el cuarto hermano, a `Sábado´.
El atletismo como salvación
A los 12 años, Érika Olivera confesó a su madre los abusos que sufría, pero nada cambió: "Me dijo que ojalá fuera mentira, porque si era verdad que él abusaba a mí, nadie me iba a querer, no iba a poder tener hijos ni familia. Esa respuesta me dio". Su padre la amenazó con meterla en un internado si no reconocía su `mentira´. Pensó también en hablar con alguien de la escuela, pero finalmente no se atrevió. "No me había creído ni mi mamá, pensé que menos me iba a creer una profesora".
Con esa misma edad, Érika descubrió la que sería su salvación: el atletismo. Empezó corriendo al lado de los autobuses repitiéndose una y otra vez que quería llegar a ser alguien, hasta que el entrenador Ricardo Opazo la descubrió: "Me acerqué a hablarle y de inmediato capté que algo no estaba bien. En apariencia era tímida, pero no era eso, era que tenía mucha desconfianza hacia los hombres, hacia todo".
Opazo convirtió a Olivera en apenas dos años en una de las mayores promesas del deporte chileno. Sin embargo, las trabas que ponía su padre, quien veía en el atletismo una actividad frívola, eran un escollo difícil de superar. Érika era coaccionada para poder salir a entrenar o competir: "Viví chantajeada mucho tiempo. Esto fue por 11 años, no había una semana que no pasara nada. Tenía que aceptar lo que él me decía: ¿Quieres esto? Sabes lo que tienes que hacer".
Su actitud de supervivencia le otorgó una fortaleza interior difícil de encontrar en alguien menor de edad. La constancia y el esfuerzo diario empezaron a dar sus frutos y Érika cosechó sus primeros grandes logros sobre el tartán.
El Campeonato Sudamericano Juvenil supuso un punto de inflexión en la vida de la maratoniana. Tras desmayarse en la pista por culpa del calor cuando era la máxima favorita, su padre la llamó fracasada. Durante varios meses, Érika Olivera dejó de entrenar e incluso intentó suicidarse. Después de eso y antes de cumplir la mayoría de edad, descubrió el verdadero secreto de su supuesto padre. Al primer intento de abuso, ella se resistió y nunca más volvió a ser violada. Ya no tenía más opciones que marcharse de Puente Alto.
Inició una nueva vida con su entrenador Ricardo Opazo, con el que mantuvo un pequeño romance antes de casarse con José Nahuelán. Pero después de unos meses, la atleta chilena se divorció y formalizó la relación con su técnico, embarcándose en una vida de éxitos deportivos, ensombrecida por los recuerdos de una infancia desgarradora.
Abanderada en sus quintos Juegos
Los de Río de Janeiro serán los quintos Juegos Olímpicos para Érika Olivera. Además de ser la única atleta chilena en alcanzar tal logro, tendrá el honor de entrar con la bandera de Chile en el estadio de Maracaná durante la ceremonia de apertura.
No obstante, antes de viajar a la ciudad brasileña, donde ya está preparando la maratón, sintió la necesidad de liberarse del espectro de mentiras que le han acompañado durante toda su vida. Contar la verdadera historia de su vida, destapar todo el sufrimiento por el que ha pasado y señalar a su padrastro como lo que realmente es: un violador.
"He tenido que dar muchas entrevistas este año y en todas seguir mintiendo, repitiendo una historia que no es cierta, poniendo la cara. La única manera de hacer justicia que me queda es contar la verdad. Los secretos pesan mucho", dijo la atleta sudamericana a `Sábado´.
El de Érika ha sido un camino lleno de piedras, una auténtica maratón para sobrevivir de la que ha salido victoriosa. En Río, correrá los 42,195 kilómetros más ligera que nunca, liberada de la carga de las mentiras del miedo.