Eso no fueron pelotas de tenis nacidas en las cuerdas de la raqueta, fueron proyectiles lanzados sin piedad desde el cañón Dora. En la primera ronda de los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro, Juan Martín Del Potro desgarró con su inhumana derecha a Novak Djokovic durante un vertiginoso asedio y consiguió lo que parecía imposible: dejó fuera de combate al serbio en su primer encuentro en el torneo (7-6 y 7-6) y provocó un batacazo de los que dejan huella, en el presente y por supuesto también en el futuro. Llorando, el argentino despidió al serbio, que se marchó de la pista haciendo lo mismo. Desconsolado, roto en lágrimas en una imagen impensable en un tenista indomable, Nole dijo adiós sin poder contener el dolor de la derrota. Los campeones también lloran.
A los 29 años, el serbio se quedó a la primera sin uno de sus grandes objetivos de la temporada. Lejos de la medalla de oro, posiblemente el único gran logro que no tiene en su carrera después de ganar Roland Garros el pasado mes de junio, la puerta del selecto club en el que buscaba ser admitido seguirá estando cerrada, al menos hasta Tokio 2020, cuando tenga 33 años: Andre Agassi y Rafael Nadal siguen siendo los únicos que han ganado los cuatro torneos del Grand Slam y se han colgado el oro olímpico.
Con la pista central abarrotada por primera vez en todo el torneo, Del Potro firmó un partido a la altura del jugador que debería haber competido por el trozo más grande del pastel con los mejores. Las lesiones, sin embargo, llenaron de zancadillas la carrera del argentino, que tras pasar tres veces por el quirófano para operarse la muñeca intenta reconstruir ahora las piezas del juguete roto, sin perder la fe en que algún día volverá a estar arriba del todo. Con triunfos así, el 145 del mundo tiene motivos de sobra para seguir creyendo.
Djokovic llegó al cruce teniendo bien presente el recuerdo de los Juegos de Londres 2012, cuando Del Potro le arrebató la medalla de bronce. Entonces, el serbio volvió al vestuario tras la derrota, cogió una sierra y despedazó todas sus raquetas, dominado por la ira de haber dejado escapar una gran ocasión. Ocurre que el Del Potro de hace cuatro años no es el Del Potro actual, uno que estuvo cerca de la retirada cuando se hundió hasta el número 1045 de la clasificación, que lleva desde marzo eligiendo con cautela su calendario para volver poco a poco a la competición (por ejemplo, renunció a Roland Garros por la exigencia de la tierra batida) y que sueña con pegar el revés sin dolores ni miedos. En consecuencia, y aunque la prueba de medirse en el estreno con el argentino le revolvió el estómago, Djokovic quizás pensó que la victoria no se le escaparía ni de broma. Si fue así, se equivocó por completo.
Djokovic tuvo miedo y Del Potro fue impecable
Derecha tras derecha, convirtiendo su mejor golpe en un mortero de inagotables disparos letales, el argentino se abrió paso sin preguntar, doblándole la mano a su contrario, como si la muñeca de Nole fuese un trozo de gelatina y no la articulación más firme del circuito. Djokovic, posiblemente el mejor defensor del mundo, no encontró la forma de repeler esos tremendos cañonazos. El serbio aguantó el primer palazo, el segundo, a veces incluso el tercero, pero pocas veces salió vivo de los peloteos discutidos bajo la ley del drive de su contrario. Frente a la despiadada derecha del argentino, la de Nole pareció una pistola de agua, indefensa y propia para una fiesta de un cumpleaños, no para una guerra a corazón abierto.
Eso fue exactamente lo que el público celebró sobre la pista central de Río, un encuentro con tanta violencia que podría haber sido prohibido para menores de 18 años. El gentío, volcado con Del Potro, aplaudió a rabiar sus derechazos, su decisión granítica y la sorpresa que se estaba cocinando. Poco a poco, Djokovic fue cayendo en esa trampa. Al número uno no le gustó un pelo ver a la grada en su contra. Hasta que perdió la concentración, los nervios y la capacidad de sobreponerse a cualquier situación imprevista.
El número uno, avisado como todos de los problemas que sufre Del Potro por la zona del revés, intentó sin éxito que esa herida sangrase hasta provocarle una hemorragia a su rival. Sin disimularlo, el campeón de 12 grandes se lanzó a conquistar un territorio sin barreras, porque el argentino todavía sigue viendo las estrellas cuando se exige más de la cuenta con su revés a dos manos. Fue en vano.
¿Cómo consiguió entonces vencer Del Potro a Djokovic? ¿Es posible ganar al número uno sin revés? ¿Basta con tener una derecha capaz de echar abajo una pared de hormigón? Sucedió que Del Potro aparcó la precaución para dejarse la vida en cada pelota. Quizás, ni un extraterrestre podría haber frenado al argentino, impecable de principio a fin. Ocurrió, también, que Djokovic sintió miedo, mucho miedo. A perder, a fracasar, a no subirse a este tren de la historia que solo pasa cada cuatro años. Como uno más, como cualquier humano, como el jugador de carne y hueso que es. Aunque se haya empeñado en demostrar lo contrario.