Nuestros mayores suelen decir, y con mucho atino, que en estos tiempos que corren ya no se respeta nada. Y tienen razón, porque ni siquiera todo un santo y seña de los Juegos Olímpicos como es su antorcha se salva de la quema, nunca mejor dicho. El resentimiento hacia uno de los símbolos del gran evento deportivo por antonomasia ha alcanzado cotas inimaginables. Tanto es así que ha sufrido dos ataques en Brasil, la sede de la edición de 2016, en apenas unos días. Si un hombre fue arrestado el pasado 27 de junio por intentar apagar la llama olímpica cubo de agua en mano, otro intentó lo mismo este miércoles mediante un extintor.
Sucedió en Joinville, al sur del país. Mientras uno de los relevistas de la antorcha corría con ella por las calles de la ciudad, un espontáneo logró colarse entre la multitud. Sin apenas problemas para sortear la seguridad, logró rociar con su "arma" al portador de la llama olímpica. Sin embargo, la fechoría no surtió el efecto deseado, ya que el fuego no se apagó y el hombre fue reducido por las fuerzas del orden nada más emplear el extintor.
Finalmente, la antorcha pasó a manos del siguiente relevista unos metros más adelante del recorrido sin nuevos altercados. Por si estos Juegos no tenían suficiente con los problemas políticos y económicos de Brasil, el Zika, el estado de algunas instalaciones, las dudas sobre la seguridad o el hallazgo de cadáveres en plena playa de Copacabana, ahora la llama olímpica tampoco está a salvo de incidentes. Ay, si el barón Pierre de Coubertin levantase la cabeza...